EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

miércoles, 29 de enero de 2014

¡CÓMO NOS ENGAÑA LA VIDA!


¡Cómo nos engaña la vida!


1. ¡Cuán cierta es esta sentencia, hermanos: La vida del hombre en esta tierra es una tentación! Sí, esta vida es una mentira, que se manifiesta de mil maneras. Para burlarse del hombre cambia de rostro y de voz: lo mismo afirma que niega, y sin el menor sonrojo. Cuando habla de su largura, dice a cada uno una cosa distinta. Más aún, a la misma persona, según los momentos, le hace proposiciones contradictorias y opuestas. Tan pronto se lamenta de su brevedad como sueña que va a ser larguísima. Mientras se deleita en el pecado gime a voz en grito por su brevedad. Esta brevedad, sin duda, es cierta; lo que no es auténtico es el gemido, pues eso que recuerda con tristeza debería ocasionarle una inmensa alegría.
 En realidad esto le viene muy bien al que se obstina en semejante actitud. Si la voluntad no sabe dominarse en el mal, que le ponga al menos un límite la necesidad. Al que siempre está muriendo en su alma le conviene morir cuanto antes en su cuerpo. Más aún: más le valdría a ese hombre no haber nacido. El recuerdo mismo de la fugacidad de esta vida debe ser más un freno que un estímulo para pecar. Lo dice la Escritura: Acuérdate de tus últimos momentos y nunca pecarás. 
 El pecado reina en ti, e incluso tu mayor placer es servir al pecado, hasta el punto de angustiarte el poco tiempo de que dispones para servirle. Tanto amas el camino ancho, que desearías alargarlo lo más posible si pudieras. Tú, en cambio, tenlo por cierto que estás muy lejos del reino de Dios, y que has hecho un contrato indisoluble con la muerte y un pacto con el infierno. 
2. Dice el Profeta que erraban por la soledad y el desierto, y no encontraban el camino de una ciudad hospitalaria. Esta soledad es la de los soberbios, porque se consideran los únicos y quieren que todos los tengan como únicos. Es inteligente no soporta ningún compañero. Es hábil en los negocios del mundo, y no quiere ver otro como él. Es rico y se retuerce al ver que otro se enriquece. Es fuerte o atractivo, y con sólo ver a otro parecido se derrumba. Es un solitario, pero equivocado. Camina sin rumbo por su soledad, y le será imposible vivir solo en la tierra. No es extraño que al hablar de esta soledad, el salmo añada "el desierto": en la soledad y en el desierto. En la soledad suele faltar el agua, y los desiertos son ordinariamente estériles y áridos. Así ocurre también con la soberbia: siempre le acompaña la impenitencia. El corazón altivo es duro y sin piedad, ignora la compunción y está reseco porque le falta el rocío de la gracia espiritual. Dios se enfrenta con los arrogantes, pero concede gracia a los humildes. Y el Profeta añade: de los manantiales sacas los ríos, sus aguas fluyen entre los montes. Por eso llora amargamente de sí mismo: Mi alma es para ti como una tierra reseca. 
 Por otra parte la falta de agua no sólo trae aridez, sino también suciedad, pues no hay con qué lavarse. Y el corazón humano que no sabe llorar se vuelve inevitablemente duro e impuro. Cada noche, dice un salmo, lloro sobre el lecho, para borrar las manchas de mi conciencia. Riego mi cama con lágrimas, para que no me ocurra lo mismo que a aquella semilla que cayó en las rocas, y al brotar se secó por falta de humedad. 
3. Erraban por la soledad y el desierto y no encontraban el camino de una ciudad hospitalaria. Se perdieron porque iban por la estepa y sin caminos. El camino ancho no es un auténtico camino. Una característica esencial del camino es la rectitud; la anchura, en cambio, es más propia de la meseta que del camino. 
 Así es la vida abierta a los vicios: tiene unos márgenes muy amplios porque carece de ellos. En realidad no se puede llamar vida cuando su meta es la muerte. Lo dice el Apóstol: Si vivimos según los bajos instintos, moriremos. Tampoco el rodeo es un camino; y sin embargo, ése es el camino de los impíos, como dice la Escritura: Los impíos no cesan de dar vueltas. Es un camino ancho, que no tiene ningún margen ni a la derecha ni a la izquierda, y no sabe de leyes ni de transgresión. 
 A estos engendros de la incredulidad, entregados sin reservas a los placeres carnales y a su propia voluntad, la mentira de la vida les dice en confianza que es muy breve. Y esto para que se entristezcan a nivel sensible, y vean que tanto ellos como su jefe disponen de muy poco tiempo y se lancen con más ansia a toda clase de placer; ved cómo los lo dicen aquellos otros: No se nos escape la flor primaveral; ciñámonos coronas de capullos de rosas antes de que se ajen; que no quede pradera sin probar nuestra orgía; que todos conozcan nuestros desenfrenos; dejemos en todas partes recuerdos de nuestra lascivia, porque ésta es nuestra suerte y nuestro sino. O con aquella otra frase aún más expresiva: Comamos y bebamos, que mañana moriremos. 
 Eso mismo les dirá mañana su misma injusticia, porque los que no han seguido el camino de una ciudad hospitalaria, tampoco aquí tendrán una ciudad permanente. Cuanto más se enfrascan en el pecado más enloquecen. De hecho, cuando comienza a horrorizarles el recuerdo de la muerte y tiemblan ante la espera terrible del juicio, su vida mentirosa les engaña haciéndoles creer que es muy larga. Y de este modo, lo mismo se deprimen al verla tan breve para pecar, como la ven tan larga que se imaginen poder consumir todavía largos años en el pecado, y disponer de tiempo suficiente para hacer penitencia de ellos.
 Pero si no se arrepienten les ocurrirá como a los otros: les llegará el temor que recelaban; y mayor aún de lo que recelaban. Transcurrirá como un rayo el tiempo de los desvaríos, y les sucederá el tiempo, o más bien la eternidad de los momentos. Lo mismo a éstos: cuando están diciendo paz y seguridad, entonces les caerá encima de repente el exterminio. Y no alcanzarán ni la mitad de los días que soñaban vivir, ni la mitad de los que se prometían disfrutar. 
4. De vosotros, hermanos, no temo ni la vana tristeza por la brevedad real de esta vida, ni el falso consuelo de una imaginaria largura. Estoy convencido de que ya estáis en camino hacia una ciudad hospitalaria, y que no avanzáis por el desierto, sino por el camino. Lo que sí temo es otra cosa muy distinta: que la vida os engañe con su largura, y esto no para animaros, sino para sumiros en el desaliento. Sí, temo que alguno piense que aún le queda mucho tiempo de vida y un largo camino por delante, y esto deprima su espíritu pusilánime y se crea sin fuerzas suficientes para soportar tantas y tan grandes pruebas.
 ¿Es que los consuelos de Dios no alegran las almas de los elegidos en proporción a las penas que soporta su corazón? Ahora es cierto que están proporcionados a los sufrimientos, y por tanto, se nos dan con medida. Pero después ya no habrá consuelos sino alegría perpetua a su derecha. Hermanos, deseemos esa mano derecha que nos abrazará a todos. Suspiremos por esa alegría de tal modo que el tiempo nos parezca breve -como realmente es-y nuestros días se nos hagan poquísimos comparados con ese amor tan infinito. Los sufrimientos del tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria que va a revelarse en nosotros. ¡Qué promesa tan gozosa! ¡Abracémosla con todas nuestras ansias!
 Allí no seremos unos espectadores fríos y amorfos. Aquella gloria no será algo externo a nosotros, sino que se manifestará en nosotros mismos. Veremos a Dios cara a cara; mas no fuera de nosotros, porque estará en nosotros como quien está todo en todos. Esta gloria llenará toda la tierra, ¡cuánto más el alma! Nos saciaremos de los bienes de tu casa, dice el salmista. ¿Y por qué digo que la gloria no será algo externo, sino interior a nosotros? Porque ahora ya está en nosotros, y entonces se manifestará: Ya somos hijos de Dios, pero todavía no sé lo que seremos. 
5.Hermanos míos, si es verdad que no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, reconozcamos los dones que Dios nos hace. Me atreve a deciros que ya nos ha dado todo. Si no me creéis a mí, creed al menos al Apóstol: Aquel que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo es posible que con é no nos lo regale todo? Esta es la gracia de los hijos de Dios, la que él concede a los que le reciben. Esta la gloria de cada creyente: la gloria de ser adoptados por el Padre; concedida por aquel cuya gloria hemos contemplado, gloria del Hijo Único del Padre. Escucha la realidad de esa gracia: Todo es posible para quien tiene fe. 
6. Sin embargo, me dirás, todavía me inquietan y me atacan abiertamente muchas cosas. Me extraña que me digas que ya nos ha dado todo, cuando casi nada se adapta a mis deseos. Algunas cosas parece que nos sirven, pero con nuestro esfuerzo y después de servirles nosotros a ellas. Los mismos animales nos resultan inútiles si antes no los alimentamos, domesticamos y cuidamos. La misma tierra, que debía ser nuestra frente. E incluso, después de cultivarla, nos produce cardos y espinas. Lo mismo ocurre con todas las demás si las supera con creces a lo que nos dan. Sin hablar de las que están siempre dispuestas a dañarnos, como el fuego a quemarnos, el agua a sumergirnos o las fieras a destrozarnos.
 Sí, todo eso es cierto. Y el Apóstol tampoco nos engaña, ni siquiera cuando afirma aún más explicitamente en otro lugar: Sabemos que todo coopera al bien de los que aman a Dios, de los que él ha llamado siguiendo su propósito a ser santos. Pero fíjate, no dice que todo sirva a su capricho, sino que todo coopera a su bien. Efectivamente, no están al servicio de nuestro capricho, sino de nuestra utilidad; no de nuestro placer, sino de nuestra salud; no de nuestros deseos, sino de nuestro provecho. 
 De tal modo concurre todo a nuestro bien, que podemos incluir a las que no son nada, como las molestias, la enfermedad propia, sino que son corrupción de la naturaleza. ¿No concurre el pecado al bien del que, a causa de él, se muestra más humilde y fervoroso, más cauto, más prevenido y prudente?
7. Estas son las primicias del espíritu, éstas las primicias del reino, el preludio de la gloria, el alborear de su dominio y las arras de la herencia paterna. Cuando venga lo perfecto se acabará lo limitado; y todo resultará a nuestro agrado, pues un lazo indisoluble unirá lo útil y agradable para siempre. Este será aquel peso eterno de gloria del que habla el Apóstol: Nuestras penalidades momentáneas y ligeras nos producen una gloria eterna que las sobrepasa desmesuradamente. 
 Sigue, pues, murmurando y diciendo: "Qué largo y pesado es esto"- ¡No puedo soportar tantos años esta carga". El Apóstol dice que la suya es momentánea y ligera. Y a ti seguramente que no te han azotado cinco veces los judíos, con cuarenta golpes menos uno, ni has pasado una noche y un día en el abismo del mar, ni has trabajado más que los demás, ni has resistido hasta la sangre. No, los sufrimientos no pueden compararse con la gloria. La tribulación es momentánea y ligera; la gloria es eterna, y su grandeza la sobrepasa en todos los sentidos. ¿Por qué haces cálculos inciertos de los días y los años? Las horas pasan y también las penas. Y en vez de sumarse unas a otras, se ceden el sitio y se suceden. En cambio, la gloria, el salario y la recompensa de nuestro trabajo tiene otro ritmo muy distinto. No cambia ni se acaba jamás. subsiste en toda su integridad, y subsiste por toda la eternidad. Cuando el Señor dé a sus amigos el reposo, entonces les llegará la herencia. 
 A cada día le bastan ahora sus agobios, y un día no puede diferir su fatiga para el siguiente. Pero la recompensa de todos los esfuerzos se concederá en aquel único día que no se acabará jamás. Me aguarda la corona merecida, dice el Apóstol, con la que me premiará, no en aquellos días, sino en aquel día el Juez justo. Vale más un día en aquellos atrios que mil en mi casa. Las penas se beben gota a gota, son un hilo de agua, algo casi invisible. Pero la recompensa es un torrente de delicias, un río impetuoso, un caudal inmenso de alegría, un río de gloria y de paz. Sí, un río que desborda, no un simple riachuelo que fluye y corre. Si se le llama río es para evocar la abundancia, no para indicar que corre y pasa.
8. Un peso eterno de gloria, dice la Escritura. No se nos promete un vestido glorioso, ni un banquete glorioso, ni una casa gloriosa, sino la mismísima gloria. Y cuando se nos citan aquellas realidades u otras parecidas, es a título de figura. Lo que esperan los justos no es algo alegre, sino la alegría misma. Los hombres disfrutan con los alimentos, los honores, las riquezas y los vicios. Pero todos estos goces siempre acaban en la tristeza, porque la alegría que depende de una materia fugaz, cambia tanto como su objeto. Encended un cirio: no es pura esencia de luz, sino una lámpara; la llama consume lo que la alimenta, y si no consume no se mantiene. Si disminuye el combustible también ella mengua; y cuando aquél se agota ésta se extingue por completo. Y lo mismo que aquella primera llama acaba en humo y oscuridad, la alegría de una cosa agradable se torna en tristeza. 
 A nosotros, empero, Dios nos ha preparado no un panal de miel, sino una miel purísima y transparente. Nuestro Dios nos ha reservado el gran tesoro de la alegría en sí misma, la vida, la gloria, la paz, la felicidad, la dulzura, la dicha, el gozo y el regocijo. Todo esto es una misma y única realidad, porque Jerusalén está perfectamente compenetrada. esta única realidad no es otra que el mismo Dios, pues, como dice el Apóstol, Dios lo será  todo en todos. Esta es nuestra recompensa, ésta nuestra corona, ésta nuestra victoria: ojalá corramos hacia ella y la consigamos. 
 Hermanos, un buen agricultor que desea tener una cosecha abundante, nunca dice que el tiempo de la sementera es muy largo. Vuestros días, lo mismo que vuestros cabellos, están contados; y si no se pierde un cabello, tampoco un solo momento de vuestra vida. Con esta promesa, carísimos, guardémonos de caer en la desgana o apocamiento. No nos quejemos de que es pecado el yugo de Cristo, pues él mismo afirma que  suave y su carga ligera. 
 Hermanos, un buen agricultor que desea tener una cosecha abundante, nunca dice que el tiempo de la sementera es muy largo. Vuestros días, lo mismo que vuestros cabellos, están contados; y si no se pierde un cabello, tampoco un solo momento de vuestra vida. Con esa promesa, carísimos, guardémonos de caer en la desgana o apocamiento. No nos quejemos de que es pesado el yugo de Cristo, pues él mismo afirma que es suave y su carga ligera. Y cuando sintamos el peso del día, pensemos en el peso eterno de gloria. A ella nos lleve, por su bondad, el Señor poderoso y Rey de la gloria, a quien aclamamos en esta vida con todo fervor y humildad: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria. 

RESUMEN
La brevedad de la vida la convierte en un engaño, en el que el hombre se siente atraído por el pecado, sin cortar con la escasez de sus días. El soberbio, debido a sus deseos de singularidad, se ve abocado a la soledad. El corazón humano que no sabe llorar se vuelve inevitablemente duro e impuro. Para buscar una ciudad hospitalaria debemos recorrer un camino recto y estrecho, no un camino circular en el que todo vale. Al impío el tiempo se le escapa, pero de la misma manera piensa que todavía es suficiente para pecar y arrepentirse. Ni siquiera en sus errores encontrará esa ciudad hospitalaria. No nos preocupa la brevedad de la vida sino que es demasiado larga para soportar sus contratiempos, pero nos sostiene la esperanza. Somos hijos de Dios pero desconocemos, en su plenitud, lo que nos espera. Todo es posible para quien tiene fe y el que nos entregó a su hijo nos hizo donación de muchas otras cosas. Todo está hecho para nuestro bien, no para nuestro placer. Incluso el pecado, en cierto sentido, nos hace ser más fervorosos. Hasta la propia corrupción de la naturaleza concurre a disminuir nuestra soberbia. Los sinsabores se suceden unos a otros cada día. En cambio la vida espiritual es un río caudaloso y abundante. La felicidad humana es como una vela que se consume. Nosotros aspiramos no a un panal que se consume sino a una miel purísima y transparente. No podemos aspirar a que nuestros días sean más corto, pues cuanto mayor sea el tiempo de simiente, más tiempo tendremos para purificarnos. En realidad hasta nuestros cabellos y cada uno de nuestros momentos están contados. Sólo alcanzaremos a Dios cuando consideramos que no a nosotros sino "a tu no nombre da la gloria". Dios será todo en todos. 
 . 

lunes, 27 de enero de 2014

LA SEPTUAGÉSIMA

EN LA SEPTUAGÉSIMA
(La Septuagésima es el período litúrgico de tres semanas que precede a la Cuaresma. Marca el inicio del tiempo de Carnaval, un tiempo de preparación a la Cuaresma, en el que se inicia la abstinencia de la carne en días laborables.)
SERMÓN PRIMERO
            Grande consuelo me causa, Hermanos míos, aquella sentencia del Señor: El que es de Dios oye las palabras de Dios. Por eso vosotros las oís con gusto, porque sois de Dios. Ni ignoro lo que dice en otro lugar la Escritura: De él y por él y en él son todas las cosas. Pero muy diferentemente son de Él las que según el evangelio de San Juan: no nacieron de la voluntad de la carne sino de Dios. De donde también hallarás escrito por el mismo San Juan en su carta: todo el que es nacido de Dios no peca sino que le conserva la generación celestial. No peca, dice, es decir no permanece en el pecado porque le conserva para que no pueda perecer la generación celestial que no puede engañarse. O, no peca, esto es, es tanto como si no pecara. Por cuanto es, a saber, no se le imputa el pecado, porque la generación celestial le conserva aún en esta parte. Pero ¿quién contará esta generación? ¿Quién podrá decir yo soy de los escogidos, yo de los predestinados a la vida, yo del número de los hijos? Quién, repito, puede decir esto reclamando la Escritura: no sabe el hombre si es digno de amor o de odio? A la verdad no tenemos certidumbre pero la confianza de nuestra esperanza nos consuela, para que no seamos totalmente atormentados por la congoja de esta duda. Por eso se dan algunas señales y manifiestos indicios de salud; de modo que no se puede dudar que aquel es del número de los escogidos en quien aparecieren estas señales. Por esto, repito, a los que Dios conoció en su divina presencia también los predestinó a ser conformes a la imagen de su Hijo; a fin de que a quienes niegan la certidumbre para que vivan con solicitud, consuele a los menos y les dé confianza la gracia. Esto es lo que nos debe traer siempre cuidadosos y con temor y temblor, para que vivamos humillados bajo la mano poderosa de Dios, porque cuales somos lo podemos conocer, a lo menos en parte, pero  cuales hemos de ser es totalmente imposibe saberlo. Así el que está en pie tenga cuidado de no caer y procure adelantar en aquella forma de vida que es indicio de salud y señal de predestinación.
2.Verdaderamente entre las cosas que dan confianza y materia de esperar tiene el primer lugar la sentencia de que comenzamos a hablar: El que es de Dios oye las palabras de Dios. Pero tal vez hallarás algunos, que de tal modo oyen, como si de ningún modo perteneciera a ellos, lo que se dice: no entran en su corazón, no examinan sus costumbres, no piensan si acaso lo que oyen se ha dicho por ellos; antes por el contrario, si la palabra de Dios viva y eficaz, que a s arbitrio y no al de quien predica, es dirigida a donde él quiere; si la palabra de Dios, vuelvo a decir, procediere contra aquellos vicios, en que ellos se hallan implicados, disimulan, y apartan los ojos de su corazón, o con algún pretexto de su ingenio palían sus defectos y se engañan los miserables a  sí mismos. En estos no veo señales de salud y más antes temo que acaso no oyen la palabra de Dios, porque ellos no son Dios. En vosotros, Hermanos míos (a Dios las racias) verdaderamente hayo oídos para oír, manifestándose sin tardanza en vuestra enmienda el fruto de la palabra; y aun debo confesar también, que mientras estoy hablando, me parece algunas veces, que yo mismo percibo el fervor de vuestra afectuosa aplicación: pues cuanto más abundantemente mamais, tanto más llena mis pechos la dignación del Espíritu Santo, y tanto más copiosamente me dá Dios que ofreceros, cuanto más presto agotais lo que os presento. Por eso muchas veces os hablo, aun fuera de la costumbre de nuestra Orden; pues sé quien dijo: Si algo pusiereis de más, cuando vuelva os lo daré.
3.Hoy, Hermanos míos, se celebra el principio de la Septuagésima, cuyo nombre en toda la Iglesia es bien conocido. Pero os aseguro, Amantísimos, que al pronunciar este nombre, me compadezco muchísimo de mi mismo. Se conmueve dentro de mi, mi espíritu, suspirando hacia aquella patria, en que ni hay número, ni medida ni peso. Porque ¿Hasta cuando recibiré en número, peso, y medida los bienes del cuerpo, y del alma? ¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre abundan de panes, y yo aquí perezco de hambre! Del corporal sustento se dijo a Adaán, y llegó la sentencia hasta mi: En el sudor de tu trabajo comerás tu pan. Pero, aun después que he trabajado, en peso me dan el pan, en medida la bebida, y los manjares en número. Y de lo corporal así. Pero ¿qué de lo espiritual? Ciertamente antes de comer, suspiro: y ojalá que después que haya suspirado, y llorado, merezca a lo menos un pequeño pedazo del celestial convite, y como un perrito coma de las migajas, que caen de la mesa de sus señores. ¡ O Jerusalen ciudad del Rey grande, que te sacia de la flor del trigo, y a quien el ímpetu del río alera! En ti no hay peso ni medida sino saciedad, y abundancia suma. Ni número tienes, siendo aquella ciudad cuyos habitantes participan siempre de una misma cosa. Y yo que estoy todo sujeto a la vicisitud, y al número, ¿Cuándo me saciaré, Señor, de vuestra gloria? ¿Cuándo seré embriagado de la abundancia de vuestra casa, y me daréis a beber del torrente de vuestras delicias? Tan pequeñas son las totas, que destilan ahora sobre la tierra, que siquiera puedo tragar mi saliva.
4.Así, absolutamente, así es verdad, Hermanos míos, que se dan todas las cosas al presente en peso, medida y número. Pero vendrá día, en que todo cesará; porque acerca del número leemos: No tiene número su sabiduría. Y en otro luar en el mismo Profeta: En vuestra diestra permanecen las delicias para siempre. Escucha también en el Apostol un peso sin peso: Sobremanera, dice,  un eterno peso de gloria soberana. Oyes un paso eterno: pero atiende que dice antes sobremanera. A este modo oígo a Cristo prometer una medida sin medida: Una medida dice, llena, remedida, y que rebosa. Pero ¿cuándo llegará esto? Ciertamente en el fin de la presente Septuagésima, que es el tiempo de nuestro cautiverio. Porque así leemos, que los hijos de Israel, cautivados por los Babilonios, recibieron recibieron el término de setenta años: pasados los cuales volvieron a su tierra, y entonces se restauró el templo, y fue reedificada la ciudad. Pero nuestro cautiverio, Hermanos míos, que se extiende por tantos años desde el principio del mundo ¿cuándo se acabará? ¿Cuándo seremos librados de esta servidumbre? ¿Cuándo se restaurará Jerusalen, ciudad santa? Verdaderamente, cuando se cumpla esta Septuagésima, que se compone de diez y de siete, por los diez mandamientos, que hemos recibido, y por los siete impedimentos que nos hacen difícil el cumplimiento de ellos.
5.El impedimento primero, y grave ocupación, es la misma necesidad de este miserable cuerpo, que pidiendo ya el sueño, ya la comida, ya el vestido, ya otras cosas semejantes, no hay duda, que a cada paso nos impide los ejercicios espirituales. En segundo lugar, nos impiden los vicios del corazón, como son la liereza, la sospecha, los movimientos de envidia, y de impaciencia, el apetito de alabanza, y otros tales, que cada día experimentamos en nosotros. El tercero y el cuarto, le tienes en la prosperidad, y adversidad de este mundo: porque, así como el cuerpo que se corrompe oprime al alma, así esta morada terrena abate el espíritu en la multitud de cuidados, que le agitan. De una y otra parte pues guárdese del lazo de la tentación, y procura fortalecerte con las armas de la justicia a la diestra y a la siniestra. El quinto impedimento y este gravísimo, y peligrosísimo, es nuestra ignorancia: porque en muchas cosas absolutamente no sabemos lo que debemos hacer; de modo que ni aun sabemos orar como conviene. El sexto es nuestro enemigo, que como un león rugiente da vueltas alrededor, buscando a quien devorar: y ojalá que en estas seis tribulaciones quedásemos libres, para que siquiera en la séptima no nos tocara el mal, ni tuviéramos peligro alguno en los falsos hermanos. Ojalá que solos los espíritus malignos nos combatiesen con sus sugestiones, y NO NOS DAÑARAN LOS HOMBRES con perniciosos ejemplos, con persuasiones importunas, con palabras de adulación, de murmuración, y de otros mil modos. Bien veis, que necesario es que contra estos siete peligros, que nos impiden, seamos socorridos con el auxilio del Septiforme Espíritu. Por estos siete peligros pues, que nos hacen tan difícil la observancia del Decálogo, se celebra la presente Septuagésima con el luto de la penitencia: por lo cual cesa también ahora la solemne aleluya, y se hace la relación de la miserable caída del hombre desde el principio.
RESUMEN
En qué sentido se dice que no peca el que ha nacido de Dios. No tenemos certeza de nuestra salud, sino confianza. El mayor indicio de predestinación es oír la palabra de Dios con el respeto que merece. Según la disposición de los oyentes toma fervor la lengua del que predica. En esta vida todos los bienes se dan con medida, pero en la otra con mucha abundancia. Nuestra vida es como el cautiverio de 70 años de los hijos de Israel. Impedimentos que nos hace difícil el cumplimiento de los mandamientos de Dios.
La Septuagésima es la suma de los diez mandamientos y de los diez impedimentos que hacen difícil seguirlos.
1º.Las necesidades materiales del cuerpo.
2º.Los vicios del corazón como la envidia y la necesidad de alabanza.
3º.La prosperidad.
4º.La adversidad.
5º.La ignorancia.
6º.El demonio.
7º.El daño que nos provocan los demás hombres.

sábado, 25 de enero de 2014

EN LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO. SEGUNDO SERMÓN



EN LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO

SERMÓN SEGUNDO

1.Hoy se ha convertido Pablo; mejor, es Saulo quien se acaba de convertir en Pablo. Sucedió algo parecido a aquel niño del evangelio al que aludió el Señor: Si no os convertís y os hacéis como este niño, no entraréis en el reino de los cielos. Quizá hablaba de sí mismo ese Señor infinitamente grande, muy digno de alabanza, el niño que se nos ha dado. Por el momento se muestra pequeño, no grande, para hacerse así un modelo grato y eficaz de la imprescindible pequeñez.
Por tanto, tu conversión apunta hacia este niño, para aprender a ser niño, para que te hagas niño mientras te estás convirtiendo. Porque fíjate qué claro te manifiesta ese niño la forma de conversión, y te propone sus matices más característicos cuando te dice: Aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón. La humildad es pequeñez interior; la sencillez es externa. Más no son dos virtudes insignificantes, pues ese niño tan grande hace de ellas su único mensaje.
Hoy Pablo se ha convertido. Hoy ha dejado de ser Saulo. Hoy se ha vuelto sencillo y humilde. La confesión de sus labios demuestra su humildad de corazón cuando exclama: Señor, ¿qué quieres que haga? Pero lo prueba aún más ese mismo cúmulo de gracia que se le otorga, pues la abundancia de gracia estuvo en conexión con su profunda humildad.
2.Por lo demás, la sencillez, que, como he dicho, es la pequeñez externa, porque se exterioriza, nos insinúa la conversión bajo un triple aspecto. Bajo tres aspectos, por tanto, se afronta nuestra sencillez: desde las palabras injuriosas, desde el abuso de las cosas y desde la lesión corporal. Aquí se manifiestan la cumbre de la paciencia y la conquista de la mansedumbre. Ninguno de estos tres frentes puede derrocar la virtud realmente acendrada.
Considerad la actitud de Pablo, cómo fue probado inmediatamente en su misma conversión y cómo con su comportamiento se transformó en el Pablo auténtico, sencillo y humilde Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Peor para ti si das dos coces contra el pincho. Recriminación áspera, palabra increpadora y cargada de amenaza. Corporalmente fue abatido y derribado por tierra. ¿Le aconteció algún daño? Sí, y considerable. Perdió la vista, como está escrito; y, aunque tenía los ojos abiertos no veía nada. Experimentó y practicó en estos tres aspectos la paciencia de Job, a quien Dios propuso como modelo sin par de esta virtud.
Pero dejamos a vuestra agudeza la consideración de todo este tema. Basta con indicarnos que el proceso de la conversión estriba, sobre todo, en esa mansedumbre, para que se sonrojen quienes deberían haberse convertido, pero que de hecho viven aún pervertidos y enajenados por la lesión corporal, por el abuso de las cosas y, lo que es peor, por las palabras injuriosas.

RESUMEN
Debemos hacernos niños durante nuestra conversión. Dotarnos de humildad ( que es pequeñez interior ) y de sencillez (es externa). La sencillez se exterioriza bajo un triple aspecto: las palabras injuriosas, desde el abuso de las cosas y desde la lesión corporal. Así llegamos a la mansedumbre y la paciencia de Job.

SERMÓN PRIMERO CONVERSIÓN DE SAN PABLO



SERMÓN PRIMERO

CÓMO DEBEMOS IMITAR SU CONVERSIÓN

1.Con justa razón, amadísimos, la conversión del doctor de los pueblos se celebra hoy con júbilo de fiesta en todas partes. Vemos las ramas abundantes que han brotado de esta raíz. El convertido Pablo ha llegado a ser instrumento de conversión para toda la humanidad. Lo que para tantos coetáneos suyos que vivían en carne, pero que, por el ministerio de su predicación se convirtieron a Dios, sin guiarse en adelante por los criterios de la carne. También ahora, que goza de la felicidad plena en Dios y con Dios, continúa convirtiendo a los hombres con el ejemplo, la oración y la enseñanza.
Por este motivo se celebra la memoria de su conversión ya que resulta provechosa a cuantos la conmemoran. En esta memoria, el pecador concibe la esperanza de perdón y se anima a hacer penitencia. El que vive en penitencia recibe el modelo perfecto de conversión. ¿Quién puede desesperarse por la enormidad de cualquier delito, al oír que Saulo respira amenazas de muerte contra los discípulos del Señor y que al instante queda convertido en instrumento elegido? ¿Quién dirá, oprimido por el peso de la iniquidad: “Yo no puedo superarme”, cuando en el viaje, sediento de sangre de cristianos, expelían sus pulmones crueldad ponzoñosa, y de repente el fanático perseguidor de los creyentes se transforma en predicador? De manera extraordinaria se realzan en esta conversión excepcional la amplitud de la misericordia y la eficacia de la gracia.
2.Escribe Lucas que, de repente, una luz celeste relampagueó en torno a él. ¡Qué apreciable condescendencia de la bondad divina! Deslumbra con resplandor celestial por fuera a quien todavía por dentro era inepto para la luz. Al menos le envuelve la claridad divina, ya que no podía penetrarle aún. Y se oyó una voz. Los testimonios de la luz y de la voz robustecieron su credibilidad. Ya no se puede dudar de la verdad que se introduce por las ventanas gemelas de los ojos y de los oídos. Así ocurrió en el Jordán cuando se presentó la paloma sobre la cabeza del Señor y resonó una voz. El mismo motivo se repitió en la montaña durante la transfiguración ante los discípulos. Vieron el resplandor y percibieron la voz del Padre.
Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Saulo está bien cogido. No hay lugar o posibilidad para disimular o negar. Tiene en sus manos las sañudas cartas credenciales de una autoridad execranda, de un poder depravado. ¿Por qué me persigues?, le dice la voz. ¿No perseguía a Cristo el que torturaba a los miembros que Cristo tiene en la tierra? ¿Es que únicamente perseguían a Cristo los que clavaron su sacratísimo cuerpo en el patíbulo de la cruz, y no quienes se encendían en odio feroz contra su cuerpo, la Iglesia? Pues la Iglesia es el cuerpo de Cristo.
Si derramó su misma sangre como precio de rescate de las almas, ¿no te parece que soporta una persecución mayor del que con sus perversas sugerencias, sus malos ejemplos y su conducta escandalosa, arranca las almas de su redentor y desencadena una persecución más grave que la de las mismas autoridades judías, que vertieron su sangre?
3.Recapitulad, hermanos míos, y temed la compañía de quienes impiden la salvación de las almas. Es un sacrilegio horroroso, superior incluso al crimen de esas manos sacrílegas que atentaron contra el Señor de la gloria. Parecía ya pasado el tiempo de persecución. Pero bien se vió que nunca faltan persecuciones ni al cristiano ni a Cristo. Lo más grave es que ahora los perseguidores de Cristo se llaman cristianos. Tus amigos, Dios mío, y compañeros convinieron y atentaron contra ti. Parece que la totalidad del pueblo cristiano, pequeños y grandes, se han conjurado contra ti. Desde la planta del pie a la cabeza no queda parte ilesa; brotó la iniquidad de los tribunales de los ancianos, tus vicarios, que al parecer gobiernan tu pueblo.
Ya no se dice: Como es el pueblo, así es el sacerdote, porque el pueblo no se parece en nada al sacerdote. ¡Ay Señor, Dios mío! Los primeros en perseguirte son los que parecen buscar la primacía en tu Iglesia, gestionar el poder. Han ocupado el alcázar de Sión, se han adueñado de las municiones, y después libre y abusivamente hacen de la ciudad pasto de las llamas. Sus vidas son miserables, como también lo es la subversión de tu pueblo. ¡Ojalá fuesen perjudiciales únicamente en este sentido! Quizá habría alguien que, advertido y prevenido por la exhortación del Señor, se afanaría en observar los mandatos y en no imitar sus ejemplos. Ahora, sin embargo, los distintos estamentos clericales sirven para obtener torpes ganancias y se hace de la piedad un negocio. Hay muchos que buscan fomentar la piedad cargándose de ministerios espirituales; aunque en realidad ese cuidado espiritual les importa poco, y la salvación de las almas es la última de sus preocupaciones. ¿Puede haber una persecución más grave contra el Salvador de las almas?
Otros actúan inicuamente contra Cristo. Abundan los anticristos en nuestros tiempos. Para él, esta persecución es la más cruel y la más grave; y con razón, porque la llevan a cabo sus propios ministros, apoyándose de los beneficios y poderes conferidos. Aunque hay otros muchos que se afanan de mil maneras en contra de la salvación de sus prójimos.
Cristo ve todo esto y calla. El Salvador aguanta y disimula. Por esto también nosotros debemos disimular y callar, sobre todo en asuntos referentes a nuestros superiores y maestros de las iglesias. Esto es lo que ellos quieren: escaparse de los juicios humanos, hasta que los sorprendan aquella sentencia intransigente sobre los que gobiernan, y los poderosos sufran horrendos tormentos.
4.Me temo, amadísimos, que quizá haya entre nosotros algún perseguidor del Señor, porque está claro que impedir la salvación a otro es perseguir al Salvador. ¿Qué agradecido puedo estar a ese hermano sobre mi propia salvación, si me ofrece el veneno de la difamación fraterna? Si se dice de los difamadores como de los perseguidores que son aborrecibles a Dios, ¿qué se puede decir de aquel que con su ejemplo incita a los demás a comportarse con apatía, y de los otros que desconciertan con sus rarezas, que inquietan con su curiosidad, que molestan con sus impaciencias y murmuraciones y que en cierta medida afligen al Espíritu de Dios que les habita, escandalizando a cualquiera de esos pequeños que creen en él? ¿Es que esos tales no persiguen también a Cristo?
Para que el crimen y el apelativo de perseguidor ni siquiera de lejos puedan sorprendernos, os ruego, queridos hermanos, que seamos agradables y de buen corazón unos con otros, aguantándonos mutuamente con suma paciencia y animándonos hacia lo mejor y más perfecto. ¿Qué criado pensará que hace ya lo suficiente con evitar perseguir a su señor sin ofrecerle su asistencia? ¿Qué favores se va a granjear sin actitudes de resistencia ni asistencia? Si alguien es tan corto que llega a pensar que ya es suficiente con no ser perseguidor ni colaborador de Dios, escuche lo que dice el mismo Señor: El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama.
5.Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Y él pregunta: ¿Quién eres Señor? Se da a entender aquí que el resplandor lo envolvía, pero no lo penetraba. Pablo percibía la voz del Señor, pero no veía su rostro. Lo estaba reparando para creer, como él mismo declaró después: La fe proviene de la escucha. Pregunta: ¿Quién eres? Perseguía al desconocido, y por eso alcanzó misericordia, porque actuaba así en la ignorancia del que no cree. Aprended de todo esto, hermanos, que Dios, juez justo, se fija no tanto en las obras cuanto en las motivaciones. En adelante, procurad no tener en poco cualquier falta, por insignificante que sea, cometida a sabiendas. Que nadie diga en su corazón: “Esto es de poca monta; no me molesto en corregirme; no tiene importancia el hábito de estos insignificantes pecados veniales”. Todo esto es, queridos míos, impenitencia, blasfemia contra el Espíritu Santo. Blasfemia imperdonable. Pablo fue un blasfemo, pero no contra el Espíritu Santo, porque obró en la ignorancia del que no cree. Alcanzó misericordia por no haber pronunciado blasfemia alguna contra el Espíritu Santo.
6.¿Quién eres, Señor? Y el Señor le contestó: soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues. Yo soy el Salvador; te perderás persiguiéndome. Yo soy aquel que está profetizado en tu ley, como bien conoces: se le llamará el Nazareno. Pero ignoras si la profecía se ha cumplido ya. Entonces Pablo replica: Señor, ¿qué quieres que haga? Estas palabras, hermanos, expresan la disposición de una perfecta conversión. Dice el profeta: Dispuesto está mi corazón, Dios mío; dispuesto está. Me siento animoso y sin entorpecimiento alguno para observar tus mandatos. Señor, ¿qué quieres que haga?
Palabra concisa, pero rebosante, viva y enérgica, digna de que todos la hagan suya. ¡Qué pocos practican este perfecto estilo de obediencia, renunciando a su voluntad y no disponiendo ni de su propio corazón para sí mismos! Buscan en todo momento no lo que ellos quieren sino lo que Dios quiere, repitiendo sin cesar: Señor, ¿qué quieres que haga? O las palabras de Samuel: habla, Señor, que tu siervo escucha. Por desgracia, hay muchos más imitadores del ciego del evangelio que del nuevo apóstol. ¿Qué quieres que haga por ti?, pregunta el Señor al ciego. ¡Qué misericordia tan enorme tienes, Señor; qué compasión! ¿Es que el Señor tiene que ceder a la voluntad de su siervo? Sí, estaba ciego el que no se detuvo a pensar, el que no pudo asombrarse ni prorrumpir: “Eso nunca, Señor; dime tu lo que quieres que yo haga. Lo más justo y digno es que tu no hagas mi voluntad, sino yo la tuya”.
Veis, hermanos, qué importante era la conversión en ese caso. Pero también hoy la timidez y la perversidad de muchos exigen que les preguntemos: ¿Qué quieres que haga por ti? Ellos nunca preguntan: Señor, ¿qué quieres que haga? El servidor y vicario de Cristo tiene que considerar qué desean los súbditos que se les mande, pues éstos no se fijan en cuál es la voluntad del que manda. Esta obediencia no es perfecta, porque no están dispuestos a obedecer en todo, ni tampoco se han propuesto seguir incondionadamente a aquel que vino a hacer la voluntad del Padre y no la suya propia. Discurren y examinan en qué van a obedecer al superior o cómo conseguir que el superior obedezca a sus caprichos.
Que comprendan todos estos cuánto se les tolera y transige en sus flaquezas; y les pido que caigan en la cuenta y se avergüencen de ser siempre niños, no sea que tengan que oír: ¿qué más cabía hacer con vosotros que no lo haya hecho? Y a cuantos abusan de la paciencia y de la bondad del prelado, que toda esa misericordia derrochada se vuelva el culmen de una justa condenación.
7.Señor, ¿qué quieres que haga? Y el Señor responde: levántate y entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que tienes que hacer. ¡Oh sabiduría, que gobiernas todo con suavidad! Aquel a quien hablas, para ser instruido a cerca de tu voluntad le envías otro hombre para hacerle ver la ventaja de la vida común; y para que aprenda también, por esa enseñanza del hombre, a socorrer a los hombres, conforme a la gracia que se le ha confiado. Entra en la ciudad. Ya veis, hermanos, que sin el designio divino no hubieseis entrado en esta ciudad del Señor de los ejércitos para conocer la voluntad divina.
Es evidente que quien te atemorizó saludablemente y convirtió tu corazón para anhelar su voluntad, te interpela diciendo: levántate y entra en la ciudad.
Pero escucha con qué nitidez se nos inculca en los párrafos siguientes la sencillez voluntaria y la delicadeza cristiana. Tenía los ojos abiertos, y nada veía. Sus acompañantes lo llevaron de la mano. ¡Feliz ceguera la de aquellos ojos, que hasta ahora estaban dotados de agudeza, pero, por desgracia, en el ámbito del mal, y al final se ciegan saludablemente en la conversión! Pasa tres días sin comer, insistiendo en la oración. Esta escena interpela a cuantos acaban de renunciar a la vida mundana y todavía no respiran en los consuelos celestiales. Sean fieles al Señor con toda paciencia, oren sin cesar, busquen, pidan, llamen, porque el Padre celestial los atenderá a su tiempo. No los olvida: vendrá sin tardanza. Si aguantas tres días sin comer, confía, que el Señor es compasivo y misericordioso y no te despedirá en ayunas.
8.A continuación mandan a Ananías que imponga las manos a Pablo. Pero él, muy enterado de todo, no accedió sin más. Recuerda que Pablo aplica este mismo principio al aconsejar a su discípulo Timoteo: no te precipites en imponer las manos a cualquiera. Dice el Señor: Vió a un hombre que le imponía las manos para que recobrase la vista.
Hermanos, Pablo, aunque tuvo esta visión, no recibió inmediatamente la iluminación. ¿Pero no esperó la mano de Ananías porque quizá vio en sueños que se le acercaba? Apunto estas cosas, hermanos carísimos, porque me temo que haya alguien entre nosotros que piense haber alcanzado la verdadera iluminación en sueños, y ya no tolere facilmente que se le lleve de la mano, porque se cree director de los demás. Pues a quien no se le ha confiado aún el encargo de la administración, ni la solicitud del gobierno, ni la orden de mirar o prever sobre aquellos que tienen los ojos abiertos sin ver nada, sólo las quimeras y las inconsistencias de los sueños le incitan a inmiscuirse en todas esas funciones. Guardémonos de este vicio, hermanos. Y en cuanto de nosotros dependa tengámonos siempre como de lo más despreciable y sintamos la necesidad de que alguien nos lleve de la mano. Aprendamos la delicadeza y la humildad de Cristo el Señor, a quien se debe el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
RESUMEN
Cuando meditamos en la conversión de San Pablo primero tenemos que pensar en las muchas formas que existen de perseguir a Cristo. Una de las más tristes es la ejercida por los propios cristianos, dando más importancia a las prebendas y jerarquías. Cristo mira mucho más la intención con la que los hechos se realizan que a la realidad de los mismos. Pablo vivía en el desconocimiento. Por ese motivo alcanzó mayor misericordia. La conversión puede compararse con el paso de la ceguera a la luz. Primero llega la negación del puro materialismo y, tras un tiempo de ceguera, las luz de Dios llenará nuestro espíritu. En ese tiempo oscuro la oración será nuestra guía. Primero escuchamos, como hizo Pablo. Al sonido de Dios le sigue la negación o ceguera y después llegará la luz, pero Dios no llega a nosotros para someterse a nuestra voluntad ni para decirnos lo que queremos oír sino que nosotros debemos seguir humildemene su voluntad soberana. No debemos caer en la soberbia de creernos iluminados con capacidad para conducir a los demás, sino que siempre pensaremos que Nuestro Señor tiene que llevarnos de la mano y enseñarnos a oír su voz y seguir sus mandatos. Una vez que conozcamos su palabra ya no vale el seguirla a medias sino que hasta los más pequeños detalles son importantes. Se nos exigirá más que a los que viven en el desconocimiento.

viernes, 24 de enero de 2014

SERMÓN SEGUNDO DE SAN VÍCTOR


1. Carísimos míos, alegraos en el Señor, pues entre los muchos favores que hace al mundo nos ha regalado un hombre cuyo ejemplo salvará a muchos. Os repito que os alegréis, porque lo sacó de aquí y se lo llevó con Dios para que sus intercesión salve a muchos más. El Señor compasivo y misericordioso puede fijarse ya en unos hombres para perdonar los pecados de otros hombres. Este abogado clemente y bueno tiene tiempo y sitio para interceder: un lugar que todo es paz y un tiempo de tranquilidad.
 Lo vieron en la tierra para que sirviera de ejemplo. Y fue elevado al cielo para convertirlo en intercesor. Aquí ilumina nuestra vida y allí nos invita a la gloria. El que nos incitaba al tabajo, se hizo mediador para el reino. Magnífico mediador que no pide nada para sí y quiere darnos todo a nosotros: el fervor y el fruto de su oración. ¿Qué va a querer para sí el que no necesita nada? El Señor lo conserva, lo llena de vida y lo hace feliz en la gloria; en aquellas verdes praderas abunda de todo. Hoy es el día de su tránsito glorioso, un día de alegría para su corazón: sea nuestra alegría y nuestro gozo. Ya está inmenso en Dios; alegrémonos, porque puede salvarnos más eficazmente.
2. Hoy, Víctor, despojado de su cuerpo, que era lo único que le impedía entrar en la gloria, penetró en el santuario con todo entusiasmo y plena libertad y fue glorificado por todos los santos. Hoy, desde el último y más vil rincón que se había escogido para imitar al Salvador, el Padre de familia lo llama, lo ensalza como a un verdadero amigo suyo, y lo honra ante todos los comensales.
 Hoy, después de despreciar el mundo y vencer al jefe del mundo, trasciende el mundo como auténtico vencedor y recibe de manos del Señor la corona de la victoria. Pero sube revestido con el manto glorioso de sus méritos, la fama de sus triunfos y la gloria de sus milagros. Ya descansa el intrépido guerrero; y tras las fatigas y sudores de la santa milicia, es felizmente entronizado y le honran con la corona. Su alma posee la plenitud del bien. ¿Quieres saber dónde? Con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Está allí y con ellos: sublime y radiante, rebosante de gozo y de alabanzas, colmada de encantos y de joyas, envuelta en aromas de granado y de flores. Descansa ya libre de preocupaciones y completamente feliz, consagrada a la sabiduría en el ocio y reposo sin límites. La que se sentó a llorar junto a los canales de Babilonia, ahora se relaja junto a la fuente de la vida, y vive junto al torrente de las delicias, cuyas aguas caudalosas alegran la ciudad de Dios.
 Ya encontró la fuente del jardín, el manantial siempre fresco. Y, a ejemplo de la samaritana, bebe el agua de la Sabiduría, que da salud y calma la sed para siempre. Recibe la recompensa de su trabajo y sus obras le alaban en la plaza. Su orgullo es el testimonio de su propia conciencia, no el de la ajena. Está entre los ángeles, cuya compañía merece por sus ardientes deseos, su pureza inmaculada y la hermosura de su castidad. Alterna con los apóstoles, como varón de temple apostólico. Y no tiene por qué alejarse del coro de los profetas, pues glorificó y llevó en su propio cuerpo al que ellos anunciaron. Mucho menos aún se considera indigno nuesro Víctor de compartir los coros gloriosos de los mártires, ya que inmoló la hostia viva de su cuerpos en un tenaz y prolongado martirio.
3. Ahí tenéis a este atleta veterano descansando en la paz y tranquilidad que se ha ganado. Tranquilo de sí mismo, pero muy atento hacia nosotros. Al deshacerse su carne, no perdió las entrañas de misericordia. Luce la estola del triunfo, pero no echa en olvido nuestra miseria ni su compasión. El alma de Víctor no vive en el país del olvido, ni en una tierra que deba cultivar. No, su patria no es la tierra, sino el cielo. La morada celeste no convierte las almas en seres ausentes, olvidadizos o vacíos de amor. Hermanos, la anchura del cielo, lejos de cerrar los corazones, los dilata; en vez de enajenar el espíritu, lo hace más radiante; en lugar de enfriar los afectos, los enardece. En la luz de Dios, la memoria es todo serenidad, no oscuridad. En esa luz se aprende lo que se ignora y no se olvida lo que se conoce.
 Aquellos espíritus que han vivido y viven siempre en el cielo, no por eso desprecian la tierra: la visitan y frecuentan sin cesar. Contemplan extasiados el rostro del Padre. Y no abandonan ni un solo momento su ministerio de caridad. Son espíritus en servicio permanente, enviados en ayuda de los que han de heredar la salvación. Pues si los ángeles visitan y socorren a los hombres, ¿cómo van a olvidarnos los de nuestra propia raza y no compadecerse de lo que ellos mismos padecieron? Ellos ya no sufren, pero sienten nuestro dolor. Han venido de la gran persecución, y no pueden olvidar lo que vieron. Alguien ha dicho: Los justos esperan que me des la recompensa. Víctor es uno de esos justos que espera, sin duda, nuestra recompensa. No es como aquel copero del Faraón que se aprovechó él solo del favor recibido y se olvidó totalmente de su profeta y compañero de cautiverio. Este es un ministro de Cristo, y sigue a Cristo. Cristo no echó en olvido su promesa y concedió una parte en su reino a su compañero en la cruz. El discípulo no irá contra el Maestro. Víctor no hará otra cosa que lo que vea hacer al Maestro. Lo que uno hace, también lo hará el otro.
4. Ya está en ese cielo que antes había visto abierto con sus propios ojos y contempla a cara descubierta la gloria del Señor. Está absorto, pero no olvida los gritos de los humildes. Dichosa visión, por la que nos transformamos en su imagen con resplandor creciente por influjo del Espíritu del Señor. Víctor luchó como un niño y triunfó a lo campeón; estaba todavía en el seno materno y ya expulsó demonios. Creció en virtudes y méritos y dejó esta morada de pecadores. ¡Qué santidad tan sublime la suya! Ya era un santo antes de nacer, y Víctor antes por sus obras que por su nombre. En las entrañas maternas ya venció al enemigo.
 Su santidad la veneran los mismos ángeles. Con la misma prontitud-aunque con opuesta voluntad-huyen de él los malos y le agasajan los buenos. No me atrevo a decir qué patentiza mejor su santidad: si la confianza de éstos o el terror de aquéllos.
 Cuando vivía corporalmente en la tierra y con su espíritu en el cielo, solía oír los susurros angélicos que le anunciaban alguna noticia o le recreaban con la suavidad de sus cantos. Realmente, Víctor, tu alma es una de esas joyas que viste en la cruz. Allí estaba engastada en la cruz, pues al entrar en la gloria divina se transformó en la misma imagen luminosa que allí vio. El que le había dado su espíritu para luchar, le abre sus brazos cuando torna vencedor. ¡Oh, alma invencible!, vuelas como un pájaro sorteando los lazos del mundo. Mira a tantas almas incautas enredadas en ellos y en peligro de perecer y líbranos con tu intercesión.
5. ¡Oh soldado lleno de méritos! Tú trocaste los duros trabajos de la milicia cristiana por el descanso de la felicidad angélica. Mira a estos compañeros tuyos, tan flojos y débiles, que te alabamos entre las espadas enemigas y los ataques espirituales. ¡Oh ínclito vencedor! ¡Tu terrotaste al cielo y a la tierra, despreciando con noble altivez la gloria de ésta y arrebatando con santa violencia el reino de aquélla! Mira desde el cielo a los vencidos en la tierra; que la suprema corona de tus conquistas sea que nosotros precisamente gocemos de tu victoria. Si tu nombre es algo real, la verdad plena de tu nombre se hará patente en nuestra liberación. Pero si nosotros, que somos tuyos, no alcanzamos la libertad, el sentido de tu nombre no sería pleno.
 ¡Qué piadoso, dulce y suave es, o Víctor, cantarte, reverenciarte y suplicarte desde este lugar de miserias y con este cuerpo mortal! Tu nombre y tu recuerdo es un panal de miel en labios de los cautivos. Tu memoria es leche con miel para su lengua. Ea, pues, atleta infatigable, dulce patrono, abogado fiel. ¡Levántate y ven a socorrernos!, para que nosotros celebremos nuestro rescate y tú consigas la plenitud de tu gloria.
 ¡Padre omnipotente! Pecamos contra ti haciéndonos hijos bastardos. Ya volvemos de nuevo a ti en Víctor, que por vencer su ambición aplacará tu ira y nos devolverá el inmenso favor de su gracia ¡Jesús vencedor! Te alabamos en nuestro Víctor, pues estamos convencidos que tú fuiste la causa de sus victorias. Concédele, por favor, que se gloríe de ti por sus victorias y que nunca se olvide de nosotros. Hijo de Dios, inspírale que nos recuerde siempre ante ti, que acepte y defienda nuestra causa en el día tremendo de tu juicio. Tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos. Amén.
RESUMEN Y COMENTARIO:
San Víctor es un ejemplo espiritual para nosotros. Su alma, lejos de su cuerpo, por fin descansa alejado de "los canales de Babilonia" que significan la perdición para el alma cristiana. Desde el más allá recuerda, sin duda, nuestra débil condición humana. Pedimos que sea nuestro intermediario y apoya desde el disfrute de la gloria misma de Dios.

EN EL NACIMIENTO DE SAN VÍCTOR. SERMÓN PRIMERO



EN EL NACIMIENTO DE SAN VÍCTOR



SERMÓN PRIMERO



1.La vida y la gloria extraordinarias de Víctor impulsan a todos los rectos de corazón a buscar la virtud más bien que la fama. Apetecer la gloria antes de practicar la virtud y ansiar el premio sin haber luchado denodadamente, es más propio de un espíritu pervertido que de un alma recta. Es inútil que os levantéis antes del amanecer, dice la Escritura. En vano aspira a las cumbres de la gloria el que antes no irradia virtud. Las vírgenes necias salen inútilmente a esperar al esposo con los candiles apagados. Realmente son necias: se glorian de unos candiles, y los tienen vacíos del aceite de la virtud.
Yo sólo quiero gloriarme como aquellos a quienes felicita el Profeta: Caminarán, ¡oh Señor!, a la luz de tu rostro; tu nombre es su gozo cada día, tu justicia es su orgullo. Y añade: La gloria de su virtud eres tú. No ensalza su gloria, sino la gloria de su virtud. La fama que no procede de la virtud es algo inmerecido, se presume de ella antes de tiempo y es peligroso recibirla. La virtud es el escalón de la gloria; la virtud es la madre de la gloria. Engañosa toda gloria, y vana toda hermosura que no ha sido engendrada por ella. Sólo a ella se le debe en justicia y se le ofrece con seguridad.
2.San Víctor no carece de virtud ni de gloria. Mas consideremos cómo y con qué orden concurrieron en él estas dos realidades. Luchó intrépido, venció valerosamente, y por eso fue coronado de gloria y honor. ¿Había de quedar sin gloria un guerrero heroico y un vencedor humilde? Ni siquiera le faltó la gloria cuando practicaba la virtud, pues fue admirable en signos y prodigios. La vida de Víctor, hermano, es digna de admiración y de fecunda imitación.
 Admiro que sacara vino en el desierto, y no de la vid, sino de una fuente. Me pasma y estremece que todavía en el seno materno infundiera terror a los más terribles demonios, que ya le conocieron entonces y lo llamaban por su nombre. Un nombre lleno de sentido, pues da la victoria a un niño, poniendo en fuga a los demonios y obligándolos a confesar. ¿No es también admirable que un pobre esclavo del demonio quedara inmediatamente liberado de él? ¿Quién no se sorprende al ver que a un hombre como los demás se le abren los cielos y fija su mirada en la luz increada, goza de visiones divinas, se recrea con cantos angélicos y escucha sus mensajes? Esto y mucho más veneramos en este santo varón, sin aspirar a imitar a nuestra salvación, y la ponemos en peligro si queremos usurparlo. Es más seguro aspirar a lo sólido que a lo sublime, y mucho mejor correr tras la virtud que tras la gloria.
3.Como no podemos imitar sus prodigios aunque queramos, entreguémonos a encarnar sus costumbres. Imitemos a este hombre de gran sobriedad y fervorosos sentimientos; su dominio de la lengua y su pureza de corazón; aprendamos de él a refrenar la ira, moderar las palabras, dormir poco, orar mucho, exhortarnos unos a otros con salmos, himnos y cánticos inspirados, y empalmar la noche con el día alabando a Dios. Ambicionemos los dones más valiosos. Aprendamos a ser sencillos y humildes como él. Imitemos su generosidad con los pobres, su amabilidad con los huéspedes, su paciencia con los pecadores y su bondad con todos. Esto es lo más valioso. Este es el molde que nos forja; los milagros, en cambio, son una gloria que debemos rechazar. Aquellos nos alegran, esto nos edifica; unos nos conmueven y los otros nos mueven a imitarlos.
 Hermanos, aprovechémonos. Hemos sido invitados a la mesa de un rico, a una mesa llena de pan y rebosante de manjares. ¿No es, acaso, rico el que nos alimenta con sus ejemplos, nos protege con sus méritos y nos regocija con sus milagros? Riquísimo, por cierto, pues a su espléndido banquete asisten los ángeles y los hombres. Estos para comer y aquéllos para recrearse; éstos para edificarse y aquéllos para congratularse. Una vida llena de bienes, ¿no es una mesa colmada de manjares? Pero no es todo para todos; cada uno come lo que cree útil y conveniente.
4. Yo, guiado por la prudencia, medito atentamente lo que se me brinda. Procuraré tomar lo mío, sin tocar lo ajeno. No alargaré mi mano a la gloria de los milagros, no sea que, por aspirar a lo que no he recibido, pierda también lo que creo haber recibido. Ni levanto con él mis ojos para enterarme de los secretos celestiales, no sea que me ofusque y orpima su gloria, y palpe demasiado tarde el consejo del Sabio: No pretendas lo que te sobrepasa, ni escudriñes lo que se te esconde. Acaban de poner en las mesas un agua cristalina convertida en vino espumoso; pero no lo tocaré, porque sé que no es para mí, incapaz como soy de cambiar los elementos o trocar su naturaleza. Veo también en la mesa de Víctor a los ángeles que él oyó cantar. ¿Aspiraré yo a que se me aparezcan esos celestes cantores o que aquellos músicos del Apocalipsis me recreen con sus cítaras? Cuando aún vivía en este mundo tenía poder sobre el demonio y después de morir dio la libertad a un preso. Estos manjares tampoco son para mí. Son magníficos y muy sabrosos, pero ni los tocaré, porque soy pobre y no tengo con qué pagarlos.
 Pero si me fijo un poco más, encuentro en la mesa del Santo la rectitud de intención, el vigor de la disciplina, es espejo de la santidad, una vida ejemplar y la bandera de la virtud. Eso sí que lo tomo sin riesgo de presunción y lo consumo con provecho. Pues, si lo rechazo, se me pedirá una cuenta muy rigurosa.
5.Mas sigue escuchando lo que me serven. Si me ofreces de la mesa de este rico el pan del dolor y el vino de la compunción, los tomaré con plena libertad, pues soy un pobre desamparado. Las lágrimas serán mi pan noche y día, y mezaclaré mi bebida con el llanto. Esto me pertenece, porque tengo que arrepentirme de muchas obras mías. no me pesará comerlo, pues quien pretende conocer algo, lo pagará con el sufrimiento. Lo mismo digo si aparecen ejemplos de templanza, justicia, prudencia o fortaleza; no dudo en tomarlos, porque me conviene estar preparado para todo esto. No tengo la menor duda de que lo ponen para mí y que me lo reclamarán.
 ¿Pero nos van a exigir signos y prodigios y que se los devolvamos a ese hombre rico? Hermanos, eso revela la dignidad del que nos invitó, pero no son manjares de pobres. Tú, como invitado que eres, distingue bien qué ha puesto para ti y qué para él, porque no todo lo que se ofrece en la mesa es para ti. Supongamos que distribuyan algo en una copa de oro: sólo te ofrecen la bebida, no la copa. Toma el licor y deja la copa. Es decir, el padre de familia reparte a los suyos ejemplos de buenas obras y sanas costumbres, pero se reserva la prerrogativa de los milagros. Por unos y otros debemos glorificarlo, pues de él procede la gloria de vivir santamente y la facultar de hacer prodigios. El vive y reina eternamente en una perfectísima Trinidad. Amén.
RESUMEN Y COMENTARIO
Repasamos la vida y milagros de San Víctor. Nos fijamos en su vida y la comparamos con el mantel que cubre la mesa del rico. Sobre el mismo se desplegan actos virtuosos y numerosos milagros. En realidad debemos fijarnos en los primeros. Deben ser la guía de una vida virtuosa. Los milagros y hechos extraordinarios son sólo manifestaciones de la gloria de Dios que sirven para resaltar y evidenciar su poder y magnificencia.

domingo, 19 de enero de 2014

DOMINGO PRIMERO DESPUÉS DE LA OCTAVA DE LA EPIFANÍA. SERMÓN SEGUNDO



EN EL DOMINGO PRIMERO DESPUÉS DE LA OCTAVA DE LA EPIFANÍA

SERMÓN SEGUNDO

DE LAS ESPIRITUALES BODAS SIGNIFICADAS EN LA HISTORIA EVANGÉLICA

Sucede Hermanos míos en la consideración de las obras del Señor, que al mismo tiempo que su exterior vista sirve de alimento saludable a los menos capaces, hayan en el interior de ellas los que están más ejercitados en las cosas espirituales un sustento más sólido y suave; que es como la flor y médula del trigo. Porque son agradables en su exterior hermosura, pero mucho más en su interior virtud: a la manera en que el mismo Señor era hermoso en la disposición de su cuerpo, sobre todos los hijos de los hombres, más interiormente como candor de la luz eterna sobrepasaba en belleza a los mismos rostros de los Ángeles. Por fuera aparecía hombre sin culpa, carne sin pecado, cordero sin mancha. ¡Qué hermosos los pies de quien anuncia la paz, de quien anuncia las buenas nuevas, pero mucho más hermosa y preciosa su cabeza; porque la cabeza de Cristo es Dios. Agradable el rostro del hombre en quien no cae pecado y bienaventurados los ojos que le vieron, pero mucho más bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. En fin, habiendo llegado a la médula, ya la corteza no la apreciaba el apóstol diciendo: Aunque conocimos de otro tiempo a Christo según la carne, ahora ya no le conocemos de esta suerte; sin duda porque el mismo Señor había dicho antes: La carne de nada sirve, el espíritu es el que vivifica. Pero esta es la sabiduría que Pablo habla entre los perfectos, no entre aquellos en los que leemos que dijo: No me he propuesto saber otra cosa entre vosotros que a Jesucrhisto y a este crucificado. Todo él es suave, todo amable, todo saludable, todo en fin, según la voz de la esposa, deseable. Pero lo mismo que se ha mostrado en él, eso hallarás en sus obras. Porque la misma superficie considerada por fuera es muy hermosa y si alguno parte la nuez hallará dentro lo que es más gustoso y mucho más deleitable. No encontrarás esto mismo en los padres del Antiguo Testamento. En sus obras es hermosa y agradable la significación espiritual: pero ellas consideradas en si mismas se hallarán menos dignas alguna vez, como son los hechos de Jacob, el adulterio de David y otras cosas semejantes. Preciosos son a la verdad son manjares, pero los platos no tan preciosos. Y por eso quizás se dijo: Tenebrosa el agua en las nubes del aire; porque fueron oscuras aquellas nubes, y se dijo más abajo del Señor: pasarán las nubes al resplandor de su presencia.
2.Pienso que ya habréis advertido a qué fin he dicho esto. Oísteis hoy el milagro hecho en las bodas que fue el primer prodigio que obró el Señor. Cuya historia es agradable pero su significación mucho más. Fue indicio esclarecido de la Divina Magestad, convertirse el agua en vino al imperio del Señor. Pero es mucho mejor aquella mutación que obra la diestra del excelso y está prefigurada en ésta. Porque todos nosotros somos llamados a las bodas en que Christo es el esposo por lo que cantamos en el Salmo: Y él mismo, como el esposo que sale de su tálamo. La esposa somos nosotros mismos, si no os parece increible, siendo todos juntos una esposa y las almas de cada uno como particulares esposas. Pero cuándo podrá pensar nuestra fragilidad tanto favor de su Dios, ¿que nos ame con aquel afecto con que ama el esposo a la esposa? Porque esta esposa es mucho inferior a su esposo en linaje, inferior en hermosura, inferior en dignidad. Sin embargo, por esta Etiopisa vino de lejos el hijo del eterno Rey y por desposarla consigo no dudó tampoco morir por ella. Con una Etiopisa se casó Moisés pero no pudo mudar su color, pero Christo a la misma Iglesia que amó siendo todavía innoble y fea, la presentará asimismo gloriosa, sin tener mancha ni arruga. Murmure Aarón, murmure María también, pero la antigua, no la nueva, no la Madre del Señor, sino la hermana de Moyses, no nuestra María repito, porque lejos de eso ella misma está cuidadosa de si falta algo en nuestras bodas acaso. Y vosotros, mientras que murmuran los Sacerdotes, y murmura la Sinagoga, ocupaos como es debido, en acciones de gracia con todo afecto.
3.¿De dónde a ti tanta dicha alma humana, de dónde a ti tanta dicha?¿De donde a ti tan inestimable gloria que merecieses ser esposa de aquel Señor en quien los Ángeles mismos desean mirar? ¿De donde a ti tanta felicidad que sea esposo tuyo aquel Señor cuya hermosura admiran el sol y la luna, a cuyo imperio se mudan todas las cosas? ¿Qué volverás tu al Señor por todo lo que te ha dado, haciéndote compañera de su mesa, compañera de su reino, compañera en fin de su tálamo hasta introducirte el rey en su aposento? Mira ya qué sientes de tu Dios cuanto puedes confiar de Él. Mira con que brazos de caridad fiel y agradecida debe ser correspondido en el amor y abrazado el que tanto te estimó o por decir mejor te hizo tan estimable,. De su costado te reformó cuando durmió en la cruz, cuando recibió el sueño de la muerte. Por ti vino de Dios Padre y dejó a su madre la sinagoga para que juntándote a él te hagas con él un mismo espíritu. Oye pues hija, mira que grande es la dignación de Dios para contigo y olvida a tu pueblo y a la casa de tu padre. Deja los afectos carnales, desaprende las costumbres mundanas, abstente de los antiguos vicios, olvida los hábitos perversos. Porque qué piensas ¿Por ventura no vendrá luego el Ángel del Señor y te partirá por medio si (lo que Dios aparte de ti) admitieras otro amante?
4.Ya estás pues desposada con Él, ya se celebra la comida de las bodas, pues la cena se está preparando en el cielo y en el eterno palacio. Pero ¿por ventura faltará allí vino? De ningún modo; seremos embriagados allí de la abundancia de la Casa de Dios y beberemos del torrente de sus deleites. Preparado está, verdaderamente, para aquellas bodas un río de vino, de vino digo que alegra el corazón puesto que el ímpetu del vino arregla la ciudad de Dios. Más ahora, porque nos resta un largo camino recibimos a la verdad la comida aquí, aunque no en tanta abundancia pues la plenitud y saciedad se reserva para la cena eterna. Aquí, pues, falta el vino algunas veces; esto es el fervor de la caridad y la gracia de la devoción. ¿Cuántas veces más me es necesario hermanos míos, después de vuestras dolorosas quejas, rogar a la madre de misericordia que diga a su benignísimo Hijo que no teneis vino? Con toda seguridad os digo que si piadosamente la llamamos no nos faltará en nuestra necesidad porque es misericordiosa y madre de misericordia. Pues si se compadeció del sonrojo de los que la habían convidado, mucho más se compadecerá de nosotros si devotamente la invocamos. La agradan nuestras bodas y la pertenecen más que las otras, siendo ella la que de su vientre procedió, como de su tálamo, el celestial esposo.
5.¿Pero a quién no hace fuerza lo que en aquellas bodas respondió el Señor a su santísima y benignísima madre diciéndola: ¿Qué tenéis conmigo mujer? ¿Qué tenéis vos con ella Señor? ¿Acaso no lo mismo que un hijo con su madre? ¿Qué os toca de ella preguntáis siendo el fruto bendito de su vientre inmaculado? ¿Qué, no es esta la misma que quedando salva su virginidad os concibió y os parió sin corrupción? ¿No es la misma en cuyo vientre habitásteis nueve meses, de cuyos pechos virginales mamásteis y con que siendo de doce años bajásteis desde Jerusalen y estabais sometido a ella? ¿Pues ahora Señor por qué la sois molesto diciéndola: ¿Qué tenéis conmigo? Mucho por otros modos tiene. Pero ya veo manifiestamente que no como indignado, o queriendo confundir la tierna vergüenza de la Virgen Madre, la dijísteis: ¿Qué tenéis conmigo? Cuanto viniendo a vos los sirvientes según el precepto de la madre sin dudar nada hacéis lo que ella os ha insinuado. ¿Por qué pues Hermanos míos por qué respondería antes así? Por nosotros ciertamente para que después de convertidos a Dios, no nos ocupe ya el cuidado de nuestros padres carnales y el trato y correspondencias con ellos no impidan nuestros ejercicios espirituales. Porque mientras somos del mundo es constante que somos deudores de nuestros padres materiales del cuidado y asistencia: pero después que a nosotros mismos nos hemos dejado, con más fuerte razón estaremos libres de toda solicitud por ellos. Así tenemos que un monge que vivía en el yermo, habiendo venido un hermano según la carne a pedirle amparo, le respondió que fuese a pedirlo a otro hermano de los dos el cual ya había muerto. Y como admirado el que había venido dijere, que ya había muerto, el eremita respondió que también había muerto él; oportunamente pues nos enseñó el Señor que no estemos solícitos sobre nuestros carnales parientes más que lo que la religión permite cuando a su misma Madre, y Madre tal, le respondió ¿Qué tenéis conmigo? Así también en otra ocasión diciéndole uno que estaba fuera con sus hermanos y que quería hablar con él, respondió el Señor: ¿quién es mi padre y quienes son mis hermanos? Qué dirían a la vista de estos aquellos que tan carnal e inutilmente andan solícitos sobre sus parientes como si todavía vivieran con ellos.
6.Veamos ya lo que sigue: estaban puestas seis vidrias, dice el Evangelista, para servir a las purificaciones que estaban en uso entre los judíos, Para esto, a lo menos, puedes conocer que no es el cumplimiento sino la preparación de las bodas cuando hay todavía necesidad de purificación. Estas bodas, pues, son de desposorio no de unión. Porque esté lejos de nosotros creer que habrá vasos de purificación en aquellas bodas en que Christo presentará a si mismo gloriosa a la Iglesia sin tener mancha ni arruga ni cosa semejante a esto, ¿en donde no habrá mancha qué purificación será necesaria? Ahora ciertamente es el tiempo de lavarnos; ahora es patente que es necesaria la purificación, cuando ninguno hay impío de mancha ni aún el infante cuya vida es de un solo día sobre la tierra. Ahora se lava la esposa, ahora se purifica para presentarse sin mancha alguna en aquellas celestiales bodas a su esposo. Busquemos pues seis hidrias en las cuales esta ablución de los judíos, esto es de los que confiesan, se haga purificación. Porque si dijéramos que no tenemos pecados nos engañamos a nosotros mismos y no hay en nosotros verdad: la cual solo libra, solo salva y solo lava. Más si confesamos nuestros pecados no faltarán a los verdaderos judíos las hidrias de la purificación; porque fiel es Dios que nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda iniquidad.
7.Yo ciertamente juzgo que las seis hidrias son seis observancias, que para purificar los corazones de los que confiesan instituyeron los santos padres; y todas ellas (si no me engaño) las podremos hallar aquí. La primera hidria es la continencia de la castidad, por la cual se lava todo lo que había manchado antes la lujuria. La segunda es el ayuno que hace que lo que había afectado a la gula lo limpie ahora la abstinencia. Por la pereza también, y la ociosidad, que es enemiga del alma, contrajimos muchas manchas comiendo contra la sentencia de Dios el pan no en el sudor de nuestro rostro, sino en el del ajeno. Por eso nos ponen la tercera hidria, para que quiten aquellas manchas en el trabajo de las manos. Así igualmente por la somnolencia y las demás obras de la noche y de las tinieblas pecamos mucho. Por eso se pone una cuarta hidria: la observancia de las vigilias, para que levantándonos por la noche para alabar al Señor, redimamos las noches no buenas del tiempo pasado. Ya ¿quien ignora que la lengua nos ha manchado mucho por las palabras vanas y falsas, por las murmuraciones y adulaciones, por las palabras de malicia y la jactancia? Por todo eso es necesario la quinta hidria que el silencio guarda de la religión y en que está nuestra fortaleza. La sexta hidria es la regular disciplina en la cual no vivimos a nuestro arbitrio sino al ajeno para que se borre todo lo que pecamos, viviendo desordenadamente. De piedras son esas cosas, duras son, pero es preciso lavarnos en ellas si no queremos acaso recibir por nuestras fealdades libelo de repudio del Señor. Sin embargo, en decir que son de piedra no sólo se puede entender su dureza, sino mucho mejor su solidez porque estas cosas no lavan, sino permanecen con una firme estabilidad.
8.Dice el Señor a los ministros: llenad las hidrias de agua. ¿Qué es esto Señor, los ministros están cuidadosos porque falta el vino y vos decís llenad las hidrias de agua. Ellos están pensando qué vasos hay que ministrar y vos mandais que llenen los vasos de la purificación. Así enteramente, así a Jacob cuando suspira por los abrazos de Raquel le pone a Lía en su lugar el Padre. A nosotros, Hermanos míos, que somos ministros y siervos vuestros, a nosotros nos manda Christo que llenemos todas las hidrias de agua todas las veces que el vino falta. Como si dijeran: ellos desean la devoción: piden vino, claman con sus ruegos por el fervor, pero todavía no ha llegado mi hora: llenad las hidrias de agua porque cuál es el agua saludable aunque no muy dulce sino el temor de Dios que es fuente de vida y principio de la sabiduría? Dícese pues a los ministros: infundid el miedo y llenad el espíritu de temor, no tanto los vasos sino los corazones porque para llegar a la caridad deben disponerse por el temor para que digan ellos también: por vuestro temor Señor hemos concebido y parido el espíritu de salud. Pero cómo se llenarán las hidrias pues había dicho antes el Evangelista que cabía en cada una dos o tres cántaros. ¿Qué cosa serán estos cántaros y qué el tercero? Ciertamente dos temores comunes y conocidos de todos y otro común y menos conocido. El primer temor es de que no seamos atormentados en el infierno; el segundo de que no seamos excluidos de la vista de Dios y privados de aquella inestimable gloria. El tercero llena el alma de toda solicitud recelando que acaso sea desamparada de la gracia.
9.Y verdaderamente, todo temor del Señor así como el agua apaga el fuego, así apaga los deseos malos, pero principalmente este, cuando cada tentación ocurre haciéndonos considerar no suceda acaso que perdamos la gracia, y dejado así el hombre a si mismo resbale cada día de malo en peor, del pecado leve a la culpa grave como vemos a muchos que estando ya manchados, no cesan de mancharse mas; contra este temor no tiene el alma de donde poder lisongearse o de la menor gravedad de la culpa; o de la futura enminda, ya que con estas lisonjas se puedan impedir los dos primeros géneros de temor. Nos mandó pues el Señor que llenáramos las hidras con esta agua; algunas veces están vacías y llenas de aire cuando alguno es tan insensato que aquellas observancias de las que hemos hablado por su afecto a la vanidad son privadas de perpetuo premio; como fueron las vírgenes fatuas, en cuyos vasos faltó el aceite; otras veces, lo que es mucho peor, están llenas a la verdad, pero llenas de veneno, que es la envidia, la murmuración, el rencor del ánimo, y la detracción. Así, para que estas cosas no entren encubiertamente, cuando falta el vino nos mandan llenar las hidrias de agua, con el fin de que se observen los mandamientos del Señor con el temor: la cual agua se convierte en vino cuando el temor es expelido por la caridad y todo se llena del fervor del espíritu y de una gustosa devoción.

RESUMEN
San Bernardo comienza por hacer un recordatorio de la doctrina habitual sobre la redención y la actitud piadosa de la Madre de Dios. Posteriormente hace una comparación entre la boda y los esposos con la unión de Cristo y su Iglesia y con cada uno de los creyentes. Finalmente aclara que las “hidrias” eran para hacer los actos lavatorios habituales de los judíos, comparándolas con distintas actitudes piadosas para la salvación del espíritu. La parte final es la conversión del aire en agua y del agua en vino. Se pasa del vacío al temor y del temor a la espiritualidad. Todo ello guiados por la gracia y la luz de Cristo.

EN EL DOMINGO PRIMERO DESPUÉS DE LA EPIFANÍA. SERMÓN PRIMERO




SERMÓN PRIMERO
SOBRE EL MILAGRO HECHO EN LAS BODAS Y SOBRE LO QUE DICE EL SEÑOR: Y VOSOTROS SED SEMEJANTES A LOS HOMBRES QUE AGUARDAN QUE SU SEÑOR VUELVA DE LAS BODAS

1.En la lección del Santo Evangelio, Hermanos míos, hemos oído que nuestro Señor Jesu Christo fue a unas bodas. Cumplamos pues lo que en otra parte amonesta, y procuremos hacernos semejantes a los hombres que aguardan que su Señor vuelva de las bodas. Al que está con su carro en el camino o vende algo en la plaza, no les decimos ¿qué aguardáis? Puesto que ni son semejantes a los que aguardan. Pero al que vemos delante de la puerta llamar muchas veces, llamar continuamente a las ventanas, no es maravilla le preguntamos qué aguarda. Aquellos pues son semejantes a los que aguardan que no oyeron orejas sordas: Buscad tiempo y ocio y ved que soy Dios. Vendrá el Señor a los que le aguardan en verdad cual era el que decía: Yo he aguardado y no estoy cansado de aguardar al Señor. Vendrá como el que vuelve de unas bodas, embriagado del vino de la caridad y olvidado de nuestras iniquidades. Vendrá a los que le aguardan como el que vuelve de unas bodas, como un hombre valeroso a quien el vino que le ha embriagado hace más fuerte verdaderamente embriagado y olvidado de sus misericordias, porque entonces en cuanto a ellos se olvidará Dios de tener misericordia. Vendrá en ira e indignación como un furioso pero ¡ah Señor! No me reprendáis a mi con vuestro furor. Esto sea dicho no tanto por las presentes bodas sino por ocasión de ellas.
2.Pero ya sigamos en compañía de los discípulos del Señor, que va a las bodas para que viendo lo que hace creamos juntamente con ellos. Faltando el vino la madre de Jesús le dijo: no tienen vino. Tuvo compasión del sonrojo que tendrían en faltarles el vino para la mesa, como misericordiosa, como benignísima. ¿Qué habría que proceder de la fuente de piedad sino piedad? ¿Qué maravilla repito que muestren piedad las entrañas de piedad? El que tiene en su mano una manzana no conservará durante la otra parte del día el olor de la manzana? ¿Qué inclinadas dejaría a la virtud de la piedad habiendo habitado la misma piedad nueve meses en ella? Porque no sólo llenó antes su alma que su vientre sino que cuanto salió de su vientre no se apartó de su alma. Pudiera parecer un poco dura y austera la respuesta del Salvador: pero sabía bien a quien hablaba y no ignoraba ella quién hablaba. En fin para que sepas cómo tomó su respuesta o cuánto confió de la piedad de su hijo dijo a los sirvientes: observad y haced todo lo que os mandare.
3.Estaban puestas allí seis vidrias de piedra. Estas vidrias debemos poner ahora delante o más bien mostrar que están puestas ya para que se purifiquen los verdaderos judíos no según la letra, sino según la verdad, pues como la Iglesia no ha llegado todavía a la purificación perfecta, que será cuando Christo la presentará asimismo gloriosa, sin tener mancha, ni arruga, ni cosa semejante, tiene necesidad entretanto de purificaciones, así como abundan los pecados, abunde también la indulgencia, y como se multiplica la miseria se multiplique la misericordia; con la diferencia d que el favor de Dios sobrepasa los pecados, por lo que la gracia no sólo lava los pecados sino que da los méritos. Séis vidrias están puestas para los que caen en pecado después de bautismo, porque de estos somos nosotros. Nos desnudamos de la vieja túnica pero ay! Mucho peor, la volvemos a vestir; lavamos nuestros pies pero peor los hemos manchado de nuevo. Pues así como lo que había manchado otro lo lavó otro, así manchados por nosotros es necesario ser lavados por nosotros. Lavó el agua ajena a la que había manchado ajena culpa. Ni con todo eso la llamó ajena, de modo que nigue que es nuestra: de otra suerte no mancharía. Es ajena, porque todos nosotros, no sabiéndolo, pecamos en Adán,; es nuestra porque aunque en otros nosotros sin embargo pecamos. Y a nosotros se nos imputaba por justo juicio de Dios, aunque oculto. En medio de esto, para que ya no tengas hombre de qué quejarte, contra la inobediencia de Adán se te da la obediencia de Christo. Para que si de valde fuiste vendido seas también redimido de balde; si no sabiéndolo pareciste en Adán, no sabiéndolo recibas en Christo la vida. No lo supiste cuando el antiguo Adán extendió sus dañosas manos al árbol vedado, y no menos tampoco supiste, cuando Christo extendió sus inocentes manos al leño saludable. Del primer hombre vino a ti la mancha con que te entusiaste. Del costado de Christo el agua con que te lavaste. Ahora ya, manchado con tu propia culpa, igualmente habrás de limpiarte con el agua propia, pero con todo eso en aquel y por aquel Señor, que es sólo quien purifica a los hombres de los delitos. 
4.La primera vidria pues, y la primera purificación consiste en la compunción de la cual leemos que dice Dios: en cualquiera hora que el pecador gimiere no me acordaré de todas sus iniquidades. La segunda es la confesión, pues en la confesión se lavan todas las cosas. La tercera la distribución de limosnas pues sobre esto tienes en el Evangelio: Dad limosnas de lo que tenéis y todas las cosas serán puras para vosotros. La cuarta el perdón de las injurias según lo que decíamos en la oración: perdonadnos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. La quinta es la purificación del cuerpo como lo pedimos en el himno que purificados por la abstinencia cantemos a Dios de gloria. La sexta es la obediencia a los preceptos como oyeron los discípulos  y ojalá que lo oyéramos nosotros también: Vosotros estais limpios por las instrucciones que yo os he dado sin duda porque no eran como aquellos de quienes se dice: Mi palabra no haya entrada entre vosotros, sino que le habían obedecido al punto que escucharon sus palabras. Estas son las seis hidrias que están puestas para nuestra purificación: las cuales están vacías y llenas de aire, si se observan por vanagloria. Se llenan de agua si se guardan en el temor de Dios; porque el temor de Dios es fuente de vida. Agua, repito, es el temor de Dios aunque menos sabrosa pero que refrigera en gran manera el alma que arde en deseos dañosos. Agua es que puede apagar las saetas encendidas del enemigo. Ni disuena tampoco para la semejanza, que el agua va siempre a lo profundo y el temor lleva siempre al pensamiento a lo más bajo y se detiene en las inferiores estancias y con el pensamiento lleno de pavor registra aquellos horrendos lugares. Según aquello iré a las puertas del infierno. Pero por la virtud divina se muda en vino el agua, cuando la echa fuera la caridad perfecta.
5.Se dice que eran de piedra no tanto para manifestar su dureza sino su firmeza. Cabían dos o tres cántaros en cada una. Los dos cántaros designan un duplcado temor con que medita el hombre y teme no suceda acaso que sea arrojado al infierno; no suceda que sea acaso excluído de la vida eterna. Pero porque estas cosas están por venir y son contingentes y así se puede lisongear el alma diciendo: después que vivas algún tiempo en los deleytes harás penitencia y de ese modo ni habrás de carecer de la gloria ni perecer en el infierno, es bueno también añadir el tercero que es conocido de los Espirituales y por ser del tiempo presente es mucho más útil. Temen, pues, los que llegaron a gustar la espiritual comida, no sea acaso que alguna vez sean privados de ella, pues necesitan de un alimento fuerte los que han echado la mano a cosas fuertes. Vivan de las pajas del Egipto los que viven de las obras del barro y ladrillo; a nosotros nos es necesario alimento más fuerte, pues nos resta un largo camino que nos dé fortaleza para andar aquel manjar. El mismo es el pan de los Ángeles, el pan vivo, el pan cotidiano. Este es del que se nos prometió que recibiríamos cien veces más en este siglo. Porque si como a los jornaleros se les da la comida cada día en el trabajo, y se les reserva el salario para el fin, así el Señor dará después la vida eterna y por ahora promete cien veces más y lo dá. ¿Qué maravilla pues que tema perder esta gracia el que la llegó a conseguir? Este temor es el cántaro tercero el cual puso con disyunción porque no es de todos pues no a todos se ha prometido el céntuplo sino sólo a aquellos que lo dejaron todo. 
RESUMEN:
El Señor fue a una boda. Puede volver en cualquier momento. Volverá propenso a la dureza (embriagado por la fiesta) pero la Virgen María que es pura piedad hará que su ánimo sea más compasivo. Durante la boda faltaba el vino. El agua se transforma cuando su gracia actúa sobre seis tipos de odres: compasión, confesión, limosnas, perdón, purificación y obediciencia. Gracias a ellos tiene lugar la transformación. A cada uno de esos odres se llega mediante tres tipos de cántaros. Dos de ellos están basados en el temor y son suficientes para convertir el aire en agua, pero el tercero es un manjar de espiritualidad, suficiente por si mismo, que convertirá el agua en vino y que nos hará recoger una cosecha de cien a cambio de uno.