EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

martes, 18 de febrero de 2014

EL CÁNTICO DE EZEQUÍAS


EL CÁNTICO DE EZEQUÍAS
1. Los traidores y sanguinarios no cumplirán ni la mitad de sus años. Se estancarán en su decrepitud hasta la muerte, y esto porque no temen a Dios. Pero el que con el temor de Dios se inicia en la sabiduría, alcanza muy pronto la edad madura y grita atemorizado: Estoy a las puertas del infierno. El temor del infierno lo aleja del mal y comienza a consolarse en el bien, porque es preciso estar satisfechos de uno u otro modo. El consuelo que se siente con la esperanza de la salvación eterna es muy bueno. Quita los pecados que le separan de Dios, y la gracia divina la infunde nueva vida y entusiasmo. 
 A medida que progresa, es decir, que vive fervientemente unido a Cristo, le sobrevendrá sin remedio la persecución, como lo afirma la Escritura. Este gozo recién estrenado se convertirá en tristeza, y la dulzura que acaba de probar con la punta de los labios se transformará en amargura. Podrá decir: El júbilo de mi cítara se ha vuelto llanto, y mi canto una lamentación. Las lágrimas que derrama ahora por la dulzura que ha perdido, son mucho más amargas que aquellas otras de antes por el dolor de sus pecados. Y esta desolación se prolongará hasta que Dios se compadezca y vuelva a consolarle. Al recobrar la paz comprende que esta tentación no ha sido un abandono, sino una prueba. Una prueba que le ha servido de instrucción, no de destrucción. Lo dice la Escritura: Lo visitas por la mañana, y en seguida lo pones a prueba. Por eso, al tomar conciencia del fruto de la tentación, en vez de rehuirla la desea y dice: Escrútame y ponme a prueba. 
 Con estas continuas alternativas de las visitas de la gracia y las pruebas de la tentación va progresando en la escuela de la virtud. La visita de la gracia le impide desfallecer, y la tentación le aleja de la soberbia. Este ejercicio purifica su mirada interior, y surge de repente la luz. Desea ardientemente perderse en ella, pero el peso de su cuerpo se lo impide y, muy a pesar suyo, se repliega de nuevo hacia sí. Sin embargo, ha probado ya un poco de la bondad del señor, y vuelve a su casa con este buen sabor en el paladar de su corazón. En adelante ya no aspirará a recibir dones, sino al mismo dios en persona. Ésta es esa caridad que no busca sus propios intereses. Ella hace que el hijo no se preocupe de sus cosas, sino de amar a su Padre. el temor, al contrario, fuerza al siervo a buscar sus propias comodidades, y la esperanza impulsa al obrero a mayor salario. 
2. No hay duda de que Ezequías pasó por estos dos grados y lo advierte a los que vinieran detrás: En la mitad de mi vida me encuentro ya a las puertas del Abismo. Como si dijera: cuando dejé la imagen del hombre terrestre y quise comenzar a llevar la imagen del celeste, penetrado del temor de Dios, como dice la Escritura, grité: Estoy a las puertas del Abismo. Mas este temor no me llevó a la desesperación: reclamé el resto de mis años, para comenzar a vivir para mí, ya que hasta entonces había vivido contra mi. Y lo reclamé al que dijo: Sin mí no podéis hacer nada. Sin él no podía ni volver ni dirigirme hacia él, porque soy un aliento fugaz que no torna.
 Reclamé, pues, el resto de mis años. Lo recibí-jamás niega nada el que nos incita a buscar-y comprobé inmediatamente qué razón tenía el sabio al decir: Hijo, si te entregas al servicio del Señor, mantente temeroso y prepárate para la tentación. Acometido por las tentaciones y sin esperanza de alcanzar esa salvación que había acariciado, dije: Ya no veré más al señor en la tierra de los vivos, como había presumido en mi prosperidad. Porque cuando me sentía feliz dije: no vacilaré jamás. Sin reconocer que era tu voluntad y no mi capacidad la que me aseguraba el honor y la fuerza. Por eso escondiste tu rostro y quedé desconcertado, porque ya no podría ver al Señor dios, es decir, al Padre en la tierra de los vivos.
 Ni veré tampoco al hombre, esto es, al Hijo, de quien se dice: es un hombre y ¿quien lo conoce? Ni al que vive en la paz, o sea, el Espíritu Santo, de quien está escrito: ¿Sobre quién descansará mi Espíritu sino sobre el mando y el humilde?
3. Y añade: Me han arrancado y arrebatado mis hijos, es decir, las buenas obras que había comenzado a engendrar con espíritu de temor. Y pueden decir de nuestra alma: La madre de muchos hijos quedó baldía. Sí, me han arrancado y arrebatado toda esta santa descendencia, como a una tienda de pastores. La tenía prestada para un tiempo, no en propiedad perpetua. Por eso continúa: Mi vida ha sido cortada como por un tejedor, para que aprenda que los progresos de mi vida no dependen de mis fuerzas, sino de mi creador, como una tela en manos del tejedor. Estaba yo tramando mi vida, es decir, comenzando, y me cortan la trama: casi en un mismo instante me lo dio y me lo volvió a quitar.
 Es cierto que me faltaron las fuerzas, pero no me abandonaron, para que no se dijera que el que había comenzado aquello era incapaz de terminarlo. ¿Cabe aún más? Muy pronto experimenté que la fuerza se realiza en la debilidad, y puedo añadir: me vino muy bien la humillación. Me di cuenta de que me acabarías en un día y una noche, es decir, que me llevarías a la perfección. Mi perfección no se basa solamente en la mañana de tu visita o en la tarde de la prueba, sino en ambas. ¡Necio de mí, que sólo esperaba hasta el amanecer! David dice: Desde la vigilia de la aurora hasta la noche confíe Israel en el Señor. Y como era tan débil mi esperanza, me quebró los huesos como un león, es decir, desbarató toda la confianza que tenía en el futuro fiándome en el apoyo de la gracia. ¿Quién los quebró sino nuestro enemigo el diablo, que ruge como un león buscando a quien devorar? Humillado y bien probado ya con esta tortura, te ruego, señor, que me completes desde la mañana hasta la noche. Porque la mañana y la tarde hacen un solo día. 
4. Por eso he aprendido a bendecir al Señor en todo momento, por la mañana y por la tarde; y no como aquel que sólo te alaba cuando le haces el bien, ni como aquellos que creen por algún tiempo, pero en el momento de la prueba desertan. Yo repito con los santos: Si recibimos bienes de manos del Señor, ¿por qué no hemos de soportar los males? Por la mañana piaré como un polluelo de golondrina, y por la tarde gemiré como una paloma. Cuando me sonría la mañana de la gracia revolotearé y cantaré lleno de gratitud por la visita; y cuando caiga la tarde no me faltará el sacrificio vespertino, y a ejemplos de la paloma derramaré lágrimas de dolor. De este modo toda mi vida será para el Señor: al atardecer nos visita el llanto y por la mañana el júbilo. Tragaré la tristeza de la tarde, para saborear un gozoso amanecer. Tanto agrada a Dios el pecador arrepentido como el justo fervoroso. Y lo mismo le desagrada el justo ingrato como el pecador empedernido.
 Me explicaré con otras palabras: como el polluelo de la golondrina iré de aquí para allá ocupado en los oficios de Marta, dándome de buena gana a cuantos padecen necesidad. Y gemiré como una paloma, doliéndome de los obstáculos que encuebntro y de lo que me queda por hacer. 
 Esto es lo que haré por la mañana y por la tarde, es decir, primero una cosa y después otra. así lo dijo Labán en figura de ambas vidas: No es costumbre dar primero en matrimonio a las más jóvenes. Aunque podemos pasar indiferentemente de una a otra: Si duermo, digo: ¿cuándo me levantaré? Y en seguida espero la tarde. Cuando reposaba en la tarde de la contemplación, deseaba la mañana para ponerme en movimiento; y fatigado de las ocupaciones, suspiraba por la tarde para entregarse gustoso al ocio de la contemplación. 
5. También se podría interpretar el gorjeo del polluelo como símbolo de los que cantan salmos en la iglesia, y el arrullo de la paloma como los suspiros de la oración privada. Mas el verso que sigue nos hace preferir otra aplicación intermedia: Mis ojos, mirando al cielo, se consumen. Puede significar que su mirada se hace más sutil a fuerza de mirar al cielo y contemplar los misterios más sublimes y profundos. O también que están extenuados y con menos capacidad de penetración. Lo leemos también en los salmos: Mis ojos se consumen ansiando tus promesas. Cuando me acuerdo de dios gimo, y meditando me siento desfallecer. En cualquiera de los dos sentidos siempre se trata de la contemplación.
 Sin embargo, la segunda parece concordar mejor con lo que sigue: ¡Señor, padezco violencia¡ Es decir: no me aparto y alejo espontáneamente de la contemplación, sino a la fuerza; porque el cuerpo mortal es lastre del alma y la tienda terrestre abruma la mente pensativa. ¡Sal fiador por mi! Tú, mi creador, que conoces la condición de mi naturaleza. Y si se debe a mis pecados y malas costumbres, no a mi naturaleza, sal fiador por mí también en ese caso: clava mis pecados en la cruz y bórralos con tu sangre, para que nada impida mi contemplación. Mas, ¿qué diré o qué me responderá, si es él quien lo hizo? ¿A qué otro puedo dirigirme, o quién saldrá fiador por mí, si es él, sólo él, quien me ha puesto esta dificultad, más aún, esta imposibilidad, con aquella sentencia: Comerás el pan con el sudor de tu frente?
6. Tal vez, en lugar de es él quien lo hizo, haya que leer soy yo quien lo hice. En ese caso se reprocha a sí mismo de haber querido culpar al Creador quejándose de la naturaleza, y todo se lo imputa a sí mismo y a sus pecados: ¿Qué diré o qué me responderá si soy yo quien lo hice? Es decir, lo que sufro lo merezco por mi pecado. Sólo puedo hacer una cosa: Repasaré ante ti todos mis años con amargura de mi alma. No soy digno de pensar en ti con dulzura. Haré lo único que me es posible: pensaré en mi mismo con amargura de mi alma. Habitas en una luz inaccesible, y no puedo fijar mucho tiempo el débil dardo de mi mente en el rayo de tu fulgor. Por eso, vuelvo deslumbrado a las tinieblas habituales y constantes de mi vida pasada. No para volcarme en ellas con un placer mortal, sino para castigarlas y repasarlas con amargura de mi alma. 
 Mejor hubiera sido, a ser posible, que yo hubiera revivido lo que antes viví mal. Pero ya es imposible; al menos repasaré ante ti todos mis años, con amargura de mi alma. Lo que no puedo hacer con mis obras lo haré con mi pensamiento. Los repasaré ante ti, porque contra ti sólo he pecado. Cuando yo me condene, tú me justificarás. Y al juzgarme triunfará tu misericordia. Ya lo he repasado muchas veces; pero como no he reparado aún bien todo lo que me puede servir de obstáculo, quiero repasar todo eso de nuevo con amargura de mi alma. Hasta extirparlo de tal modo que jamás vuelva a estorbarme. 
7. Y confío que este ejercicio me será provechoso. Si eso es vivir, más aún, porque eso es vivir, no en la carne sino en el espíritu, y en eso consiste la vida de mi espíritu: cuanto más insista en conocerme a mi y en contemplarte a ti, más me corregirás y más me darás. Me corrijo cuando me examino y me arrepiento; y recobro nueva vida cuando me elevo y te contemplo un poco. Me corriges haciéndome más transparente a mí mismo; y con tu presencia me renuevas la vida. Tu vida me es indispensable, porque en la paz hallo la más terrible amargura. 
 Al principio de mi conversión experimenté la fuerte amargura de mis pecados, y exclamé: Estoy a las puertas del infierno. A medida que avanzaba en la conversión,  el terror aumentaba mi amargura, y dije: Ya no veré más al Señor en la tierra de los vivos. Mas cuando la penitencia ha expiado los pecados y han cedido los temores que solían invadirme, tengo que soportar una paz empapada de la más cruel amargura por la ausencia de la contemplación. 
 Pero tú, Señor, además de perdonar mis pecados y de ayudarme a superar las tentaciones, me concedes también ahora el gozo de tu salvación. Eso dice el verso siguiente: Tú agarraste mi alma para que no pereciera bajo los ataques de los vicios y el furor de las tentaciones. Volviste a la espalda todos mis pecados, por tu infinita misericordia. 
8. ¡Estupendo! Porque el infierno no te ensalza, y estuve a punto de caer allí empujado por violentas tentaciones. De hecho, si el Señor no me hubiera auxiliado, ya estaría yo en el infierno. Tampoco la muerte te glorifica, y yo fui su esclavo cuando estaba muerto por sus pecados. Ni esperan en tu fidelidad los que bajan a la fosa, es decir, los que han probado la dulzura de la contemplación y caen en la fosa de la desesperación. El destino de los que permanecen en el pecado, y no se convierten, es la muerte. La suerte de los que sucumben a las tentaciones después de haber recibido el perdón, es infierno. Y la fosa está reservada para los que han saboreado la contemplación y desesperan. Cuanto más alto se sube, más grave y desastrosa es la caída. 
 Es cierto, el infierno no te ensalza, o sea, los convertidos que sucumben a la tentación. Tampoco te glorifica la muerte, es decir, los que no se han convertido ni han confesado sus pecados, sino que se alegran de hacer el mal y se gozan en todo lo peor. El muerto prácticamente ya no existe, y es incapaz de hacer una confesión. Pero ni los que bajan a la fosa esperan en tu fidelidad: de las cumbres de contemplación de Dios se ha precipitado a la sima de una profunda incredulidad. Esto ocurre al dejarse invadir de una excesiva tristeza, después de experimentar tan inmensa alegría. 
 Los vivos, los vivos son quienes te dan gracias. Se puede vivir físicamente y estar espiritualmente muerto. Y se puede estar física y espiritualmente muerto. Ninguno de esos te ensalzará ni alabará. Los vivos, los vivos que te dan gracias, son los que tienen la vida física y espiritual. Esos te darán gracias, como yo ahora. Yo, por tu gracia, espero disfrutar de ambas vidas. Y sigue:
9. El padre enseñará a sus hijos tu verdad. La verdad no se revela al esclavo, porque el siervo no sabe lo que hace su amo. Tampoco el asalariado merecerá contemplarla, porque sólo busca su propio interés. al hijo, en cambio, el padre le enseña su verdad y escucha su respuesta: Padre, no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. El esclavo conoce el poder de Dios, el asalariado la felicidad y el hijo la verdad. Esto no quiere decir que sean realidades distintas en Dios, en el cual se identifican el poder, la felicidad y la verdad. Pero la criatura conoce a su Creador de diversas maneras, según sean sus relaciones con él. Es santo con el santo y sagaz con el asturo. Escucha a tu propio Hijo: ¡Sálvame, Señor! ¿Por qué? ¿Teme abrasarse en el infierno o perder el premio? No; sólo desea tocar nuestras arpas todos nuestros días en la casa del Señor. No busco la salvación, dice, para escapar de las penas o reinar en el cielo. Lo que quiero es alabarte eternamente con aquellos de quienes se dice: Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre.
 El esclavo dice: Estoy a las puertas del infierno. El asalariado: Ya no veré más al Señor en la tierra de los vivos. Y el hijo: Tocaremos nuestras arpas todos nuestros días en la casa del Señor. O aquello otro que es igual: Abridme las puertas de la justicia, y entraré para dar gracias al Señor. El que teme ir a las puertas del infierno y el que desea ver a Dios para descansar, busca su propio provecho. En cambio, quien asnsía cantar himnos en la casa del Señor, no rehúye los peligros que le acechan ni busca ganancias, sino que le ama de verdad y sólo quiere alabarle durante toda su vida. Bien merece que se ensalce eternamente al que vive y reina por todos los siglos. Amén. 
RESUMEN
Tras el temor de Dios comienzan las tentaciones y la sensación de abandono. Debemos considerar todo ello como una prueba y una lucha en busca de la perfección. Estamos en manos de un tejedor y debemos confiar en él. Vivimos entre la acción y la contemplación. Podemos considerar como violencia a todo lo que nos aleja de la mente contemplativa. Debemos repasar todo lo que nos ha apartado de Dios y asimilar así la amargura de nuestra alma. Superados el alejamiento de Dios, rechazando las tentaciones, nos queda la penuria de vivir sin contemplación. También están los que han disfrutado de la contemplación pero caen en el abismo. Están física y espiritualmente muertos. Podemos amar a Dios como un esclavo, como un asalariado o como un hijo. Sólo esta opción, desinteresada, es lógica y aceptable para el espíritu. 

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