EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

viernes, 22 de agosto de 2014

OCTAVA DE LA ASUNCIÓN


SOBRE LAS  DOCE PRERROGATIVAS DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, SEGÚN LAS PALABRAS DEL APOCALIPSIS: «UN PORTENTO GRANDE APARECIÓ EN EL CIELO: UNA MUJER ESTABA CUBIERTA CON EL SOL Y LA LUNA A SUS PIES Y EN SU CABEZA TENÍA UNA CORONA DE DOCE ESTRELLAS»
1. Muchísimo daño, amadísimos, nos causaron un varón y una mujer; pero, gracias a Dios, igualmente por un varón y una mujer se restaura todo. Y no sin grande aumento de gracias. Porque no fué el don como había sido el delito, sino que excede a la estimación del daño la grandeza del beneficio. Así, el prudentísimo y clementísinio Artífice no quebrantó lo que estaba hendido, sino que lo rehizo más útilmente por todos modos, es a saber, formando un nuevo Adán del viejo y transfundiendo a Eva en María. Y, ciertamente, podía bastar Cristo, pues aun ahora toda nuestra suficiencia es de El, pero no era bueno para nosotros que estuviese el hombre solo. Mucho más conveniente era que asistiese a nuestra reparación uno y otro sexo, no habiendo faltado para nuestra corrupción ni el uno ni el otro. Fiel y poderoso mediador de Dios y de los hombres es el hombre Cristo Jesús, pero respetan en él los hombres una divina majestad. Parece estar la humanidad absorbida en la divinidad, no porque se haya mudado la substancia, sino porque sus afectos están divinizados. No se canta de El sola la misericordia, sino que también se le canta igualmente la justicia, porque aunque aprendió, por lo que padeció, la compasión, y vino a ser misericordioso, con todo eso tiene la potestad de juez al mismo tiempo. En fin, nuestro Dios es un fuego que consume. ¿Qué mucho tema el pecador llegarse a El, no sea que, al modo que se derrite la cera a la presencia del fuego, así perezca él a la presencia de Dios?
2. Así, pues, ya no parecerá estar de más la mujer bendita entre todas las mujeres, pues se ve claramente el papel que desempeña en la obra de nuestra reconciliación, porque necesitamos un mediador cerca de este Mediador y nadie puede desempeñar tan provechosamente este oficio como María. ¡Mediadora demasiado cruel fué Eva, por quien la serpiente antigua infundió en el varón mismo el pestífero veneno! ¡Pero fiel es Maria, que propinó el antídoto de la salud a los varones y a las mujeres! Aquélla fué instrumento de la seducción, ésta de la propiciación; aquélla sugirió la prevaricación, ésta introdujo la redención. ¿Qué recela llegar a María la fragilidad humana? Nada hay en ella austero, nada terrible; todo es suave, ofreciendo a todos leche y lana. Revuelve con cuidado toda la serie de la evangélica historia, y si acaso algo de dureza o de reprensión desabrida, si aun la señal de alguna indignación, aunque leve, se encuentre en María, tenla en adelante por sospechosa y recela el llegarte a ella. Pero si más bien (como es así en la verdad) encuentras las cosas que pertenecen a ella llenas de piedad y de misericordia, llenas de mansedumbre y de gracia, da las gracias a aquel Señor que con una benignísima misericordia proveyó para ti tal mediadora que nada puede haber en ella que infunda temor. Ella se hizo toda para todos; a los sabios y a los ignorantes, con una copiosísima caridad, se hizo deudora. A todos abre el seno de la misericordia, para que todos reciban de su plenitud: redención el cautivo, curación el enfermo, consuelo el afligido, el pecador perdón, el justo gracia, el ángel alegría; en fin, toda la Trinídad gloria, y la misma persona del Hijo recibe de ella la substancia de la carne humana, a fin de que no haya quien se esconda de su calor.
3. ¿No juzgas, pues, que esta misma es aquella mujer vestida del sol? Porque, aunque la misma serie de la visión profética demuestre que se debe entender de la presente Iglesia, esto mismo seguramente parece que se puede atribuir sin inconvenente a María. Sin duda ella es la que se vistió como de otro sol. Porque, así como aquél nace indiferentemente sobre los buenos y los malos, así también esta Señora no examina los méritos antecedentes, sino que se presenta inexorable para todos, para todos clementísima, y se apiada de las necesidades de todos con un amplísimo afecto. Todo defecto está debajo de ella y supera todo lo que hay en nosotros la fragilidad y corrupción, con una sublimidad excelentísima en que excede y sobrepasa las demás criaturas, de modo que con razón se dice que la luna está debajo de sus pies. De otra suerte, no parecería que decíamos una cosa muy grande si dijéramos que esta luna estaba debajo de los pies de quien es ¡lícito dudar que fue ensalzada sobre todos los coros de los ángeles, sobre los querubines también y los serafines. Suele designarse en la una no sólo el defecto de la corrupción, sino la necedad del entendimiento y algunas veces la Iglesia del tiempo presente; aquello, ciertamente, por su mutabilidad, la Iglesia por el esplendor que recibe de otra parte. Mas una y otra luna (por decirlo así) congruentísimamente están debajo de los pies de María, pero de diferente modo, puesto que el necio se muda como la luna y el sabio permanece como el sol. En el sol, el calor y el esplendor son estables, mientras que en la luna hay solamente el esplendor, y aun éste es mudable e incierto, pues nunca permanece en el mismo estado. Con razón, pues, se nos representa a María vestida del sol, por cuanto penetró el abismo profundísimo de la divina sabiduría más allá de lo que se pueda creer, de suerte que, en cuanto lo permite la condición de simple criatura, sin llegar a la unión personal, parece estar sumergida totalmente en aquella inaccesible luz, en aquel fuego que purificó los labios del profeta Isaías, y en el cual se abrasan los serafines. Así que de muy diferente modo mereció María no sólo ser rozada ligeramerte por el sol divino, sino más bien ser cubierta con él por todas partes, ser bañada alrededor y COMO encerrada en el mismo fuego. Candidísimo es, a la verdad, pero y también calidísimo el vestido de esta mujer, de quien todas las cosas se ven tan excelentemente iluminadas, que no es lícito sospechar en ella nada, no digo tenebroso, pero ni oscuro en algún modo siquiera o menos lúcido, ni tampoco algo que sea tibio o no lleno de fervor.
4. Igualmente, toda necedad está muy debajo de sus pies, para que por todos modos no se cuente María en el número de las mujeres necias ni en el coro de las vírgenes fatuas. Antes bien, aquel único necio y príncipe de toda la necedad que, mudado verdaderamente como la luna, perdió la sabiduría en su hermosura, conculcado y quebrantado bajo los pies de María, padece una miserable esclavitud. Sin duda, ella es aquella mujer prometida otro tiempo por Dios para quebrantar la cabeza de la serpiente antigua con el pie de la virtud, a cuyo calcaño puso asechanzas en muchos ardides de su astucia, pero en vano, puesto que ella sola quebrantó toda la herética perversidad. Uno decía que no había concebido a Cristo de la substancia de su carne; otro silbaba que no había dado a luz al niño, sino que le había hallado; otro blasfemaba que, a lo menos, después del parto, había sido conocida de varón; otro, no sufriendo que la llamasen Madre de Dios, reprendía impiísimamente aquel nombre grande, Theocotos, que significa la que díó a luz a Dios. Pero fueron quebrantados los que ponían asechanzas, fueron conculcados los engañadores, fueron confutados los usurpadores y la llaman bienaventurada todas las generaciones. Finalmente, luego que dió a luz, puso asechanzas el dragón por medio de Herodes, para apoderarse del Hijo que nacía y devorarle, porque había enemistades entre la generación de la mujer y la del dragón.
5. Mas ya, si parece que más bien se debe entender la Iglesia en el nombre de luna, por cuanto no resplandece de suyo, sino que aquel Señor que dice: Sin mí nada podéis hacer, tendremos entonces evidentemente expresada aquí aquella mediadora de quien poco ha os he hablado. Apareció una mujer, dice San Juan, vestida del sol, y la luna debajo de sus pies . Abracemos las plantas de María, hermanos míos, y postrémonos con devotísimas súplicas a aquellos pies bienaventurados. Retengámosla y no la dejemos partir hasta que nos bendiga, porque es poderosa. Ciertamente, el vellocino colocado entre el rocío y la era, y la mujer entre el sol y la luna, nos muestran a María, colocada entre Cristo y la Iglesia. Pero acaso no os admira tanto el vellocino saturado de rocío como la mujer vestida del sol, porque si bien es grande la conexión entre la mujer y el sol con que está vestida, todavía resulta más sorprendente la adherencia que hay entre ambos. Porque ¿cómo en medio de aquel ardor tan vehemente pudo subsistir una naturaleza tan frágil? Justamente te admiras, Moisés santo, y deseas ver más de cerca esa estupenda maravilla; mas para conseguirlo debes quitarte el calzado y despojarte enteramente de toda clase de pensamientos carnales. Iré a ver, dice, esta gran maravilla . Gran maravilla, ciertamente, una zarza ardiendo sin quemarse, gran portento una mujer que queda ilesa estando cubierta con el sol. No es de la naturaleza de la zarza el que esté cubierta por todas partes de llamas y permanezca con todo eso sin quemarse; no es poder de mujer el sostener un sol que la cubre. No es de virtud humana, pero ni de la angélica seguramente. Es necesaria otra más sublime. El Espíritu Santo, dice, sobrevendrá en ti. Y como si respondiese ella: Dios es espíritu y nuestro Dios es un fuego que consume. La virtud, dice, no la mía, no la tuya, sino la del Altísimo, te hará sombra. No es maravilla, pues, que debajo de tal sombra sostenga también una mujer vestido tal.
6. Una mujer, dice, cubierta con el sol. Sin duda cubierta de luz como de un vestido. No lo percibe acaso el carnal: sin duda es cosa espiritual, necedad le parece. No parecía así al Apóstol, quien decía: Vestíos del Señor Jesucristo. ¡Cuán familiar de El fuiste hecha, Señora! ¡Cuán próxima, más bien, cuán íntima mereciste ser hecha! ¡ Cuánta gracia hallaste en Dios !En ti está y tú en El; a El le vistes y eres vestida por El. Le vistes con la substancia de la carne y El te viste con la gloria de la majestad suya. Vistes al sol de una nube y eres vestida tú misma de un sol. Porque una cosa nueva hizo Dios sobre la tierra, y fué que una mujer rodease a un varón, que no es otro que Cristo, de quien se dice: He ahí un varón; Oriente es su nombre; una cosa nueva hizo también en el cielo, y fué que apareciese una mujer cubierta con el sol. Finalmente, ella le coronó y mereció también ser coronada por El. Salid, hijas de Sión, y ved al rey Salomón con la diadema con que le coronó su Madre. Pero esto es para otro tiempo. Entre tanto, entrad, más bien, y ved a la reina en la diadema con que la coronó su Hijo.
7. En su cabeza, dice, tenía una corona de doce estrellas. Digna, sin duda, de ser coronada con estrellas aquella cuya cabeza, brillando mucho más lucidamente que ellas, más bien las adornará que será por ellas adornada. ¿Qué mucho que coronen los astros a quien viste el sol? Como en los días de primavera, dice, la rodeaban las flores de los rosales y las azucenas de los valles. Sin duda la mano izquierda del Esposo está puesta bajo de su cabeza y ya su diestra la abraza. ¿Quién apreciará estas piedras? ¿Quién dará nombre a estas estrellas con que está fabricada la diadema real de María? Sobre la capacidad del hombre es dar idea de esta corona y explicar su composición. Con todo eso, nosotros, según nuestra cortedad, absteniéndonos del peligroso examen de los secretos, podremos acaso sin inconveniente entender en estas doce estrellas doce prerrogativas de gracias con que María singularmente está adornada. Porque se encuentran en María prerrogativas del cielo, prerrogativas del cuerpo y prerrogativas del corazón; y si este ternario se multiplica por cuatro, tenernos quizá las doce estrellas con que la real diadema de María resplandece sobre todos. Para mí brilla un singular resplandor, primero, en la generación de María; segundo, en la salutación del ángel; tercero, en la venida del Espíritu Santo sobre ella; cuarto, en la indecible concepción del Hijo de Dios. Así, en estas mismas cosas también resplandece un soberano honor, por haber sido ella la primiceria de la virginidad , por haber sido fecunda sin corrupción, por haber estado encinta sin opresión, por haber dado a luz sin dolor. No menos también con un especial resplandor brillan en María la mansedumbre del pudor, la devoción de la humildad, de magnanimidad de la fe, el martirio del corazón. Cuidado vuestro será mirar con mayor diligencia cada una de estas cosas. Nosotros habremos satisfecho, al parecer, si podemos indicarlas brevemente.
8. ¿Qué es, pues, lo que brilla, comparable con las estrellas, en la generación de María? Sin duda el ser nacida de reyes, el ser de sangre de Abraharn., el ser de la generosa prosapia de David. Si esto parece poco, añade que se sabe fue concedida por el cielo a aquella generación por el privilegio singular de santidad, que mucho antes fue prometida por Dios a estos mismos Padres, que fue prefigurada con misteriosos prodigios, que fue preanunciada con oráculos proféticos. Porque a esta misma señalaba anticipadamente la vara sacerdotal cuando floreció sin raíz, a ésta el vellocino de Gedeón cuándo en medio de la era seca se humedeció, a ésta la puerta oriental en la visión de Ezequiel, la cual para ninguno estuvo patente jamás. Esta era, en fin, la que Isaías, más claramente que todos, ya la prometía como vara que había de nacer de la raíz de Jesé, ya, más manifíestamente, como virgen que había de dar a luz. Con razón se escribe que este prodigio grande había aparecido en el cielo, pues se sabe haber sido prometido tanto antes por el cielo. El Señor dice: El mismo os dará un prodigio. Ved que concebirá una virgen. Grande prodigio dio, a la verdad, porque también es grande el que le dio. ¿En qué vista no reverbera con la mayor vehemencia el brillo resplandeciente de esta prerrogativa? Ya, en haber sido saludada por el ángel tan reverente y obsequiosamente, que podía parecer que la miraba ya ensalzada con el solio real sobre todos los órdenes de los escuadrones celestiales y que casi iba a adorar a una mujer el que solía hasta entonces ser adorado gustosamente por los hombres, se nos recomienda el excelentísimo mérito de nuestra Virgen y su gracia singular.
9. No menos resplandece aquel nuevo modo de concepción, por el cual, no en la iniquidad, como las demás mujeres, sino sobreviniendo el Espíritu Santo, solo María concibió  la santificación. Pero el haber engendrado ella al verdadero Dios y verdadero Hijo de Dios, para que uno mismo fuese Hijo de Dios y de los hombres y uno absolutamente, Dios y hombre, naciese de María, abismo es de luz; ni diré fácilmente que aun la vista del ángel no se ofusque a la vehemencia de este resplandor. En lo demás, evidentemente, se ilustra la virginidad por la novedad del mismo propósito de la virginidad por la novedad del mismo propósito, puesto que, elevándose en la libertad de espíritu sobre los decretos de la ley de Moisés, ofreció a Dios con voto la inmaculada santidad de cuerpo y de espíritu juntamente. Prueba la inviolable firmeza de su propósito el haber respondido tan firmemente al ángel que la prometía un hijo: ¿Cómo se hará esto, porque yo no conozco varón? Acaso por eso se turbó en sus palabras y pensaba qué salutación sería ésta, porque había oído que la llamaban bendita entre las mujeres la que siempre deseaba ser bendita entre las vírgenes. Y desde aquel punto, ciertamente, pensaba qué salutación sería ésta, porque ya parecía ser sospechosa. Mas luego que en la promesa de un hijo aparecía el peligro manifiesto de la virginidad, ya no pudo disimular más ni dejar de decir: ¿Cómo se hará esto, porque yo no conozco varón? Por tanto, con razón mereció aquella bendición y no perdió ésta, para que así sea mucha más gloriosa la virginidad por la fecundidad y la fecundidad por la virginidad y parezcan ilustrarse mutuamente estos dos astros con sus rayos. Pues el ser virgen cosa grande es, pero ser virgen madre, por todos modos es mucho más. Con razón también sola ella no sintió aquel molestísimo tedio con que todas las mujeres embarazadas son afligidas, pues ella sola concibió sin libidinoso deleite. Por lo cual, en el mismo principio de la concepción, cuando principalmente son afligidas miserablemente las demás mujeres, María con toda presteza sube a las montañas para asistir a Isabel. Subió también a Belén, estando ya cercano el parto, llevando aquel preciosísimo depósito, llevando aquel peso dulce, llevando a quien la llevaba. Así también, en el mismo parto, de cuánto esplendor es el haber dado a luz con un gozo nuevo la nueva prole, siendo sola ella entre las mujeres ajena de la común maldición y del dolor de las que dan a luz. Si el precio de las cosas se ha de juzgar por lo raro de ellas, nada se puede hallar más raro que éstas. Puesto que en todas ellas ni se vio tener primera semejante ni segunda. De todo esto, si fielmente lo miramos, sin duda concebiremos admiración; pero también veneración, devoción y consolación.
10. Mas lo que todavía resta considerar pide imitación. No es para nosotros el ser antes del nacimiento prometidos prodigiosamente de tantos y tan varios modos ni el ser preanunciados desde el cielo, ni tampoco el ser honrados por el arcángel Gabriel con los obsequios de tan nueva salutación. Mucho menos nos comunican las otras dos cosas a nosotros; ciertamente su secreto es para sí. Porque sola ella es de quien se dice: Lo que en ella ha nacido es del Espíritu Santo. Sola ella es a quien se dice: Lo santo que nacerá de ti se llamará Hijo de Dios . Sean ofrecidas al Rey las vírgenes, pero después de ella, porque ella sola reserva para sí la primacía. Mucho más, ella sola concibió al hijo sin corrupción, le llevó sin opresión, le dió a luz sin dolor. Así, nada de esto se exige de nosotros, pero, ciertamente, se exige algo. Porque por ventura, si también nos falta a nosotros la mansedumbre del pudor, la humildad del corazón, la magnanimidad de la fe, la compasión del ánimo, ¿excusará nuestra negligencia la singularidad de estos dones? Agraciada piedra en la diadema, estrella resplandeciente en la cabeza es el rubor en el semblante del hombre vergonzoso. ¿Piensa acaso alguno que careció de esta gracia la que fue llena de gracias? Vergonzosa fue María. Del Evangelio lo probamos. Porque ¿en dónde se ve que fuese alguna vez locuaz, en dónde se ve que fuese presuntuosa? Solicitando hablar al hijo se estaba afuera, ni con la autoridad que tenía de madre interrumpió el sermón o se entró por la habitación en que el hijo estaba hablando. En toda la serie, finalmente, de los cuatro Evangelios (si bien me acuerdo) no se oye hablar a María sino cuatro veces. La primera al ángel, pero cuando ya una y dos veces la había él hablado; la segunda a Isabel, cuando la voz de su salutación hizo saltar de gozo a Juan en el vientre; y, alabando ,entonces Isabel a María, cuidó ella más bien de alabar al Señor; la tercera al Hijo, cuando era ya de doce años, porque ella misma y su padre le habían buscado llenos de dolor; la cuarta, en las bodas, al Hijo y a los ministros. Y estas palabras, sin duda, fueron índice ciertísimo de su congénita mansedumbre y vergüenza virginal. Puesto que, reputando suyo el empacho de otros, no pudo sufrir, no pudo disimular que les faltase vino. A la verdad, luego que fue increpada por el Hijo, como mansa y humilde de corazón, no respondió, mas ni con todo eso desesperó, avisando a los ministros que hiciesen lo que El les dijese.
11. Y después de haber nacido Jesús en la cueva de Belén, ¿acaso no leemos que vinieron los pastores y encontraron la primera de todos a María? Hallaron, dice el evangelista, a María y a José, y al infante puesto en el pesebre. También los Magos, si hacemos memoria, no, sin María su Madre encontraron al Niño, y cuando ella introdujo en el templo del Señor al Señor del templo, muchas cosas ciertamente oyó a Simeón, así relativas a Jesús como a sí misma, pero, como siempre, mostrose tarda en hablar y solícita en escuchar. María conservaba todas estas palabras, ponderándolas en su corazón; y en todas estas circunstancias no profieren sus labios una sola palabra acerca del sublime misterio de la encarnación del Señor. ¡Ay de nosotros, que parece tenemos el espíritu en las narices! ¡Ay de nosotros, que echamos afuera todo nuestro espíritu, y que, según aquello del cómico, llenos de hendiduras nos derramamos por todas partes! ¡Cuántas veces oyó María a su Hijo, no sólo hablando a las turbas en parábolas, sino descubriendo aparte a sus discípulos el misterio del reino de Dios! ¡Viole haciendo prodigios, viole pendiente de la cruz, viole expirando, viole cuando resucitó, viole, en fin, ascendiendo a los cielos! Y en todas estas circunstancias, ¿cuántas veces se menciona haber sido oída la voz de esta pudorosísima Virgen, cuántas el arrullo de esta castísima y mansísima tórtola? Ultimamente leemos en los Actos de los Apóstoles que los discípulos, volviendo del monte Olivete, perseveraban unánimemente en la oración. ¿Quiénes? Hallándose presente allí María, parece obvio que debía ser nombrada la primera, puesto que era superior a todos, así por la prerrogativa de su divina maternidad como por el privilegio de su santidad. Pedro y Andrés, dice, Santiago y Juan, y los demás que se siguen. Todos los cuales perseveraban juntos en oración con las mujeres, y con María, la madre de Jesús. Pues ¿qué?, ¿se portaba acaso María como la última de las mujeres, para que se la pusiese en el postrer lugar? Cuando los discípulos, sobre los cuales aún no había bajado el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado, suscitaron entre sí la contienda acerca de la primacía en el reino de Cristo, obraron guiados por miras humanas; todo al revés lo hizo María, pues siendo la mayor de todos y en todo, se humilló en todo y más que todos. Con razón, pues, fue constituida la primera de todos, la que siendo en realidad la más excelsa escogía para sí el último lugar. Con razón fue hecha Señora de todos la que se portaba como sierva de todos. Con razón, en fin, fue ensalzada sobre todos los coros de los ángeles la que con inefable mansedumbre se abatía a sí misma debajo de las viudas y penitentes, y aun debajo de aquella de quien habían sido lanzados siete demonios. Os ruego, hijos amados, que imitéis esta virtud; si amáis a María, si anheláis agradarla, imitad su modestia. NADA DICE TAN BIEN AL HOMBRE, nada es tan conveniente al cristiano y nada es tan decente al monje en especial.
12. Y sin duda que bastante claramente se deja ver en la Virgen, por esta misma mansedumbre, la virtud de la humildad con la mayor brillantez. Verdaderamente, compañeras son la mansedumbre y la humildad, confederadas más íntimamente en aquel Señor que decía: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Porque así como la altivez es madre de la presunción así la verdadera mansedumbre no procede sino de la verdadera humildad. Mas ni sólo en el silencio de María se recomienda su humildad, sitio que resuena todavía más elocuentemente en sus palabras. Había oído: Lo santo que nacerá de ti se llamará Hijo de Dios, y no responde otra cosa sino que es la sierva de El. De aquí llega la visita a Isabel, y al punto se le revela a ésta por el espíritu la singular gloria de la Virgen. Finalmente, admiraba la persona de quien venía, diciendo: ¿De dónde a mí esto, que venga a mi casa la madre de mi Señor? Ensalzaba también la voz de quien la saludaba, añadiendo: Luego que sonó la voz de tu salutación en mis oídos saltó de gozo el infante en mi vientre. Y alababa la fe de quien había creído diciendo: Bienaventurada tú que has creído, porque en tí serán cumplidas las cosas que por el Señor se te han dicho. Grandes elogios, sin duda, pero también su devota humildad, no queriendo retener nada para sí, más bien lo atribuye todo a aquel Señor cuyos beneficios se alababan en ella. Tú, dice, engrandeces a la Madre del Señor, pero mi alma engrandece al Señor. Dices que a mi voz saltó de gozo el párvulo, pero mí espíritu se llenó de gozo en Dios, que es mi salud, y éI mismo también, como amigo del Esposo, se llena de gozo a la voz del Esposo. Bienaventurada me llamas porque he creído, pero la causa de mi fe y de mi dicha es haberme mirado la piedad suprema, a fin de que por eso me llamen bienaventurada las naciones todas, porque se dignó Dios mirar a esta su sierva pequeña y humilde.
13. Sin embargo, ¿creéis acaso, hermanos, que Santa Isabel errase en lo que, iluminada por el Espíritu Santo, hablaba? De ningún modo. Bienaventurada ciertamente era aquella a quien miró Dios, y bienaventurada la que creyó, porque su fe fue el fruto sublime que produjo en ella la vista de Dios. Pues por un inefable artificio del Espíritu Santo, a tanta humildad se juntó tanta magnanimidad en lo íntimo del corazón virginal de María, para que (como dijimos antes de la integridad y fecundidad) se volvieran igualmente estas dos estrellas más claras por la mutua correspondencia, porque ni su profunda humildad disminuyó su magnanimidad ni su excelsa magnanimidad amenguó su humildad, sino que, siendo en su estimación tan humilde, era no menos magnánima en la creencia de la promesa, de suerte que aunque no se reputaba a sí misma otra cosa que una pequeña sierva, de ningún modo dudaba que había sido escogida para este incomprensible misterio, para este comercio admirable, para este sacramento inescrutable, y creía firmemente que había de ser luego verdadera madre del que es Dios y hombre. Tales son los efectos que en los corazones de los escogidos causa la excelencia de la divina gracia, de forma que ni la humildad los hace pusilánimes ni la magnanimidad arrogantes, sino que estas dos virtudes más bien se ayudan mutuamente, para que no sólo ninguna altivez se introduzca por la magnanimidad, sino que por ella principalmente crezca la humildad; con esto se vuelven ellos mucho más timoratos y agradecidos al dador de todas las gracias y al propio tiempo evitan que tenga entrada alguna en su alma la pusilanimidad con ocasión de la humildad, porque cuanto menos suele presumir cada uno de su propia virtud, aún en las cosas mínimas, tanto más en cualesquiera cosas grandes confía en la virtud divina.
14. El martirio de la Virgen ciertamente (que entre las estrellas de su diadema, si os acordáis, nombramos la duodécima) está expresado así en la profecía de Simeón como en la historia de la pasión del Señor. Está puesto éste, dice Simeón al párvulo Jesús, como blanco, al que contradecirán, y a tu misima alma (decía a María) traspasará la espada. Verdaderamente, ¡oh madre bienaventurada!, traspasó tu alma la espada. Ni pudiera ella penetrar el cuerpo de tu hijo sin traspasarla. Y, ciertamente, después que expiró aquel tu Jesús (de todos, sin duda,pero especialmente tuyo) no tocó su alma la lanza cruel que abrió (no perdonándole aun muerto, a quien ya no podía dañar) su costado, pero traspasó seguramente la tuya. Su alma ya no estaba allí, pero la tuya, ciertamente, no se podía de allí arrancar. Tu alma, pues, traspasó la fuerza del dolor, para que no sin razón te prediquemos más que mártir, habiendo sido en ti mayor el afecto de compasión que pudiera ser el sentido de la pasión corporal.
15. ¿Acaso no fue para ti más que espada aquella palabra que traspasaba en la realidad el alma que llegaba hasta la división del alma y del espíritu: Mujer, mira tu, hijo?. iOh trueque! Te entregan a Juan en lugar de Jesús, el siervo en lugar del Señor, el discípulo en lugar del Maestro, el hijo del Zebedeo en lugar del Hijo de Dios, un hombre puro en lugar del Dios verdadero. ¿Cómo no traspasaría tu afectuosísima alma el oír esto, cuando quiebra nuestros pechos, aunque de piedra, aunque de hierro, solo la memoria de ello? No os admiréis, hermanos, de que sea llamada María mártir en el alma. Admírese el que no se acuerde haber oído a Pablo contar entre los mayores crímenes de los gentiles el haber vivido sin tener afecto. Lejos estuvo esto de las entrañas de María, lejos esté también de sus humildes siervos. Mas acaso dirá alguno: ¿Por ventura no supo anticipadamente que su Hijo había de morir? Sin duda alguna. ¿Por ventura no esperaba que luego había de resucitar? Con la mayor confianza. Y a pesar de esto, ¿se dolió de verle crucificado? Y en gran manera. Por lo demás, ¿quién eres tú, hermano, o qué sabiduría es la tuya, que admiras más a María compaciente que al Hijo de María paciente? El pudo morir en el cuerpo, ¿y María no pudo morir juntamente en el corazón? Realizó aquello una caridad superior a toda otra caridad; también hizo esto una caridad que después de aquélla no tuvo par ni semejante. Y ahora, ¡oh Madre de misericordia!, postrada humildemente a tus pies, como la luna, te ruega la Iglesia con devotísimas súplicas que, pues estás constituída mediadora entre ella y el Sol de justicia, por aquel sincerísimo afecto de tu alma le alcances la gracia de que en tu luz llegue a ver la luz de ese resplandeciente Sol, que te amó verdaderamente más que a todas las demás criaturas y te adornó con las más preciosas galas de la gloria, poniendo en tu cabeza la corona de hermosura. Llena estás de gracia, llena del celestial rocío, sustentada por el amado y rebosando en delicias. Alimenta hoy, Señora, a tus pobres; los mismos cachorrillos también coman de las migajas que caen de la mesa de su Señor; no sólo al criado de Abrahám, sino también a sus camellos dales de beber de tu copiosa cántara de agua, porque tú eres verdaderamente aquella doncella anticipadamente elegida y preparada para desposarse con el Hijo del Altísimo, el cual es sobre todas cosas Dios bendito por los siglos de los siglos.

RESUMEN

En definitiva, la redención del ser humano es más importante, su componente espiritual es más importante que la caída. En esta redención son, igualmente, importantes, la justicia y la misericordia.
 María es el fuego ardiente de la redención. Es la redención que se nos ofrece con lana y miel. Es la intermediaria entre Cristo y su Iglesia. Pero la Iglesia está a sus pies en forma de luna. Asimismo la luna significa que todo esplendor humano nada vale, pues está debajo de María. De nada valen las vírgenes fatuas.  María es el sol y sobre ella resplandecen doce estrellas. Está dotada de doce grandes virtudes que pueden resumirse en que brilla con un singular resplandor, en su propia generación, en la salutación del ángel, en la venida del Espíritu Santo y en la Concepción del Hijo de Dios. Es ejemplo de humildad, pues siendo su papel tan preponderante es nombrada pocas veces en los mismos evangelios.

viernes, 15 de agosto de 2014

SERMÓN SEXTO DE LA ASUNCIÓN




La plenitud de gracia de María implica tres cosas

 Salve, María, llena de gracia. La virginidad por sí sola no manifiesta la plenitud de la gracia. Por otra parte, no todos reciben este don. Dichosos los que no han manchado su ropa y están orgullosos, como nuestra Reina, de su virginidad. Pero, Señora, ¿sólo tienes una bendición? Bendíceme también a mí. Perdí para siempre aquella virtud y ya no puedo aspirar a ella. Me he podrido en mi propio estiércol y soy un auténtico animal. ¿Es que ya no tienes nada para mi? ¿Estoy condenado a vivir alejado de ti, porque no puedo seguirte a donde quiera que vayas? El Ángel busca a la muchacha que el Señor ha destinado para el hijo de su amo. Éste bebe de su cántaro y queda satisfecho de su propiedad natural. ¿Y no abrevas también a los camellos? Bebe el Ángel, porque no conoces varón; pues que beban también los camellos y participen así del triunfo de tu humildad. El Señor se ha fijado en su humilde esclava. La virginidad sin la humildad tiene de qué gloriarse, mas no delante de Dios. El sublime se fija siempre en el humilde y al soberbio lo trata a distancia. Concede gracia a los humildes y se enfrenta con los arrogantes. 
 Veo que tu tinaja no se ha llenado todavía con estas dos medidas. Se le puede añadir una más, y así, además del Ángel y los camellos podrá beber también el maestresala. Este buen vino que hemos guardado hasta ahora lo saca el Ángel para llevárselo al maestresala. Me refiero al Padre, que es el principio de la Trinidad y merece el nombre de maestresala. Así lo dice el Ángel, al ensalzar la fecundidad de María, que viene a ser la tercera medida: El que va a nacer de ti santo, será llamado Hijo de Dios, como si quisiera decir: Tú y él engendráis al mismo Hijo. 
RESUMEN
La pureza no debe ir unida a la soberbia sino a la humildad, de forma que también los seres imperfectos y los muy perfectos puedan gozar de ella. Este maravilloso vino debe ser compartido por todos con la mayor humildad. 

SERMÓN QUINTO DE LA ASUNCIÓN: SOBRE LA MISMA MATERIA

          (Castillo de Safita en Siria, antigua posesión templaria)

 Entró Jesús en un castillo. Lo que nuestro Señor y Salvador se dignó hacer entonces visiblemente, una vez y en un lugar concreto, eso mismo realiza ahora diariamente y de manera invisible en todo el mundo, en el corazón de los elegidos. Acabamos de escuchar el Evangelio: Jesús entró en un castillo y una mujer de nombre Marta lo recibió en su casa. Este castillo es el corazón humano, que antes de venir al Señor está bien guarnecido por el foso de la concupiscencia, y cerrado con el muro de la obstinación; y en su interior se levanta la torre de Babilonia. 
 Hay tres cosas indispensables en toda fortaleza: víveres para alimentarse, trincheras para defenderse y armas para combatir al enemigo. Así les ocurre a los habitantes de este castillo se alimentan del placer corporal y de la vanidad mundana; les protege la dureza de su corazón, de tal modo que apenas o nunca logran hacer brecha las flechas aceradas de la palabra de Dios. Y las armas que se ciñen para atacar al enemigo son las argucias de la sabiduría carnal. Por eso dice la Escritura que los que pertenecen a este mundo son más sagaces con su gente que los que pertenecen a la luz.
 Pero con la venida y visita de Cristo este castillo se desploma, y surge en su lugar otro nuevo, hermoso y espiritual. Se hace realidad aquella afirmación: El que está en Cristo es una nueva creación, pasó lo antiguo. Todo es nuevo. Extirpada la concupiscencia, brota un manantial inmenso de deseos. Ante su presencia el alma anhela lo celestial, con mucho más ardor que antes perseguía lo terreno. Se construye la muralla de la continencia y el baluarte de la paciencia. El cimiento en que se apoya esta obra es la fe, y va subiendo por el amor del prójimo hasta alcanzar el amor de Dios, que está en el plano superior y en las almenas de la muralla. Pues la continencia perfecta consiste en vivir unánimes con el prójimo y unidos por una misma fe; y evitar también el pecado, no por temor al castigo o por aplausos humanos, sino por amor exclusivo de Dios. Por eso el amor de Dios, es decir, el que él nos tiene, está en lo más alto de la muralla, con ello quiere indicar que ayuda en la lucha al que domina sus pasiones y que solamente con su gracia puede resistir las flechas incontables y terribles del enemigo.
 El baluarte de la paciencia tiene esa misma finalidad: hacer imposible al diablo cualquier clase de acceso por donde pueda atacar a la continencia. De este modo los que están protegidos por la paciencia y viven en continencia, pueden afirmar con el Apóstol: ¿quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación? ¿La angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? Fíjate que sólida es la muralla de los continentes. Ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni las potestades, ni otras fuerzas, ni lo presente ni lo futuro, ni el poderío, ni la altura ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.
 Pero llamemos a sus puertas, las puertas de la justicia, para que nos abran, y una vez dentro, veamos las grandes obras del Señor, exquisitas en todas sus decisiones. Allí, en la nueva montaña de Sión ha construido él mismo aquella torre evangélica, por la que suben al cielo, desde este valle de lágrimas, los santos que son humildes de corazón. Pero no suben por sí mismo, sino con la ayuda y la gracia de Dios, como lo dice el Espíritu Santo por el profeta David: Dichoso quien encuentra en ti su fuerza, y su corazón está decidido a subir. ¿Quieres saber dónde lo ha decidido? En este valle de lágrimas, es decir, en la humildad de esta vida. Más no olvida la gracia y añade: el legislador dará bendición. A continuación nos indica cuál es la meta de esta subida o a dónde conduce la gracia a los que ascienden: caminan de refugio en refugio hasta ver a Dios en Sión. Esta es la recompensa, el fin y el fruto de nuestro esfuerzo: ver a Dios. ¿Quién no va a preferir esta cosecha tan extraordinaria a todas las realidades visibles e invisibles? ¿Hay un pecho tan yerto que no se inflame con su deseo? Esta es la gracia que nos ofrece Juan Evangelista: De su plenitud todos nosotros recibimos gracia por gracia.
 Estas palabras nos indican que recibimos de Dios tres gracias distintas: la de la conversión, la que nos ayuda con la tentación y la que nos recompensa tras la prueba. Con la primera nos llama y comenzamos a caminar, con la segunda avanzamos y somos justificados, la tercera da la plenitud y la glorificación. La primera es el beneplácito, la segunda el mérito y la tercera el premio. Sobre la primera se dice que nosotros participamos de su plenitud. Y lo que sigue: gracia por gracia, se refiere a las otras dos, es decir, la recompensa de la gloria eterna está en relación con el mérito del esfuerzo en esta vida. Convenimos, pues, en que la gracia primera consiste en el muro de la continencia a que somos llamados. La segunda en escalar la torre que vamos subiendo; y la tercera, en la cumbre a donde llegamos. Cuando llegan aquí a esta cumbre, los que avanzan bien se convierten en morada y albergue para el Señor. De ellos dice la Escritura: Allá suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor. En ella están las sedes. 
 Mientras estaban en el muro de la continencia y en el campo de batalla podían ser atacados, y entonces Dios era conocido en Judá como el que ayuda. Pero cuando alanzan la posición desde la que pueden contemplar al Señor, su nombre es grande en Israel; su tienda está en la paz, su morada en Sión. Allí quebró las ráfagas del arco, el escudo, la espada y la guerra. Porque allí la carne ya no se rebela, sino que está sumisa al espíritu. Este es el lugar que deseaba ardientemente el Profeta cuando exclamaba: No daré sueño a mis ojos, ni reposo a mis párpados, ni descanso a mis ideas, hasta que encuentre un lugar para el Señor. Aquí ansiaba volar el que gritaba: ¡Quién me diera alas de paloma para volar y posarme!
 Tal vez alguien se interese por los habitantes de este castillo y quiera saber qué toman como alimento, cómo se protegen y qué armas usan en el combate. La respuesta más prudente parece ser ésta: lo mismo que los carnales se alimentaban con las obras de la carne, con mayor razón éstos se sustentan con los frutos del espíritu. Su manjar es, sin duda alguna, cumplir la voluntad del Padre omnipotente. Su comida es la palabra de Dios, alimento de todos los santos, sean ángeles u hombres. Así lo dice la Escritura: No de sólo pan vive el hombre, sino también de todo lo que procede de la boca de Dios. Su protección es -ya lo hemos dicho-el muro de la continencia y el baluarte de la paciencia. Las armas que esgrimen contra el enemigo las enumera el Apóstol: la coraza de la justicia, el escudo de la fe, el casco de la salvación y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios. 
 Nadie se extrañe de que la Palabra sea a la vez alimento y espada, ni lo crea imposible o absurdo. En el plano material cada cosa es distinta y tiene su propia finalidad. En el espiritual, en cambio, las realidades no son distintas ni tienen diversa finalidad, sino que todo lo encontramos en Dios, y Dios es todo en todo. ¿Se parecen en algo un pan y una piedra? Y si lo tomamos en sentido místico, ambas cosas significan lo mismo. A cristo se le llama pan y piedra: es el pan vivo, y la piedra rechazada por los constructores. Es una y otra cosa en sentido simbólico, no por su esencia. 
 Pero volvamos al tema. cuando entra Jesús al castillo lo reciben las dos hermanas, Marta y María, es decir, las facultades de hacer y de conocer. ¿Lo reciben o son recibidas por él? Sea lo que fuere, las beneficiadas son ellas, no Jesús. Porque Jesús, al venir a verlas, les regala a cada una lo más apropiado: fuerza y sabiduría; fuerza para obrar y sabiduría para conocer. Por eso el Apóstol predica la fuerza y la sabiduría de Dios.
 Pero ¿por qué es Marta la que recibe a Jesús al llegar y se afana en atenderle, y María, en cambio, se sienta a sus pies y se extasía con sus palabras? Porque la acción precede a la contemplación. Quien aspira a la sabiduría debe practicar antes con tesón las buenas obras. Así lo recomienda la Escritura: Hijo mío, si deseas la sabiduría, guarda la justicia y el Señor te la otorgará. Con tus decretos alcanzo inteligencia. Han purificado sus corazones con la fe. ¿Con qué fe? Con la fe que se traduce en amor. Marta, en su actividad, se muestra mu competente. Y María, cuando está sentada y en silencio, y no responde a los requerimientos, encarna la contemplación. Concentra toda su atención en la palabra de Dios; apura hasta la médula la gracia de conocer a Dios, lo único que le apasiona; desdeña todo lo demás y es insensible a las cosas exteriores, porque se siente gozosamente arrebatada a contemplar, dentro de sí misma, la dicha del Señor. He aquí aquella que susurra en el Cantar: Yo duermo, pero mi corazón está despierto.
 De dos maneras acoge Marta al Señor, y doble es el banquete que le prepara, porque también lo había rechazado antes de dos formas distintas. Las obras, efectivamente, que nos alejan de Dios son dos: la infamia y el delito. cometemos la infamia al pecar con nosotros, y el delito si va contra el prójimo. Y dos son, asimismo, las obras que nos lo devuelven: la continencia y la benevolencia. De este modo cada veneno tiene su contraveneno. Por eso está escrito: Igual que antes cedisteis vuestro cuerpo como esclavo a la inmoralidad y al desorden, para el desorden total, cededlo ahora a la honradez, para nuestra consagración.
 Marta se entrega y afana en preparar estos manjares; y quiere que María, esto es, su entendimiento y todas sus facultades interiores colaboren en esta tarea y les ayuden a perfecionarla. Y se queja de que su hermana no le ayude; mas no se queja a ella, sino que dirige su demanda al Señor: Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile que me eche una mano. Aquí observamos dos cosas: una especie de acusación y una muestra de honor para con el Señor. Al estar él presente, Marta no se atrevió a dirigirse a María, sino que le confió a él su queja, y trató directamente con el Señor a quien competía mandar cualquier cosa a su hermana. 
 No nos extrañe, pues, si alguno de los que trabajan y realizan una buena labor murmura del hermano que esté desocupado: el Evangelio nos dice que Marta lo hizo de María. Lo que nunca vemos es que María murmurara de Marta, por querer compartir su actividad. Sería incapaz de hacer bien ambas cosas: cumplir los servicios materiales y entregarse a los deseos internos de la sabiduría. Recordemos lo que dice de la sabiduría la Escritura: El que se libera de negocios se hará sabio. María se sienta, permanece inmutable, y no quiere interrumpir la paz del silencio para no perder el gozo sabroso de la contemplación. Además, interiormente el mismo Señor le está diciendo: Reposad y reconoced que yo soy Dios.
 Consideremos ahora los tres obstáculos que impiden la contemplación. El ojo de nuestra alma es la inteligencia. Lo mismo que con el ojo corporal vemos la luz y los objetos corpóreos, con el entendimiento percibimos a Dios, luz ilimitada y sin contornos, y todas sus realidades invisibles. Pero existe una diferencia entre el ojo interno y el externo: al externo se le aplica desde fuera la luz corporal para que vea; al interno, en cambio, se le infunde en el interior la luz del Creador, para que pueda discernir. Pero uno y otro tienen tres obstáculos a su capacidad de ver. Comenzaremos explicando lo que se refiere al ojo externo y visible, para que, pasando de lo visible a lo invisible, el argumento sea más fácil de comprender. 
 Puede ocurrir, pues, que ese ojo esté sano y normal, pero si no hay luz externa, no ve nada. Y al contrario si tiene luz, pero está irritado por una hemorragia u otro líquido, tampoco distingue los objetos. Otras veces suele suceder que está sano y hay luz, pero se le introduce una motita e impide su vivacidad. Así, pues, los tres obstáculos del ojo son: las tinieblas, cualquier clase de secreción o una mota que se le adhiere. Estos mismos son los que impiden la visión del ojo interior, aunque tienen otros nombres: lo que en uno llamamos tinieblas, en el otro lo calificamos como pecado. Lo s pecados afluyen a la memoria como a una letrina, y de ahí surgen los distintos humores. Y aquella mota de polvo, aquí es la preocupación de los negocios terrenos. He aquí las tres cosas que oscurecen el ojo de la inteligencia y le impiden contemplar la luz verdadera: las tinieblas de los pecados, el recuerdo de los mismos y la inquietud por los asuntos de la vida. 
 El Profeta se lamentaba de padecer la primera de estas dolencias, con estas palabras: Me abandonan las fuerzas y me falta hasta la luz de los ojos. Si estamos privados de la luz de la santidad, nos envuelven las tinieblas de nuestros pecados. También sentía las consecuencias del segundo mal y decía: Me retuerzo por el dolor que me produce la espina, es decir, el recuerdo de los pecados. Y de las preocupaciones dice así: en vez de pan como ceniza, la ceniza de la actividad en lugar del pan de la contemplación.
 Así, pues, quien desea fijar el ojo de la mente en la contemplación de Dios, antes debe purificarlo de estos tres obstáculos. Y al intentar hacerlo sepa que existe un remedio particular para cada una de estas enfermedades. Son: la confesión, la oración y el sosiego. María podía evitar de su intención el impedimento tercero: la inquietud de la actividad. Por eso, mientras Marta sirve, ella se sienta tranquilamente. 
 ¿Y qué dice el Señor en favor de María, cuando una se queja y la otra calla? Marta, andas inquieta y nerviosa en muchas cosas. Sí, te afanas en mil quehaceres: los de tu propia continencia y las necesidades ajenas. Para proteger las continencias practicas las vigilias, ayunas, castigas tu cuerpo. Y para ayudar a los otros trabajas sin descanso, con el fin de tener algo para el necesitado. Te afanas en mil cosas, cuando sólo una es necesaria. Si no estás integrada en ti misma al hacer todo eso, no agradarás a Dios que es el Único. Lo dice con toda claridad en otro lugar: no hay quien obre bien, excepto uno. Por eso, cuando se agitaba el agua de la piscina, sanaba uno. Y de aquellos diez leprosos curados, solamente uno se volvió alabando a Dios a voces. El Señor se quejó de los otros y ensalzó su gesto de gratitud con estas palabras: ¿No han quedado limpios los diez? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido quien vuelva para agradecérselo a Dios, excepto este extranjero? Pablo, por su parte, añade: todos los corredores cubren la carrera pero uno sólo se lleva el premio. Estas y otras citas de la Sagrada Escritura nos prueban con evidencia que el Señor se refiere a nuestra unidad cuando dice: Sólo una cosa es necesaria. 
 Pero tengamos muy en cuenta que existe la unidad de los santos, tal como lo indicamos con la Escritura, y la de los criminales, que la misma Escritura demuestra y rechaza. Recordemos algunos textos: se alían los reyes del mundo, y los príncipes conspiran a una contra el Señor y su Mesías. Se retiraron los fariseos para tener un conciliábulo y ver si lograban sorprender a Jesús con sus propias palabras. Los sumos sacerdotes y fariseos convocaron entonces al Consejo. ¿Con qué fin? Juan dice expresamente que decididos a matar a Jesús. El mismo Señor nos indica cuán pertinaz es la unión de los malvados cuando describe al santo Job el cuerpo del diablo: sólidamente soldados, están tan apretados entre sí, que ni un soplo puede pasar entre ellos; están pegados uno a otro, adheridos sin dejar fisura. 
 Esta unión o perversión suele ser frecuente en algunos hermanos que viven con tibieza y desgana. Si les pides que se esfuercen por una vida más honesta y virtuosa, prefieren derrochar todas sus energías y afrontar las mayores dificultades para rechazar esa propuesta, antes que desear conseguir con facilidad lo que es tan razonable. No existe unidad más perversa y detestable. 
 Excluyamos radicalmente esto de nuestros corazones y de nuestras palabras, y busquemos aquella otra unidad que es tan buena y propia de los buenos. también ésta tiene dos aspectos: por una parte santífica y por otra glorífica. Lo primero tiene carácter de mérito, lo segundo de premio. El mérito se refleja en aquel texto sagrado: la multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Y el premio en aquel otro: el que se une al Señor se hace un solo espíritu con él. Pero esto lo esperamos en el futuro, porque es más propio del mañana que del hoy en que vivimos; por eso esperemos recibirlo de Dios y por el momento prescindamos de ello.
 Practiquemos la unidad que santifica; esa que ahora nos es tan necesaria. Esa amabilidad tan deslumbrante que entusiasma al salmista: ¡ved qué dulzura, que delicia convivir los hermanos unidos! Y no contento con proclamar su belleza, proclama también su utilidad: porque allí manda el Señor la bendición y la vida. Ahora la bendición, y en el tiempo venidero la vida eterna. Esta es la unidad que tan vivamente nos recomienda el Apóstol: Esforzaos por mantener la unidad que crea el Espíritu, estrechándola con la paz. 
Este bien tan magnífico de la unidad lo deben fomentar los responsables de dos maneras: prometiéndola en sí misma y en el prójimo. En sí mismos por medio de la integridad, y en el prójimo por la conformidad. Toda criatura, y particularmente la racional, debe imitar al que es su origen. Nuestro Dios es uno como lo atestigua Moisés: escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios es solamente uno. Pero, a pesar de ser uno, idéntico a sí mismo e infinitamente perfecto e independiente, siente para con nosotros una gran bondad y nos ama haciéndonos todo el bien posible. Imitémosle estando unificados por la integridad de la virtud, y unidos al prójimo con los vínculos del amor. El apóstol Juan nos estimula a ella cuando trata del amor y dice: Como él es, así somos nosotros en este mundo. 
 Mas esta unidad, tan necesaria para todos, encuentra tres obstáculos: la presunción, el apocamiento y la ligereza. Los engreídos se jactan de poder lo que en realidad no pueden, o presumen de lo que no tienen. Pedro nos da un ejemplo típico de esto, momentos antes de la pasión de Jesús: Señor, estoy dispuesto a ir contigo incluso a la cárcel y a la muerte. Los apocados son el polo opuesto. También es Pedro quien los encarnó en otra ocasión: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Y los ligeros e inconstantes son los que viven a merced de la última teoría: hace un momento les agradaba una cosa y ahora la rechazan; y lo que eligen ahora lo abandonan dentro de unos instantes. 
 Pero poco vale enumerar estos vicios si no añadimos los remedios con que podemos curarlos. Persigamos, pues, a los enemigos de nuestra unidad y no desistamos hasta derrotarlos. Contra la jactancia presentemos la consideración de nuestra propia fragilidad, que es el remedio por excelencia para aniquilar esta detestable presunción. Contra la pusilanimidad apoyémonos confiados en la fuerza de Dios, y si no eres capaz de hacer algo por ti mismo lo podrás con su ayuda, y dirás con el Apóstol: Todo lo puedo en aquel que me conforta, Cristo. Y contra la superficialidad acude al consejo del anciano para evitar las teorías novedosas y peregrinas, y cumplir el precepto divino: Pregunta a tu padre y te lo contará, a tus ancianos y te lo dirán. 
 Hemos hablado de la unión de cada uno consigo mismo. Pasemos ahora a la unión con el prójimo. Se consigue de dos maneras: acercándonos al otro con amor y acogiendo el afecto que el otro nos ofrece. Los dos impedimentos para conseguirlo son la obstinación y la suspicacia. La obstinación no nos permite entrar en el interior del otro y la suspicacia impide creer que los otros nos aman. De este modo, ni nosotros amamos al otro, por nuestra obstinación, ni creemos que nos otros nos aman, por culpa de nuestra suspicacia. Y quien sufre las consecuencias es la unión que debemos tener con el prójimo. A esta doble enfermedad acude presurosa la caridad con un doble remedio: no buscar los propios intereses y fiarse siempre. El obstinado fomente esa caridad que no busca lo suyo y ame a los otros. Y el suspicaz practique esa caridad que todo lo cree, y esté firmemente convencido de que todos le aman a él. 

RESUMEN
Nuestra alma es como un castillo. Allí penetra Jesús, pero los habitantes de ese castillo se protegen con el placer corporal, la vanidad y la dureza de su corazón.
Cristo edifica un nuevo castillo. Se hace una muralla con la continencia y un baluarte con la paciencia. El cimiento sobre el que se apoya es la fe. El amor de Dios está en las almenas. De este modo la fortaleza es inexpugnable. Si se abren las puertas podremos disfrutar de las maravillas de Dios. Dentro del castillo hay una torre que sólo podemos subir por la gracia de Dios y guiados por la humildad. Recibimos como tres ayudas que son el muro de la continencia (para lo que tenemos que ser llamados), la segunda en poder escalar la torre y la tercera en llegar a su cima. La segunda y la tercera dependen de nuestros méritos. 
 Los habitantes del castillo se alimentan con cumplir la voluntad del Padre y con la palabra de Dios. Se protegen con la coraza de la justicia, el escudo de la fe, el casco de la salvación, y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios. Cuando hablamos espiritualmente, la espada y la palabra significan lo mismo. Antes de la sabiduría deben realizarse buenas obras, para que ésta llegue. La fe subyace en ambas. 
 Marta tiene dos obstáculos para ofrecer el banquete. El primero se llama infamia y son las cosas que hacemos contra nosotros mismos. El delito es lo que hacemos contra los demás. En definitiva, siempre volvemos a la importancia de la contemplación, con la sentencia de que "el que se libera de negocios se hará sabio". También debemos aceptar la murmuración abierta y explícita del ocupado en cosas materiales, frente al contemplativo, pues ya está debidamente expuesto en los Evangelios. 
 Tenemos una visión exterior y otra interior. A la interior le afecta el pecado, las consecuencias del mismo (que son como una espina o el depósito de una sentina) y la preocupación por las actividades diarias. Para el pecado tenemos la confesión, para el dolor de sus consecuencias la oración y para la preocupación por las molestias diarias, el sosiego.
 En realidad sólo la vida contemplativa, fundamentada en el agradecimiento a Dios, es necesaria. Nunca debemos olvidar que nadie es verdaderamente "bueno" sino Dios.
 Igual que existe la unidad de los hombres que desean la santidad, existe la unión de los malvados. Es una unión sin fisura alguna, dispuesta a resistir cualquier intento de virtud. 
 La unidad tiene dos aspectos, uno santífico y otro glorífico. El santífico es la unión de los hermanos, a la que podemos aspirar en nuestra vida terrena. El glorífico deberá esperar a la eternidad.
 La unidad debe fomentarse en sí mismo y en el prójimo. Encuentra tres obstáculos, que son la presunción, el apocamiento y la ligereza. Nos defendemos con nuestra fragilidad, la confianza en la fuerza de Dios y el consejo de los ancianos.
 La unidad con el prójimo se consigue acercándonos a los otros con amor y acogiendo el afecto que nos ofrecen. Los dos impedimentos para conseguirlo son la obstinación y la suspicacia. 

SERMÓN TERCERO DE LA ASUNCIÓN: MARÍA, MARTA Y LÁZARO


María, Marta y Lázaro


 Entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Hermanos, ¿por qué dice el texto sagrado que solamente una de las dos hermanas recibió al Señor, y precisamente la que parece menos perfecta? El huésped de Marta afirma expresamente que María ha elegido la parte mejor. Yo pienso que Marta era de más edad, y todos sabemos que las primeras etapas de la salvación piden más acción que contemplación. Cristo alaba a María, pero se deja obsequiar de Marta. Lo mismo que Jacob amaba a Raquel, pero sin saberlo él le dan primero a Lía. Y cuando se queja del engaño, se le replica que no es costumbre dar en matrimonio la más pequeña antes que la mayor.
 Y si piensas que la casa estaba sucia, comprenderás fácilmente por qué es Marta y no María quien acoge en ella al Señor. Aquel consejo del Apóstol: Glorificad a Dios en vuestro cuerpo, se refiere a Marta, no a María. Para Marta el cuerpo es un instrumento, y para María, en cambio, es un impedimento. Porque el cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda terrestre abruma la mente pensativa. ¿Y no abruma las manos laboriosas? Así, pues, Marta recibe en su casa al Salvador mientras vive en esta tierra. María, en cambio, medita cómo será recibida por él en el albergue eterno del cielo, no construido por hombres. Y me atrevo incluso a afirmar que también ella acogió al Señor, pero espiritualmente: porque el Señor es Espíritu.
  Marta tenía una hermana llamada María, que se sentó a los pies del Señor para escuchar sus palabras. Como ves, las dos acogen al Verbo, una en su carne y la otra en su palabra. Marta se distraía con el mucho trajín; hasta que se paró delante y dijo: Señor, ¿no te das cuenta que mi hermana me deja trajinar sola? ¿Es posible que también exista la murmuración en la casa donde se hospeda el Señor? Dichosa la casa y bendita la comunidad en la que Marta se queja de María. Y al contrario, sería una cosa muy rastrera y completamente injusta que María tuviera celos de Marta. Jamás leerás que María se queja de que Marta la deje sola en la contemplación.
 Jamás ocurra que él que se consagra a la contemplación desee la vida agitada de los hermanos que tienen algún cargo. Que Marta repita siempre que no puede con todo y que es incapaz de cumplir con su deber, y desee que se confíe a otros lo que ella administra.
 Ya conocemos la respuesta de Jesús: Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con muchas cosas. María tiene el privilegio de contar siempre con un abogado a su favor. El fariseo murmura de ella, su hermana se queda, y los discípulos la censuran. María opta por callar, y es Cristo mismo quien sale en su defensa: María ha escogido la parte mejor, y no se le quitará. Esto es lo único necesario, aquello que con tanta insistencia pedía el Profeta: Una sola cosa pido al Señor y eso es lo que busco.
 Hermanos, ¿qué significa escoger la parte mejor? ¿Podremos seguir afirmando la inferioridad de Marta dedicada a la administración, apoyándonos en aquel texto: es mejor la iniquidad del hombre que las buenas obras de la mujer? ¿Cómo se cumplirá, por otra parte, lo que dijo el Señor: a quien me sirva lo honrará el Padre, o el más grande de vosotros será vuestro servidor? ¿Puede servir de estímulo para la que se afana en el trabajo, zaherirla con ironía al ensalzar lo que hace su hermana? Yo creo que aquí ocurre una de esas dos cosas: se alaba lo que escogió María porque es algo que todos debemos preferir, en cuanto de nosotros depende; o se nos quiere decir que ella practicó las dos cosas, y no se adelantó a escoger una de ellas, sino que estaba siempre dispuesta a lo que el Maestro le ordenara. 
 ¿Ha existido un servidor de tanta confianza como David, siempre de aquí para allá, y atento a las órdenes del rey? Escuchadle: Mi corazón está dispuesto, sí, está dispuesto, una y dos veces, para holgarme contigo y servir al prójimo. Ésta es la parte mejor que nunca se le quitará. Esta la actitud ideal, que jamás abandonará, le envíes a donde le envíes. Los que sobresalen en el servicio se ganan un puesto disinguido. Tal vez consiuen otro mucho mejor los que se entregan seriamente a la contemplación de Dios. Pero lo ideal es ser perfectos en ambas cosas.
 Añadiría una pequeña observación, aunque sea penando mal de Marta: ¿estaría acaso convencida de que su hermana no hacía nada, cuando pidió que le ayudara? La persona que riñe a otra por dedicarse a la contemplación, es carnal y no acepta la manera de ser del Espíritu de Dios. Convénzase que la parte mejor es la que dura eternamente. ¿No resultará algo muy extraño encontrar un alma totalmente ajena a la contemplación divina, en un lugar donde esto es la única tarea de todos, el único deseo y la vida misma?
 Observemos atentamente cómo ha regulado el amor en esta nuestra casa las tres ocupaciones: la administración de Marta, la contemplación de María y la penitencia de Lázaro. Las tres deben hallarse en toda alma perfecta; sin embargo cada uno siente preferencia por alguna de ellas: éste se entrega a a la contemplación, aquel al servicio de los hermanos y el otro a llorar su vida pasada como los leprosos que viven en los sepulcros. María esté absorta en la meditación piadosa de su Dios; Marta sea todo misericordia y compasión hacia el prójimo y Lázaro se mantenga en la humildad y desprecio de sí mismo.
 Que cada uno busque el lugar que le pertenece. Si se encontrasen en esta ciudad tres varones: Noé, Daniel y Job, por ser justos salvarán ellos la vida -oráculo del Señor-. Pero no no salvarán a sus hijos ni a sus hijas. No pretendo adular a nadie, ni que nadie se engañe a sí mismo. Los que no tienen ningún cargo, ni se les ha confiado alguna ocupación especial, permanezcan sentados a los pies de Jesús con María, o con Lázaro en el sepulcro. Que Marta se afane y se preocupe de mil cuidados. Tú, en cambio, que estás libre de todo eso, opta por una de estas dos cosas: vivir tranquilo y hacer del Señor tu delicia. Y si todavía no eres capaz de esto, no te vuelques al exterior, sino vive dentro de ti mismo, como el Profeta.
 Lo vuelvo a repetir para que nadie alegue después ignorancia. Si no tienes que construir el arca o dirigir su mundo sobre las olas, procura ser un hombre de deseos como Daniel, o un hombre de dolores acostumbrado a sufrimientos como Job. De lo contrario, el que te quiere ver candente y abrasado en el juego del amor, por contemplándole a él, o frío y apagando las flechas incendiarias del enemigo con el agua de la compunción te escupirá de su boca porque eres tibio y le produces náuseas. María, por su pare, también debe saber que intente ser de fiar, como se pide a los encargados. Y será fiel si su intención es pura, es decir, si no busca su propio provecho, sino el de Jesucristo, y si su actividad está bien ordenada, esto es, si no hace su propia voluntad, sino la del Señor.
 Algunos no son generosos y ya han cobrado su paga. Otros se dejan llevar de sus impulsos, y contaminan todo lo que ofrecen con las huellas de su propia voluntad. Acudamos al canto nupcial y veamos cómo llama el esposo a su esposa, y no omite ni añade nada a estas tres cosas: Levántate, corre, amada mía,  ¿Qué mejor amiga que la que está atenta  a los intereses del Señor y le entrega generosamente su vida? Siempre que interrumpe sus preocupaciones espirituales por uno de sus pequeñuelos, le está dando su vida. ¿No es hermosa la que refleja a cara descubierta la gloria del Señor, y se va transformando en su imagen con resplandor creciente por el Espíritu del Señor? ¿Y no es paloma la que gime y llora en los huecos de la peña o en las grietas del barranco, encerrada en una losa?
 Dice el Evangelio que una mujer, llamada María, lo recibió en su casa. Aquí se refiere claramente a los hermanos que movidos de amor fraterno, se dedican a diversos servicios. ¡Ojalá fuera yo un encargado digno de fiar! ¿A quiénes mejor que a los prelados se les puede aplicar las palabras del Señor: Marta, María, qué inquieta andas? Suponemos que presiden con toda diligencia. Pero ¿quién está más disperso en mil asuntos que aquel que debe atender a María en su contemplación, a Lázaro en su penitencia, y a los demás con quienes comparte sus tareas? Ahí tienes a Marta inquieta y nerviosa con muchas cosas.
 Estoy pensando en el Apóstol, que exige un gran celo a los prelados, y se preocupa de todas las Iglesias. ¿Quién enferma sin que yo enferme? ¿Quién cae sin que a mí me dé fiebre? Que Marta reciba, pues, al Señor en su casa, porque le han confiado su cuidado. Es la mediadora para obtener la salvación y la gracia para ella misma y para sus súbditos. Lo dice la Escritura: Que los montes traigan paz para su pueblo y los callados justicia. Y que todos sus colaboradores lo reciban también según su propio ministerio. Que todos reciban a Cristo: que todos sirvan a Cristo. Asístante en sus miembros: éste en sus hermanos débiles, aquél en los obres y el otro en los huéspedes y peregrinos. 
 Mientras éstos se entregan a diversas tareas, dedíquese Marí a contemplar y a experimentar qué suave es el Señor. Procure sentarse con el espíritu ferviente y el alma sosegada a los pies de Jesús, mirándole sin cesar y escuchando las palabras, porque es una delicia para los ojos y melodía para el oído. De sus labios fluye la gracia y es el más bello de los hombres. Más aún: su gloria supera a la de los ángeles.
 Gózate, pues, María y vive agradecida por haber escogido la mejor parte. Dechosos los ojos que ven lo que ves tú, y los oídos que oyen lo que oyes tú. Dichosa tú que percibes el murmullo divino en el silencio, donde es bueno para el hombre esperar la salvación del Señor. Busca la sencillez, evitando de un lado el engaño y la falsedad, y de otro la multiplicidad de las ocupaciones. Y escucharás las palabras de aquel cuya voz encanta, y cuya fitura embelesa. Procura, sobre todo, no fiarte de ti mismo, ni tenerte en más de lo que debes, no sea que te ofusque la luz y andes a tientas, engañado por ese demonio del mediodía del que ahora no es el momento de hablar,
¿Pero dónde se ha quedado Lázaro? ¿Dónde lo pusisteis?Pregunto a sus hermanas que le sepultaron con la predicación y el servicio, el ejemplo y la oración. ¿Dónde, repito, le pusisteis? Está enterrado en la fosa, yace bajo una losa: es muy difícil encontrarlo. reservemos, pues, para este difunto de cuatro días un cuarto sermón, y a ejemplo del Salvador, escuchemos que el que amas está enfermo y quedémonos hoy aquí. 

RESUMEN
Marta significa la vida activa. María la vida contemplativa. Las dos acogen al Señor: una en lo material y la otra en lo espiritual. Queda claro que es mucho más importante la vida contemplativa. ¡Pobre comunidad en la que los monjes o monjas desean la vida de cargos, de cosas materiales, sobre la pura contemplación! Es difícil concebir que Marta no valorara la contemplación, pues entre personas dedicadas a lo espiritual está muy claro el valor supremo de tal práctica. En realidad, podemos vivir de tres maneras distintas: al servicio de los hermanos, en la vida contemplativa o en la penitencia y llanto por nuestros pecados. Lo más aconsejables es vivir tranquilamente en las delicias del Señor, pero si no somos capaces de esto, por lo menos no nos volquemos hacia el exterior. Los prelados deberían tomar nota de estas distintas actitudes y no olvidar nunca que, siendo todo importante, "María escogió para sí la mejor parte".