EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

jueves, 13 de noviembre de 2014

EL PRINCIPIO, EL INTERMEDIO Y EL FINAL DE NUESTRA VIDA






1. Hijo, recuerda tu fin y no pecarás jamás. Evoca tu origen, considera el momento actual y recuerda tu final. Este nos avergüenza, ese otro nos causa dolor y el primero nos llena de temor. Reflexiona de dónde procedes y te sonrojarás, dónde estás y gemirás, a dónde te diriges y temblarás. No vivas ya en la ignorancia, no sea que caiga sobre ti aquella terrible maldición que lanza el esposo: Si te desconoces, tú, la más bella de las mujeres, sal y sigue las huellas de las ovejas. Piensa en en primer lugar, ¡oh hombre!, que fuiste muy noble y no lo comprendiste. Actuaste como los animales irracionales y te hiciste uno de ellos. Si esta humillación no despierta tu entendimiento, vete tras los rebaños, que son insensibles al mal, y exponte a toda clase de peligros.
 Observa, pues, tus primeros días y ruborízate al verte identificado con los animales. Recuerda tu final y teme no les acompañes también. Avergüénzate, repito, de haber trocado la compañía de los ángeles por la de un rebaño de ovejas; y no sólo en lo relativo a las necesidades corporales, sino hasta en los afectos del corazón. Te cansaste del pan de los ángeles, el pan del cielo, y ahora comes el mismo pasto que los animales. Más aún, y esto es mucho peor, en un cuerpo bien erguido llevas un alma retorcida. Tu cuerpo conserva la semejanza del alma humana, pero en tu alma la semejanza divina se ha trocado en pura semejanza de bestia. 
2. ¿No te confunde tener la cabeza elevada y el corazón torcido, llevar el cuerpo erguido y arrastrar el corazón por el fango? ¿No es arrastrarse por la tierra regalarse en la carne, aparecer y codiciar lo carnal? Pero observa que fuiste creado a imagen y semejanza de Dios: has perdido la semejanza y eres como los animales, pero sigues aún con la imagen. Si cuando estabas tan alto no comprendiste que eras barro, ahora que estás en el fango no olvides que eres imagen de Dios, y sonrójate de haberle añadido otra semejanza tan extraña. Recuerda tu nobleza y confúndete de tal bajeza. Contempla tu belleza y te horrorizará tanta vileza. Esta es, según Salomón, la confusión que reporta gloria: sentirse confundido por haber caído de una gloria tan sublime. 
 En otro tiempo estabas coronado de gloria y dignidad y podías disponer de las obras del Señor; eras morador del paraíso, conciudadano de los ángeles y familiar de Dios Sebaoth. Y te arrojaste desde aquí a esas tinieblas interiores, de donde serás expulsado un día, si eres inteligente, a las tinieblas exteriores y materiales. Lo repito, te has despojado tú mismo de esta gloria de los hijos de Dios, te has desterrado de la patria más dichosa y placentera, del jardín de las delicias.
3. De aquí has venido. ¿Quieres saber dónde estás ahora? En un lugar de dolor, tu vida está al borde del abismo. ¿Qué hay aquí sino trabajo, dolor y angustia del espíritu? Te ocurre lo que a un niño que hubiera nacido y crecido en la cárcel: no ha visto jamás la luz y se extraña de la tristeza y ansiedad de su madre. Ella sabe el motivo de su pena: como experimentó la felicidad se le hace más insoportable la desdicha, y el recuerdo de la paz se le convierte en amargura intolerable. A ti, en cambio, los pequeños males te parecen unos bienes inmensos, y como estás aconstumbrado a enormes cadenas, las pequeñas argollas las consideras un descanso. 
 Deseas comer porque sientes hambre. Las dos cosas son molestas; pero como el hambre te afecta más, olvidas la molestia de comer. Después de quitar el hambre, piensa si no te resulta más penoso comer que pasar hambre. Así es todo lo de este mundo: nada existe plenamente satisfactorio, y por eso el hombre no cesa de cambiar de aquí para allá. El cambio le da un poco de alivio: es como si saltara del agua al fuego para volver otra vez al agua, porque es incapaz de soportar ninguno de ellos. El remedio del cansancio es cambiar de trabajo. Nadie puede conseguir en este mundo lo que ansía: ni el justo se siente saciado de justicia, ni el libertino de placer, ni el curioso de las novedades, ni el ambicioso de la vanagloria.
 Aquí tienes de dónde afligirte, si es que no eres ya insensible. Laméntate de ser un desterrado, de vivir en el desierto, de caminar entre fango y tinieblas y de ganarte el pan a fuerza de sudor. Al considerar todo esto, ¿ no se nublan los ojos por la amargura y tienes que lamentarte con el Profeta: ¡Ay de mi!, cuanto se prolonga mi destierro?
4. Conoces tu origen y tu estado actual, ¿y cuál es tu final? De él se dice que quien lo recuerda no pecará. El final es la muerte, el juicio y el infierno. ¿Hay algo más horrible que la muerte? ¿Y algo más terrible que el juicio? El infierno sabemos que es lo más intolerable, ¿Qué puede temer quien no tiembla, ni se espanta, ni queda traspasado de dolor ante todo esto? Atiéndeme: si has perdido el pudor que acompaña a la nobleza y no tienes el dolor de la angustia, propio de los hombres carnales, no seas insensible al temor que tienen hasta los mismos animales. Cargamos a un asno y lo agotamos trabajando, y no responde porque es un asno. Pero si intentamos arrojarle al fuego o a una fosa, se defiende todo lo que puede, porque quien ama la vida tema la muerte. ¿Y no te parece justo que el que se ha hecho más insensible que las bestias se vea también obligado a ir en pos de ellas y reciba un castigo mucho peor que ellas?
 Teme, pues, ¡oh hombre!, ya que en la muerte te arrancarán todos los bienes de tu cuerpo y un amarguísimo divorcio cortará este vínculo tan dulce del cuerpo y del alma. Teme tener que presentarte en el juicio terrible, porque es horrible caer en las manos de aquel a quien nada se le escapa. Si halla en ti maldad, te verás irremisiblemente privado de la paz y de la gloria, y separado del número de los bienaventurados. Teme ser arrojado a los tormentos eternos e inmensos del infierno, y compartir así el destino del diablo en el fuego eterno preparado para ellos.
 Este es el temor que abre el camino de la sabiduría. En cambio, la vergüenza y el dolor no engendran la sabiduría ni tienen tanta eficacia. Por eso no se nos pide evocar el origen o nuestro estado actual, sino Recuerda tu final, y no pecarás. Para resistir al pecado es mucho más eficaz y ardoroso el espíritu de temor que el dolor o la confusión. La confusión pasa con la repetición del pecado, y el dolor encuentra mil ocasiones de consolarse. Pero el temor no halla consuelo alguno. Al morir sabe que no se llevará ningún bien de este mundo, ni grande ni pequeño; en el juicio le será imposible engañar o defenderse; y en el infierno no existe el menor alivio, sino un perpetuo ¡ay!, gritos, llantos y apretar de dientes. 
RESUMEN
El hombre debe pensar en sus orígenes, en su fin y en su transcendencia. Entonces podemos entender cómo puede corromperse el propio espíritu transformándose en una bestia interior. Somos imagen de Dios, pero una imagen que ha caído, que se ha desvirtuado a sí misma. Vivimos sin que nada nos satisfaga plenamente, saltando de un lado a otro buscando situaciones "menos malas" pero sin encontrar plenitud alguna. Los pequeños males y argollas nos parecen bienes inmensos. En esta situación el miedo al más allá es un arma espiritual, al saber que nuestros apegos desaparecerán por completo, perdidos en la más absoluta eternidad. Es más eficaz, incluso, que la confusión o el dolor. Recuerda el final y no pecarás.

domingo, 2 de noviembre de 2014

DÍA DE LOS DIFUNTOS. EN LA MUERTE DE DOM HUMBERTO

  1.  Ha muerto Humberto, el servidor de Dios; un servidor abnegado y fiel. Le visteis morir anoche en mis brazos, como un pobre gusano de la tierra. La muerte le fue estrujando durante tres días y acabó triturándolo entre sus fauces y chupó ansiosa su sangre. Eso es todo cuanto pudo hacer; matar el cuerpo y enterrarlo en el seno de la tierra. Nos alejó de un amigo entrañable, un consejero prudente y un apoyo firmísimo. Con todos ha sido implacable este ansioso homicida, pero conmigo lo ha sido mucho más. ¡Cómo nos separas, muerte llena de amargura! ¡Bestia cruel! ¡Amargura infinita! ¡Espanto y terror de la humanidad!
 ¿Qué has hecho? Matar, dominar. Pero ¿qué? Únicamente el cuerpo, porque el alma está fuera de tu alcance. Ha volado a su Creador, a quien tanto ansiaba poseer y a quien siguió con todo empeño durante su vida. Incluso perderás ese cuerpo que crees poseer. Ya llegará el momento en que te aniquilen a ti y sea el botín de una gran victoria. Sí, tendrás que devolver ese cuerpo al que ayer, nada más llegar, lo cubriste de salivazos, maldiciones e inmundicias, desbordante de gozo y alegría por haberlo cogido en tus redes. Vendrá el Unigénito del Padre en la plenitud de su poder y majestad a buscar a Humberto, y transformará ese cuerpo que hoy es cadáver en un cuerpo tan glorioso como el suyo.
 ¿Y qué hacías tú entonces? Lo que dice Jeremías: acabarás hecha una necia. Humberto gozará de una vida sin fin y tú  sufrirás una muerte eterna. Igual que el cetáceo vomitó al Profeta que había tragado, así entregarás tú a Humberto, a quien creías tener bien encerrado en tu enorme panza. 
 2. Hermanos, este siervo de Dios os predicó con sus obras un sermón muy amplio y profundo sobre todos los aspectos de la santidad. Amplio, por lo dilatado de su vida, y profundo por su grandeza incomparable. Si lo recordáis al detalle y lo tenéis bien grabado en vuestro corazón, yo no tengo nada que añadir. Vivió más de cincuenta años al servicio de aquel a quien servir es reinar, porque fue consagrado a Dios desde su infancia. Pasó treinta años con nosotros, desde los primeros años de fundarse este monasterio; su vida fue tan santa e intachable que su recuerdo nos llena de alegría a nosotros y a las futuras generaciones. 
 Recorrió este camino de la vida como un forastero y peregrinó, tomando lo menos posible de este mundo y consciente que no era de aquí. Siempre de paso, como sus padres, se lanzó hacia el más allá para alcanzar el recio de la vocación divina. El mundo no tiene nada que reclamarle, pues ni el mundo le agradó a él ni él al mundo. Usó lo menos posible de sus bienes, y de no intervenir la obediencia hubiera sido aún más sobrio. Se contentaba con tener para comer y vestir, y lejos de vivir en abundancia, incluso lo estrictamente necesario le parecía superfluo.
 Hace unos cuantos días, si mal no recuerdo, me dijo en una charla amistosa que él era un prebendado del monasterio y un ser inútil que vivía de la casa de Dios. Era tan manso y humilde de corazón que su mansedumbre descollaba sobre todas sus grandes virtudes. Y como era tan amable, impartía por doquier amabilidad y dulzura.
3. También conocéis muy bien su prudencia en el hablar, pues sois testigos de su conducta y de sus palabras. ¿Le oyó jamás alguien una murmuración, una grosería, una envidia o alabarse a sí mismo? ¿Le hemos sorprendido juzgando a otros o escuchando al que lo hacía? ¿Le hemos oído palabras inútiles? ¿No temíamos, más bien, que nos oyera tales cosas a nosotros? Vigilaba muchísimo su conducta para no deslizarse en la lengua, consciente de que aquel que no falta cuando habla es un hombre logrado. 
 Lejos de ti, Humberto, aquella amenaza del Evangelio: ¡Ay de los que ahora reís, porque vaís a llorar! Aunque los demás reían, él nunca lo hacía. Siempre se mostraba sereno y radiante con todos y nunca se irritaba; pero si recordáis, nunca se reía a carcajadas. También sois testigos de su entrega a la Obra de Dios, de día y de noche, hasta la hora de su muerte. Llegó a una edad muy avanzada, y a pesar de los achaques de los años y las numerosas enfermedades que le tenían roto y molido, como sabéis muy bien, su espíritu superaba el peso de los años y no se rendía nunca a la enfermedad.
 Hiciera frío o calor, subía y bajaba los montes y valles, uniéndose al trabajo de los jóvenes y siendo la admiración de todos. Si alguna vez le detenía yo conmigo para que me aconsejara en muchos asuntos, parecía estar triste y melancólico hasta volver con nosotros. Rarísima vez faltó a las vigilias solemnes, e incluso muchas veces se anticipaba él. Rarísima vez faltó al coro, y esto solamente cuando una grave enfermedad, ponía en peligro su vida.
4. En el refectorio tomaba prácticamente lo mismo que todos; y si alguna vez se le servía algo especial, no lo tomaba o lo tomaba tan a disgusto que todos nos dábamos cuenta de ello. Si yo se lo hubiera permitido, solamente hubiera tomado agua. Y cuando se le obligaba a beber vino, lo mezclaba con tanta agua que de vino sólo tenía el color. Apenas pisó la enfermería, aunque se le mandara por obediencia, y en cuanto entraba volvía a salir. Confieso que este fallo en la obediencia se debe a que él me superaba a mí en autoridad. En esto no puedo alabarle, porque como bien lo sabéis manifestó bastante terquedad. Creo que si ha sufrido algo ha sido por no acceder a lo que le aconsejábamos para bien de su cuerpo.
 ¿Y cómo aconsejaba él? Con toda sencillez y discreción. De esto tengo una rica experiencia, porque le traté muchas veces en intimidad. Y lo mismo puede decir toda la comunidad. Todos cuantos se le acercaban oprimidos por numerosas y graves tentaciones, escuchaban de sus labios cuál era la raíz de la tentación y el remedio para superarla. Analizaba con tal maestría todos los sentimientos de la conciencia enferma, que el penitente llegaba a creer que todo le era patente y lo veía. 
5. ¿Qué diremos de su caridad? Tenía una misericordia tan entrañable que excusaba a todos, intercedía por todos, sin que lo supieran los interesados. No hacía acepción de personas, sino de necesidades. Era humilde de verdad, de palabra agradable, animoso en las obras, inflado de amor, cumplidor fiel y sumamente prudente y discreto en los consejos. Era el hombre más honesto de cuantos he conocido, consecuente consigo mismo en todo momento. Se comprometió a seguir a Jesús y jamás se alejó de él en toda su vida.
 Si él fue pobre, éste también. Si Aquél sintió penalidades, éste también las experimentó y mucho. Si Aquél fue crucificado, este soportó cruces numerosas y muy pesadas; llevó en su cuerpo las llagas de Jesús y completó en su carne lo que faltaba a la pasión de Cristo. Aquél resucitó y éste resucitará. Aquél subió al cielo y de éste también lo creemos. Sí, subirá cuando descienda el Rey de la gloria a salvarnos, como antes lo hiciera al ascender. De este modo manifestará su poder, ya que tan sublime es bajar como subir por los cielos. Además lo han predicho los ángeles: Este Jesús que ha subido al cielo volverá como lo habéis visto marchar.
 En otro lugar nos dice la Escritura: No ensalces al hombre mientras viva, porque la gloria más segura es después de la muerte. Por eso procuré no decir ni una palabra de él mientras vivía, para no incurrir yo en la adulación ni él en la vanidad. Pero ahora ya no existe ese peligro: yo no lo veo, y creo que tampoco me oye él. Y aunque me oiga, ya no le afectan las palabras humanas, porque está compenetrado con la Palabra de Dios y ella es su fuerza y su dicha. Ya no le engañará el enemigo, y el provocador de la vanidad será incapaz de tocarle. 
6. Ahí tienes ante tus ojos, padre dulcísimo, la fuente pura que tan ardientemente anhelabas. Ya estás sumergido en el abismo del amor divino, cuya inmensa bondad solías contemplar con todo tu fervor. Nadie predicó con tanta unción sobre el amor de Dios, ni ensalzó con tanto entusiasmo la santidad del hombre, ni fue tan apasionado de ambas. Le era imposible decir cuatro palabras sin recordar la auténtica integridad del hombre y la misericordia infinita de Dios.
 No sufro por ti, pues Dios te ha concedido el deseo de tu corazón. Lloro porque me han arrebatado un consejero fiel, un magnífico ayudante, un hombre que pensaba y sentía como yo. todas estas desgracias me han sobrevenido. Señor Jesús: Pasó sobre mí tu incendio y tus espantos me han consumido. Alejaste de mí amigos y compañeros, y al sacar a mis íntimos de la miseria me has dejado solo y miserable
 Me quitaste a los hermanos según la carne y más hermanos aún en el espíritu: hombres sabios en tus asuntos y en los del mundo. Te has ido llevando uno tras otro a cuantos me ayudaban a llevar esta carga tan pesada que me impusiste. Y ahora te llevas, porque es tuyo, a Humberto, el único que me había quedado de tantos y tan íntimos amigos, y tanto más entrañable con cada uno de mis íntimos    y me echas encima todas tus olas. Acaba ya de matarme a fuerza de penas y no reserves tantas muertes a un hombre tan miserable.
 Hago mías las palabras de aquel otro santo: El que ha comenzado a herirme se digne triturarme. Sería un consuelo para mí si cortara de un tirón la trama de mi vida. Acepto con gusto el dolor, confiado en que el Padre bueno trocará el sufrimiento en bendición.  Confieso que en mis palabras aflora el dolor, pero no la murmuración. No lloro a Humberto -lejos de mí compadecer al que está sentado a la mesa del rico-, lloro por mí y por vosotros, por esta casa y por todos los hermanos que se aconsejaban de él. Me inspiro en aquellas frases que el Salvador dirigió a las mujeres que le acompañaban desde Galilea y se lamentaban de él, cuando iba cargado con la cruz como un ladrón con el instrumento de su tortura: Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Pues lo que a mí se refiere toca a su fin. Lo que veis preparado para mí es temporal, y lo que no veis eterno. Si es temporal es transitorio y pasajero. El mero hecho de poderlo ver demuestra que es transitorio y caduco. Lo que hemos visto en la muerte de Humberto pertenece al tiempo; pero por encima de esto está el gozo y alegría de que disfruta por toda la eternidad.
7. Inútil, pues, llorar a quien vive totalmente ajeno al llanto y al dolor. Tampoco debemos lamentarnos porque nos lo han arrebatado a nosotros. Al contrario: demos gracias a Dios por habérnoslo conservado durante tanto tiempo. Si no me equivoco, ha vivido diez años con nosotros y para nosotros. Mi único temor es que tal vez lo han alejado de nuestro lado porque no merecíamos su compañía.
 O ¿quién sabe si ha sido para que nos proteja con sus súplicas ante el Padre? ¡Ojalá sea así! Si cuando vivía con nosotros nos amaba de tal manera que se preocupaba mucho más de mis necesidades que de las suyas, ¿no derramará ahora todo su amor y benevolencia sobre mí, al estar identificado con Dios, amor? También es posible que ahora me conozca más profundamente a mí y mi conducta, y en vez de compadecerse como antes se indigne contra mí. Si Dios se lo ha llevado por mis pecados, estoy cierto que me alcanzará el perdón y me librará de esa pena.
8. En fin, hermanos, seguid su ejemplo y no os enredéis tan fácilmente en pensamientos inútiles, palabras ociosas, chanzas y vulgaridades que os roban la vida y el tiempo. El tiempo vuela y no vuelve, y cuando intentáis liberaros de una pequeña molestia, incurrís en otra mayor. Tened por cierto que después de esta vida se nos exigirá centuplicado en el purgatorio, todo lo que ahora hemos omitido por negligencia. 
 Comprendo que a un hombre disipado le resulte muy duro someterse a la disciplina, y al charlatán guardar su lengua, y al inconstante permanecer siempre en su mismo lugar; pero esto no tiene comparación con aquellos tormentos. Me consta qu este hombre que acaba de morir tuvo que luchar mucho en los primero años de su vida monástica. Pero luchó con mucho valor y triunfo. Entonces le costaba mucho resistir a la tentación; ahora, en cambio, le era tan connatural obrar el bien que le hubiera resultado más violento volver a aquellas frivolidades. Practicad estas enseñanzas y fijaos en el ideal que él os presenta con sus obras y palabras, para que poseáis al que él ya posee: al Dios bendito por siempre.
RESUMEN Y COMENTARIO
Realiza San Bernardo una semblanza de su amigo, y compañero, Dom Humberto, hablando de la muerte como si se tratara de un personaje femenino, que arrebata el cuerpo de su amigo, pero con la esperanza de que éste vuelve, el día de la resurrección, con toda su gloria. Nos lo muestra como una persona entregada a la vida monacal desde la infancia, bondadoso, comedido en el vivir, rechazando cualquier ostentación y vana palabrería. Amante del trabajo, huidor de las murmuraciones y de las carcajadas ruidosas que buscan, más bien, el ridículo falto de caridad. Era pródigo en aconsejar buscando soluciones; tan prácticas que eran patentes para el que buscaba la penitencia. Podemos censurarle cierta terquedad en rechazar los cuidados corporales que se dispensaban en la enfermería.
 Era una persona caritativa, que vivía en la pobreza, practicaba la humildad y algún día resucitará de entre los muertos.
 Profundo lamento de San Bernardo ante la ausencia de su amigo espiritual que consideraba adornado de todas las virtudes, hasta el punto de envidiar su propia muerte.
 Expresa el deseo de que pueda interceder ante el Padre y la duda de si su muerte es un castigo hacia su propia persona, que sufrirá su ausencia.
 Debemos tomarlo como ejemplo. Comprender que el tiempo pasa con rapidez, que se nos exigirá cómo lo hemos empleado. Él mismo tuvo que luchar con ímpetu para adaptarse a la vida monástica hasta que lo consiguió enteramente y encontró aquí una vida feliz y edificante. 

EN LA MUERTE DE SAN MALAQUÍAS. SERMÓN SEGUNDO DEL DÍA DE LOS DIFUNTOS

1. Es indudable, queridos hermanos, que mientras vivamos en este cuerpo estamos desterrados del Señor, y por ello este amargo destierro y la conciencia de los pecados nos incita más al llanto que al gozo. Mas el Apóstol nos anima a alegrarnos con los que están alegres, y la circunstancia y el momento presente nos impulsan a entregarnos a un profundo regocijo. Porque si los justos gozan en la presencia de Dios, como lo afirma el Profeta, no hay duda que también Malaquías se regocija, porque en su vida agradó a Dios y se mostró íntegro. Le sirvió con santidad y rectitud. Agradó a Dios el ministerio y el ministro. ¿Cómo no? Ofreció gratuitamente el Evangelio, y lo sembró en toda su patria. Dominó la indómita barbarie de los irlandeses; sometió al yugo suave de Cristo las naciones extranjeras con la espada del espíritu y le reconquistó su herencia hasta el confín de la tierra.
 ¡Qué ministerio tan fecundo! ¡Qué ministro tan fiel! ¿No fue el instrumento de que se sirvió el Padre para cumplir la promesa hecha a su Hijo? En éste pensaba cuando dijo a su Hijo: Te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra. ¡Con qué gusto recibía el Señor lo que había comprado, y nada menos que al precio de su sangre, la ignominia de la cruz y los horrores de la pasión! ¡Con qué agrado lo recibía de manos de Malaquías, que se lo presentaba graciosamente! El ministro le ofrendaba una entrega gratuita y un ministerio radiante por la conversión de los pecadores. Grata y agradable, repito, la pureza de intención del ministro y la salud del pueblo como fruto de su ministerio.
2. Aunque su ministerio hubiera sido menos fecundo, el Señor hubiera aceptado con idéntico agrado a Malaquías y sus obras. Porque él ama la pureza y le gusta la sencillez, y con su justicia valora las obras por su intención y conoce en el ojo la salud de todo el cuerpo. ¡Y qué grandes son aquí las obras del Señor! ¡Cómo se refleja en todos los proyectos y actividades de Malaquías! Son grandes e incontables, muy buenas y óptimas por la fuente incomparable de su pura intención. ¿Qué obra de misericordia olvidó Malaquías? Pobre para él, era muy rico para los pobres. Fue padre de huérfanos, esposo de las viudas y protector de los oprimidos. Daba con alegría, pedía pocas veces y recibía lleno de pudor. Su gran preocupación fue restablecer la paz entre los enemigos, y siempre lo consiguió.
 ¿Hubo alguien más blando en compadecerse, más rápido en ayudar y más libre para corregir? Tenía un celo inmenso y la capacidad de moderar ese celo. Sabía hacerse débil con los débiles y fuerte con los poderosos; sabía enfrentarse a los orgullosos, fustigar a los tiranos y ser maestro de reyes y príncipes. Con la oración quitó la vista a un rey que obraba mal y se la devolvió cuando se humilló. Frustró los planes de unos que habían roto un pacto de paz y los dejó caer en el error; y cuando se vieron confundidos y avergonzados les obligó nuevamente a la paz. También hizo correr oportunamente un gran río contra los violadores de un contrato, y desbarató sin más los proyectos inicuos de los malvados. No llovía, ni había torrenteras, ni nubes, ni deshielo de nieves y de repente un pequeño riachuelo se convirtió en un río enorme. El río corría ancho e impetoso, impidiendo el paso a los que tramaban el mal.
3.¡Cuántas cosas hemos llegado a oír y conocer de este hombre y de los castigos de sus enemigos, a pesar de que era manso, afable e inmensamente compasivo con los necesitados! Como si fuera padre de todos, vivía para todos. Como la gallina a sus polluelos, así el cuidaba y protegía a todos al amparo de sus alas. No le importaba el sexo ni la edad; ni miraba el rango o distinción de las personas. No se negaba a nadie. A todos abría de par en par el regazo de su amor. cualquier desgracia que le confiaban la hacía propia. 
 Pero el que en las suyas era paciente, en las ajenas era complaciente e incluso impaciente. Tan intenso era a veces su celo, que se enojaba con unos por el bien de otros. Liberaba a los oprimidos y reprimía a los poderosos, para el bien de todos. Se irritaba pero no para no pecar por falta de ira, como dice el salmo: Airaos y no consistáis en el pecado. La ira no le dominaba; y siempre controlaba sus impulsos. Era dueño de sí mismo, y como vencedor de sí, no podía sucumbir ante la ira. Tenía la ira a su disposición. Si la llamaba venía, sosegada, sin violencia; calculada, sin arrebatos. La usaba, pero no se abrasaba.
 Era inmensa su mesura y circunspección en moderar o reprimir este y todos los impulsos de su vida interior y exterior. Aunque se preocupaba de todos, no se olvidaba de sí mismo ni se exponía al peligro. También cuidaba y atendía a su propia persona. De tal modo vivía para sí y para los demás, que ni la caridad le impedía velar sobre sí mismo, ni su bien particular frenaba el el provecho de los otros. Cuando le veías rodeado de multitudes y envuelto en mil asuntos, dirías que era un político sin vida privada. Y cuando le veías en su soledad y en su vida personal, creerías que vivía exclusivamente para Dios y para sí mismo. 
4. Su entrega a las multitudes no le dispersaba, y aprovechaba muy bien los momentos de ocio. Meditar la ley del Señor no es perder el tiempo. Los momentos que le dejaban libre las necesidades del pueblo los consagraba a santas meditaciones, a la oración frecuente y al ocio de la contemplación. En esos momentos hablaba muy poco o nada. Su mirada la tenía atenta a lo que hacía, o modesta y replegada en sí mismo. Como se suele decir de los sabios, tenía los ojos en la cabeza y sólo los movía cuando la virtud así se lo indicaba.
 Su risa, que era rara, o respiraba caridad o la fomentaba. Y cuando brillaba en su rostro, nunca era estrepitosa. Traslucía la alegría de su corazón, y en vez de restar gracia a su rostro, la acrecentaba. Era tan ecuánime que jamás delataba la más íntima ligereza. Tan discreto que ofrecía siempre un semblante sonriente y libre de toda especie de tristeza. ¡Qué don tan perfecto! ¡Ningún obsequio más grato que el de ese espíritu y esas manos! ¡Qué aroma eleva a Dios la oración de este ocioso! ¡Cómo complacen a los hombres los sudores de sus trabajos¡
5. Todo esto le granjeó a Malaquías el amor de Dios y los hombres, y ha merecido compartir desde hoy la compañía de los ángeles y dar pleno sentido a su nombre. Antes ya era un ángel por su pureza y por su nombre; ahora éste alcanza su plenitud, pues goza de la misma gloria y felicidad que los ángeles. Alegrémonos, queridos hermanos, porque nuestro ángel se ha unido a sus conciudadanos, para hacer de embajador en favor de los cautivos, conseguirnos la benevolencia de los bienaventurados y hacerles saber las ansias de los miserables. Alegrémonos, repito, y regocijémonos porque en esta curia celestial hay alguien que se interesa por nosotros, y protege con sus méritos a los que edificó con su ejemplo confirmó con sus milagros. 
6. Este Pontífice santo, que tantas veces había presentado al cielo víctima pacífica con espíritu de humilad, hoy se acerca él mismo al altar de Dios como hostia y sacerdote. El sacerdote cambia la patria y por el rito del sacrificio es mucho más excelente. Se ha secado la fuente de las lágrimas y el holocausto se ofrece entre cantos de júbilo y alegría. Bendito el Señor Dios de Malaquías, que ha visitado a su pueblo con el ministerio de un Pontífice tan grande; y ahora, llevado a la ciudad santa, no cesa de consolarnos en el destierro con el recuerdo de tanta suavidad. Gócece en el Señor el espíritu de Malaquías, libre ya del peso corpóreo y ajeno a toda especie de materia impura o terrena. Con el ímpetu de toda su vitalidad se ha despegado de las criaturas corpóreas e incorpóreas, y se ha lanzado hacia Dios. Unido a él, es un solo espíritu con él para siempre. 
7. ¡Qué digna de veneración debe ser esta casa, que celebra tanta santidad! ¡Malaquías santo: consérvala en santidad y justicia y apiádate de nosotros, que saboreamos el recuerdo de tanta dulzura, envueltos en tantas y tan grandes miserias! Dios te ha concedido gracias inefables; ser muy pequeño ante tus ojos y muy grande a los suyos. Realizó por tu medio la proeza de salvar a tu patria, y a ti te ha concedido el favor de llevarte a la suya. Que esta fiesta tuya, consagrada a ensalzar tus virtudes, sea fecunda para nosotros por tus méritos y tu intercesión. Nosotros celebramos la gloria de tu santidad, y los ángeles también se unen a ella. ¡Ojalá sea plenamente gozosa por su fecundidad! Al marcharse permítenos conservar algunas reliquias de esos frutos tan abundantes de tu espíritu, a quienes estamos hoy reunidos en tu magnífico banquete. 
8. Sé para nosotros, por favor, otro Moisés u otro Elías, y danos tu mismo espíritu, pues viniste con su espíritu y su poder. Tu vida, Malaquías, es norma de vida y de conducta. Tu muerte, puerto de la muerte y puerta de la vida. Tu memoria, encanto de suavidad y de gracia. Tu presencia, corona de gloria en manos del Señor tu Dios. ¡Olivo fecundo en la casa de Dios! ¡Óleo radiante que unges y ardes, te consumes en favores y deslumbras con prodigios! ¡Haznos partícipes de esa luz y dulzura que disfrutas! ¡Azucena perfumada, esbelta y florida ya siempre ante el Señor! Tú empapas el mundo con tu aroma delicado y penetrante. Tu recuerdo es un canto gozoso para nosotros, y tu presencia es el orgullo de los seres celestes. Haz que quienes te ensalzamos participemos también en tu plenitud.
¡Astro inmenso y foco que disipas las tinieblas! Tú iluminas la cárcel con el resplandor de tus signos y tus méritos, y llenas de alegría la ciudad. Disipa de nuestros corazones, con el fulgor de las virtudes, la oscuridad de nuestros vicios. ¡Estrella matinal! Tú brillas más que ninguna, porque empalmas con el día y eres la más semejante al Sol. Dígnate ir delante de nosotros, para que vivamos a plena luz, como hijos que somos de la luz y no de las tinieblas. ¡Aurora que regalas el día a la tierra, y luz del mediodía que bañas las playas infinitas del cosmos! Acógenos en esa luz que te ilumina y te hace brillar en todas dimensiones, y con la que ardes dulcemente en tu interior. Que nos lo conceda nuestro Señor Jesucristo, que reina con el Padre y el Espíritu Santo y es Dios por todos los siglos. Amén.
RESUMEN Y COMENTARIO
 Hace San Bernardo una breve semblanza de San Malaquías. Desde su condición de mortal, que compartimos, y a todos produce lástima, empañada de dolor, hasta su obra inmensa en una tierra que consideraba indómita. Donde debían ocurrir violentas luchas de poder que él conseguía dominar, incluso recurriendo a milagros que a todos hacían reaccionar.
 También se refiere a esa caridad que lo es también hacia uno mismo y no nos debe permitir arriesgarnos en luchas estériles y extremadamente peligrosas.
 Igualmente era un santo contemplativo que sabía usar su ocio, y su tranquilidad,  de manera que también fueran pan  del espíritu.
 Superado el juicio que podemos formarnos de su santa persona, sólo nos queda regocijarnos en su ejemplo y hacerlo embajador de nuestras esperanzas.
 Debemos alegrarnos con él, porque ya se encuentra junto al mismo Altar de Dios.
San Malaquías consiguió ser muy pequeño ante sus propios ojos (por su humildad) y muy grande ante los de Dios (por su grandeza y singularidad). San Malaquías salvó, de la barbarie, a su patria irlandesa.
Compara a San Malaquías con Elías, con Moisés y con la luz del Sol que dirige nuestros pasos, con las estrellas que iluminan y anuncian la mañana. 

EN LA MUERTE DE SAN MALAQUÍAS-EL DÍA DE LOS DIFUNTOS


EN LA MUERTE DE SAN MALAQUÍAS, OBISPO

(SU FESTIVIDAD COINCIDE CON EL DÍA DE LOS DIFUNTOS)

SERMÓN PRIMERO

1. Hermanos, hoy el cielo os ha hecho un regalo extraordinario. Si no os lo distribuyo escrupulosamente, os perjudico a vosotros y me expongo yo mismo a un grave riesgo, porque se me ha confiado este servicio. Sí, temería vuestro perjuicio y mi condenación, si se me dijera: Los niños piden pan y nadie se lo da. Sé muy bien cuánto necesitáis el consuelo espiritual, después de haber renunciado varonilmente a los placeres carnales y a los encantos mundanos.
 En este sentido nadie pone en duda que ha sido un regalo celestial y un acto de la providencia divina el hecho de que el obispo Malaquías muriera hoy entre vosotros y sea sepultado aquí mismo, según su deseo. Si no cae una sola hoja del árbol sin permisión divina, ¿quién será tan necio que no vea en el venida y muerte de este santo varón un designio maravilloso y providencial de Dios? Vino desde muy lejanas tierras para entregar aquí su cuerpo a la tierra. El motivo de su viaje era otro, pero esto lo deseaba ardientemente por el entrañable amor que nos tenía. En el viaje soportó calamidades sin cuento, y no se le permitió cruzar el mar hasta poco antes de morir y a pocas fechas del límite de sus días.
 Llegó a nuestra casa agotado por tantas fatigas y le recibimos como a un ángel de Dios, por la reverencia debida a su santidad. Y él, a su vez, con su profunda mansedumbre y humildad, nos expresó un amor intenso y totalmente inmerecido. Pasó unos cuantos días entre nosotros, con buena salud, mientras llegaban sus compañeros que estaban dispersos en Inglaterra por los obstáculos que un rey suspicaz ponía a este hombre de Dios. Y cuando se juntaron todos, quisieron continuar el viaje a la curia romana, pero le sobrevino una enfermedad y comprendió al instante que se le llamaba al palacio del cielo. Dios nos concedió la gracia de que no muriera en otro lugar cualquiera, sino entre nosotros.
2. Los médicos no apreciaron en él ninguna señal de enfermedad grave, y menos aún de muerte inminente. Él, en cambio, repetía lleno de gozo que este mismo año iba a morir Malaquías. Se pusieron todos los medios posibles y acudimos humildemente al Señor, pero prevalecieron sus méritos: se le concebió el deseo de su corazón y no se le negó lo que pedían sus labios. Todo aconteció según sus deseos: había elegido este lugar por inspiración divina y siempre quiso ser enterrado en este día de la Conmemoración de todos los Difuntos.
 Hay otra circunstancia que aumenta nuestro gozo: Dios hizo que eligiéramos este mismo día para trasladar los huesos de nuestros hermanos desde el antiguo cementerio a este lugar. Al ver cómo los trasladábamos y cantábamos salmos, nuestro santo encontraba en ello muchísimo gozo. Y a los pocos días él mismo se unió a esos restos mortales, dormido en un sueño plácido y feliz. Demos, pues, gracias a Dios en todo lo que dispone. Somos indignos y nos ha honrado con esta muerte tan santa; pobres, y nos enriquece con el valioso tesoro de su cuerpo; débiles, y nos consolida con esta columna de su Iglesia. Esta distinción de que somos objeto-traer a un hombre de tanta santidad para morir y ser sepultado aquí-tiene uno de estos sentidos: que este lugar agrada a Dios, o quiere hacerlo agradable.
3. Sin embargo, el mismo amor de este santo Padre me impulsa a condolerme con todo afecto de su pueblo, y gemir horrorizado ante la crueldad de la muerte, que no receló herir con tanta violencia a esa pobre Iglesia. Muerte cruel e inexorable, que se ensañó con uno solo y destrozó a toda una multitud. Muerte ciega y descuidada, que ató la lengua de Malaquías, paró en seco sus pasos, hizo caer sus brazos y cerró sus ojos. Esos ojos tan dulces, que habían conseguido el perdón divino para tantos pecadores con sus piadosas lágrimas. Esas manos tan limpias, que sabían entregarse a trabajos humildes y pesados, ofrecer día tras día la hostia salvífica del Cuerpo del Señor, estar levantadas en alto no para airarse o discutir, sino para orar, hacer favores a los enfermos y realizar prodigios sin cuento.
 La muerte anuló esas hermosas caminatas que sembraban paz y bien; paralizó esos pies que tantas veces se fatigaron para difundir la religión, y borró las pisadas que merecen ser colmadas de besos. Enmudecieron los labios sagrados del sacerdote, que guardaban el saber; la boca del justo que exponía la sabiduría, la lengua que pregonaba el derecho y la misericordia para sanar tantas llagas espirituales.
 Nada tiene de extraño, hermanos, que el fruto de la maldad sea tan desastroso, y tan cargado de alevosía el engendro de la astucia. Es normal que hiera sin discreción la que procede de la religión, y que sea necia y cruel la engendrada por artimañas de la serpiente y la ingenuidad femenina. No nos lamentemos de que osara acometer a Malaquías, miembro auténtico de Cristo; mucho antes había arremetido con todo su furor contra la Cabeza de Malaquías y de todos los elegidos. Arremetió contra el que era libre, mas ella perdió la libertad. La muerte tropezó con la vida, pero fue la vida quien desmenuzó y se tragó a la muerte. La muerte se tragó el anzuelo, y cuando creyó vencer quedó prisionera.
4. Intuyo vuestros pensamientos: ¿Es posible que la muerte quedara realmente aplastada por la Cabeza, cuando que vemos que ataca con tanta libertad a los miembros? Si ya no vive la muerte, ¿cómo ha podido matar Malaquías? Si está derrotada, ¿cómo impera sobre todos, hasta el punto de que no exista un solo hombre que se libre de ella?
 Sí, la muerte-obra del diablo y castigo del pecado- está realmente derrotada. También está abatido el pecado, origen de la muerte. Y está aniquilado el maligno, autor del pecado y de la muerte. Y además de vencidos, están juzgados y condenados. Pesa sobre ellos una sentencia que todavía no ha sido promulgada. Ya está preparado el fuego para el diablo: unos momentos más en que puede hacer daño, y será arrojado al fuego. Se ha convertido en el martillo del Dueño del mundo: el martillo del mundo que golpea a los escogidos para su bien y tritura a los réprobos y condenados
 De tal padre de familia tales hijos: el pecado y la muerte. Es cierto que en una misma cruz quedarán clavados Cristo y el pecado, pero todavía se le permite a este último no digo reinar, pero sí vivir hasta en los Apóstoles. ¿Creéis que no digo la verdad? Escuchad: Ya no soy yo el que realiza eso, es el pecado que habita en mi. A la muerte, por su parte, se le permite estar presente, pero se le prohíbe maltratar. Un día se le dirá: muerte ¿dónde está tu victoria? Y al final será también aniquilada. 
 De momento todo lo dirige el dueño de la vida y de la muerte y el que fija sus límites al mar. Él la ha convertido para sus elegidos en un sueño reconfortante, como dice el Salmista: A la hora del descanso, el Señor da la herencia a sus elegidos. ¡Qué espantosa es la muerte del pecador, tras un nacimiento infame y una vida vergonzosa! Mas ¡qué maravillosa la muerte de los santos! Maravillosa, porque es el fin de sus trabajos y su victoria total, el dintel de la vida y el acceso a la tranquilidad más absoluta. 
5. Gocémonos, pues, hermanos, y felicitemos a nuestro padre. Si la compasión nos impulsa a llorar al Malaquías difunto, con mayor motivo nos excita a regocijarnos con el Malaquías que vive. ¿Creéis acaso que no vive? Sí, y es plenamente feliz. La gente insensata piensa que ha muerto, pero él está en la paz. Es un conciudadano de los consagrados y familia de Dios. Canta y da gracias diciendo: Cruzamos el fuego y el agua, pero nos has dado respiro. Los cruzó con decisión y lleno de gloria. Es un auténtico hebreo que ha celebrado espiritualmente la Pascua, y al pasar nos decía: ¡Cuánto he deseado cenar con vosotros esta Pascua! Cruzó el fuego y el agua, porque no le desalentó lo arduo, ni le ablandó la molicie. Debajo de nosotros hay un lugar lleno de fuego, donde aquel desgraciado rico no pudo conseguir que Lázaro le diera ni una gota de agua. Y arriba está la ciudad de Dios, que disfruta de un río caudaloso, de un torrente de delicias, de una copa desbordante.
 En este lugar intermedio está la posibilidad de conocer el bien y el mal, experimentar el gozo y la desgracia. Eva fue la causante de estas alternativas. Aquí existe el día y la noche. El infierno es una noche continua, y el cielo, un día eterno. Dichosa el alma que ha superado todo esto sin detenerse en el gozo ni desalentarse ante la desgracia.
6. Quiero referiros brevemente un gesto de los muchos y admirables de este hombre, donde se ve con qué valor cruzó el fuego y el agua. La sede metropolitana de San Patricio, el gran apóstol de Irlanda, la había usurpado una familia impía, que elegía de su propia tribu los arzobispos y era dueña absoluta de la casa de Dios. Los fieles instaban a Malaquías para que luchara contra semejante escándalo. Al fin se decidió y aceptó el arzobispado; se lanzó a un enorme riesgo para acabar con tal abuso. Gobernó aquella iglesia rodeado de peligros, y cuando consiguió la paz instaló canónicamente otro sucesor.
 La condición que puso para aceptar fue precisamente ésta: cuando cesara la furia de la persecución sería elegido otro, y él podría volver a su sede anterior. Allí vivió sin rentas eclesiásticas ni seculares, en unas comunidades religiosas que él había fundado. Era uno de tantos y conservó hasta su muerte la más estricta pobreza. Aquí tenéis a un hombre de Dios, purificado-no aniquilado-en el crisol de la tribulación. Y resultó oro de pura ley. Los placeres no frenaron su carrera ni la cambiaron de ruta; ni se detuvo a curiosear en el camino, olvidado que era un peregrino.
7. ¿No ansiais ardientemente, hermanos, imitar su santidad y aspirar a todo esto? Intentaré, pues, explicar de dónde procede esta santidad de Malaquías, porque creo que estáis deseando oírlo. Y para que mis palabras tengan más valor, recurro a las Escrituras: Lo santificó por su fe y su mansedumbre. Con la fe pisoteaba al mundo, como dice Juan: Esta es la victoria que ha derrotado al mundo, nuestra fe. Y con la mansedumbre soportaba serenamente todos los peligros y contrariedades.
 Apoyado en la fe, caminaba sereno como Cristo sobre las olas del mar, sin caer prisionero de sus atractivos. Y la paciencia le hacía dueño de sí mismo y no se rendía en el combate. A este respecto nos dice un salmo que caerán mil a tu izquierda y diez mil a tu derecha; es decir, que las falacias de la prosperidad derriban a muchos más que los golpes de la adversidad.
 Por lo tanto, hermanos, que ninguno se engañe por el espejismo de una superficie llana y suave; ni cra que andar por el mar es lo más cómodo. También hay en él grandes montañas, invisibles y terriblemente peligrosas. El camino que serpentea entre áridos valles y abruptas montañas nos parece más laborioso, pero según los expertos es mucho más seguro y conveniente. Uno y otro, es cierto, exigen esfuerzos y están expuestos a mil peligros: es preciso combatir con las armas de la honradez a diestra y siniestra, para compartir el gozo de quienes cruzaron el fuego y el agua antes de llegar al descanso. ¿Queréis que os hable ahora de este descanso? Prefiero que sea otro quien os hable de él. De lo que no he experimentado prefiero no hablar.
8. Se me ocurre, no obstante, que hoy Malaquías nos dice algo que está en íntima relación con este descanso: Retorna, alma mía, a tu descanso, que el Señor fue bueno contigo: arrancó mi alma de la muerte, etc. Voy a haceros unas reflexiones muy breves, porque el día va ya de caída y el sermón ha sido más largo de lo esperado. Me cuesta apartarme de tan dulce padre y mi lengua no sabe callar cuando habla de Malaquías.
 Hermanos, sabéis muy bien que el pecado es la muerte del alma. Nos lo dice el Profeta: El alma que peque, morirá. En consecuencia, merece un triple parabién el hombre que se libera del pecado, del trabajo y del peligro. Desde ese momento ya no se dice que el pecado habita en él, ni se le exige hacer penitencia, ni se le previene que esté alerta de ningún peligro. Elías ha cogido ya su manto y se han disipado todos sus temores. La adúltera es incapaz de agarrarle y tocarle. Ha subido ya al carro y no hay peligro de que se caiga: sube muy tranquilo, sin esforzarse nada y sentado en un coche ligero.
 Hermanos, corramos también nosotros a este descanso con todas las ansias de nuestro corazón, atraídos por los aromas de nuestro santo padre, que parece haber trocado hoy nuestra bibieza en un ardiente deseo. Corramos, sí, tras él, repitiéndole sin cesar: Llévanos contigo. Y demos gracias al que es la misericordia omnipotente, con los afectos del corazón y una conducta intachable, porque ha querido que no nos falte la intercesión ajena, a los siervos indignos que carecemos de méritos propios.

RESUMEN Y COMENTARIO
Relata San Bernardo la fortuna de que San Malaquías muriera en su comunidad monástica, cuando se dirigía a Roma. El mismo santo deseaba fallecer el día de los difuntos y que sus restos descansaran, para siempre, en un lugar santo y cristiano. Sin embargo su muerte fue una gran pérdida para muchas personas, para toda su comunidad de creyentes. Se plantea así la lucha de la muerte y la vida y cómo, con el cristianismo, podemos tener la esperanza de que la verdadera vida se imponga a la muerte. La muerte y el pecado han sido vencidos y sólo son el martillo con el que nuestro Señor nos golpea temporalmente. Compara la muerte del pecador con la de los santos. En realidad San Malaquías vive y no podemos dudarlo. Los mortales ocupamos un lugar intermedio entre la extrema sequía del desierto y el río abundante que nos promete Cristo. Tenemos que ascender hacia lo eterno sin detenernos en los efímeros gozos y sin hundirnos en las contrariedades. Recordemos las circunstancias de San Malaquías, cómo vivió en la pobreza y sólo aceptó el arzobispado de Irlanda de una forma temporal, hasta expulsar a personajes corruptos que lo gobernaban. Consiguió todo eso con fe y mansedumbre, que son dos armas de suma importancia para avanzar en la vida espiritual y conseguir el descanso eterno. En un ansia el llegar a subir, como Elías, en el carro que nos arrebata de todos los peligros sin temor de volver a caer. Nunca olvidemos que todo esto es por el amor y la misericordia de Dios y no por nuestros propios méritos.

sábado, 1 de noviembre de 2014

SU RECUERDO NOS ES MUY PROVECHOSO


SERMÓN QUINTO DE LA FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS

1. Hoy es fiesta para nosotros: una de las más solemnes. ¿Por qué motivo? ¿Es la fiesta de un apóstol, mártir u otro santo? No, no celebramos a ninguno en concreto, sino a todos Juntos. Todos sabemos que hoy es la fiesta de todos los Santos. De todos, los del cielo y los de la tierra. Y entre éstos algunos están ya en el cielo y otros viven todavía en la tierra. Así pues, hoy honramos a todos en común, aunque no con la misma intensidad. Lo cual es comprensible, ya que su grado de santidad no es idéntico, y se diferencian mutuamente. No sólo digo que uno sea más santo que otro, lo cual sería cuestión de cantidad más que de cualidad, sino que cada uno encarna la santidad según su personalidad. Quizá entre los ángeles y los hombres es donde puede señalarse esta variedad de santidad y de renombre. Pues no creemos que puedan ser ensalzados los que nunca lucharon.
 Unos merecen ser colmados de honor porque fueron verdaderos amigos tuyos, Señor. Vivieron identificados con tu voluntad, gozosa y espontáneamente. Su combate consistía en resistir varonilmente cuando otros sucumbían. Y en vez de seguir el consejo de los impíos, refrendaban su propósito: Para mí lo mejor es estar junto a Dios.
 Es muy digno celebrar esa gracia que los previno suavemente; y honrar esa bondad divina que no los impulsó a la penitencia, sino que los alejó de cuanto exige penitencia; no los salvó, sino que los preservó de la tentación.
2. Otra forma de santidad y muy digna de venerar, es la de aquellos que superaron la gran persecución y blanquearon sus vestiduras con la sangre del Cordero. Como soldados invencibles en mil combates, ostentan su corona triunfal.
 ¿Podemos contar con otra especie de Santos? Sí, la escondida. A ésta pertenecen aquellos que luchan actualmente en el campo de batalla. Los que corren y no han llegado aún a la meta. Es posible que alguien me tache de temerario al tenerlos por santos; Conserva mi alma, que soy santo. Y el Apóstol, gran experto en los misterios divinos, lo pregona atodos los vientos: Sabemos que con los que aman a Dios, con los que él ha llamado a ser santos, todo coopera para su bien.
 Vemos, pues, diversos matices en el uso de la palabra santidad: unos son santos porue ya la poseen plenamente, y otros porque están predestinados a ella. La santidad de estos últimos está oculta en Dios; es algo misterioso y se celebra en la penumbra del misterio. En realidad, el hombre no sabe si es digno de amor o de odio. Lo futuro es algo incierto. Por eso preferimos dejar que Dios honre a estos santos, porque el Señor conoce a los suyos y cuáles son sus elegidos.
 Y no se priven tampoco de fiesta aquellos espíritus en servicio continuo, enviados en ayuda de los que han de heredar la salvación. A nosotros no se nos permite canonizar en vida a nadie, porque la incógnita de la vida no garantiza la gloria de ningún mortal. El precio sólo se concede al auténtico atleta, nos repite aquella trompeta celeste. Y el Legislador ha rectificado personalmente las reglas de juego: Quien resista hasta el final se salvará. Aquí tienes la incógnita: ¿quién va a perseverar? ¿Quién va a luchar debidamente? ¿Quién recibirá la corona?
3. Encomia la virtud de quienes han conseguido ya la victoria; glorifica a aquellos cuyo triunfo puedes ya compartir sin vacilar. Esta misma noche cantábamos a los Santos: Temed al Señor todos sus santos. Pero no a éstos. No invitábamos al temor a los que han perseverado hasta el final, pues dice la Escritura que desaparecerá el temor de todas nuestras fronteras. Nos referíamos a aquellos otros santos que necesitan una continua vigilancia frente a los peligros. Porque su lucha no es sólo contra hombre de carne y hueso, sino contra las soberanías, las autoridades, los jefes que dominan en estas tinieblas y las fuerzas espirituales del mal. Hace falta custodiarlos, porque son acometidos por todos lados, de cerca y de lejos. Y donde abundan los ataques externos no deben escasear los temores internos; por eso se, les dice: Temed al Señor todos sus santos. Actualmente toda nuestra felicidad se centra en el temor de Dios, como nos dice la Escritura: Dichoso el hombre que se mantiene alerta. Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos.
 Cuán distinta es la felicidad de aquellos cuyo amor perfecto expulsa todo temor, y ya no les asusta el camino de la vida, porque viven y cantan en la patria. Dichosos los que viven en tu casa, Señor, alabándote siempre. Nuestra felicidad y nuestra fiesta la celebramos ahora en el temor de Dios. Ellos, en cambio, entre cantos de gozo y alabanza.
4. Los únicos hombres que pueden ser alabados sin temor son los que no viven su vida propia, sino la de Dios; porque la vida del hombre es lucha continua. Y existen dos motivos -íntimamente relacionados-que garantizan esta alabanza. No tememos ensalzar a quienes lo merecen de verdad, ni dudamos en glorificar a los que están tan abismados en la gloria que en nada les afectan nuestros aplausos. Donde reina la verdad no cabe la vanidad.
 Tú ahora me preguntas: ¿qué gloria pueden recibir los Santos? Porue ellos no se alaban a sí mismos. Lo prohíbe el oráculo divino: No te alabe tu propia boca. Tampoco se alaban unos a otros: están tan inmersos y absortos en glorificar al Creador, que eso constituye toda su felicidad, y no les queda ni la más remota posibilidad de alabarse mutuamente. Recordemos, una vez más, al Profeta: Dichosos los que viven en tu casa, Señor, te alabarán por siempre jamás.
 Sin embargo, no me resigno a creer que los Santos carezcan de gloria. Me apoyo en el parecer del Apóstol: Nuestras penalidades momentáneas y ligeras nos producen una gloria eterna que los sobrepasa desmesuradamente. Y me lo confirma el Profeta: Ven a traernos tu salvación para que gocemos de la dicha de tus elegidos, nos alegremos con la alegría de tu pueblo y seas glorificado con tu heredad. Ten en cuenta que no dice: "para que seas glorificado por tu heredad", sino: con tu heredad. Lo cual indica que la alabanza será común para todos. Los elegidos alaban al Señor. Y ¿quién alabará a los elegidos? He aquí la respuesta: Cada uno recibirá su alabanza. ¿De quién? De Dios. Gran loador y alabanza digna de ser ansiosamente deseada. ¡Qué intercambio tan feliz: tan dichoso es alabar como ser alabado!
5. ¿Qué significan, pues, para los Santos nuestras alabanzas, nuestros himnos y esta solemnidad? ¿Por qué brindarles homenajes terrenos si como lo asevera el Hijo son honrados por el Padre del cielo? ¿Les agradarán nuestros cantos? Están saciados. Así es, queridos hermanos. Los Santos no necesitan nuestros homenajes, ni aumenta su gloria con nuestro fervor. La celebración de su memoria nos es muy provechosa a nosotros, no a ellos.
 ¿En qué medida nos aproveha? Yo siento que su recuerdo excita en mí un ardiente deseo con tres aspectos distintos. Un refrán popular dice: "ojos que no ven corazón que no siente". Mi ojo es mi memoria; y pensar en los Santos es casi como verlos. Según eso, nuestra gran riqueza está en el país de los vivos; y si este recuerdo está empapado de afecto, es una riqueza incalculable.
 Esto mismo nos convence de que nuestra patria es el cielo. Aunque de momento no lo sea tan nuestra, como lo es de ellos. Ellos residen allí sustancialmente, nosotros con el deseo; para ellos es presencia, para nosotros recuerdo. ¿Cuándo nos juntaremos con nuestros padres? ¿Cuándo nos asociaremos esencialmente a ellos? Este es el primer deseo que excita o más bien incita en nosotros el recuerdo de los Santos, gozar de su compañía tan deseable, merecer ser conciudadanos y eternos compañeros de los espíritus bienaventurados, asociarnos a la asamblea de los Patriarcas, a los batallones de los Profetas, al senado de los Apóstoles, a los inmensos escuadrones de Mártires, al colegio de los Confesores, al coro de las Vírgenes. En una palabra: mezclarse y regocijarse en la comunión de todos los Santos.
6. El recuerdo de cada uno es una chispa o una antorcha luminosa que inflama a las almas fervientes en el deseo de verles y abrazarles. A veces creen estar ya en su compañía, y su corazón suspira por todos o alguno de ellos con todo el ímpetu de su anhelo y de su pasión. ¿Por qué somos tan negligentes, tan perezosos y tan locos que no nos despegamos de aquí con frecuentes suspiros y ardientes afectos, y disparamos nuestro espíritu hacia aquellas huestes tan felices? ¡Desgraciados de nosotros, duros de corazón! ¡Ay de aquellos que, como dice el Apóstol viven sin amor! Nos está esperando la primitiva Iglesia, y somos indolentes; los santos nos desean, y no les prestamos atención; los justos suspiran por nosotros, y disimulamos.
 Despertemos ya de una vez, hermanos. Resucitemos con Cristo. Busquemos y saboreemos lo de arriba. Suspiremos por quienes desean nuestra presencia, corramos hacia quienes nos están aguardando, avancemos con nuestros deseos hacia los que nos esperan. En nuestra vida de comunidad no existe la seguridad, ni la perfección, ni el sosiego. Y, sin embargo, ved qué dulzura, qué delicia vonvivir los hermanos unidos. Si surge una preocupación interior o externa, la compañía de unos hermanos tan entrañables y que piensan y sienten como nosotros, la hace más llevadera. ¡Cuánto más dulce, agradable y dichosa será aquella unión donde no cabe la sospecha ni brota la discusión, y la caridad más exquisita estrechará a todos con una alianza indisoluble! Lo mismo que el Padre y el Hijo son uno, así lo seremos  nosotros con ellos. 
7. Pero no aspiremos únicamente a la compañía de los Santos: anhelamos también su felicidad; ambicionemos su presencia y codiciemos apasionados su gloria. Es una ambición totalmente inofensiva, y una ansia de gloria completamente pura. Pues cuando decimos: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria, nos referimos a esta vida. Lo mismo cantan los ángeles: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad. En otro lugar oímos: No me toques, que aún no he subido al Padre. Es el Verbo de la gloria. Ciertamente, el hijo sabio es gloria del padre. Por eso dice a Gloria por excelencia: No me toques. Es decir, no busques la gloria, rehúyela y no te atrevas a tocarme hasta que lleguemos al Padre, mansión invulnerable de la gloria. Allí me gloriaré en el Señor: que lo escuchen los humildes y se alegren. El que antes decía: No me toques, que aún no he subido al padre, parece haber escuchado el grito de la esposa del Cantar: Huye, amado mío, huye. O lo que citábamos hace un momento: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria. Y en uno de los himnos hemos cantado hoy, inspirándonos en el canto de los ángeles

Da paz a tus siervos,
y que nosotros te damos gloria
por los siglos sin fin.

8. Como la vida del hombre es una lucha continua, le interesa más buscar la paz que la gloria. La paz con Dios, con el prójimo y consigo mismo. Centinela del hombre, ¿por qué te has convertido en mi adversario, y me he convertido en carga para mi mismo? La guerra está a punto de estallar, se está fraguando una sedición; no es una guerra civil, sino familiar: la carne y el espíritu están enfrentados. El motivo es evidente: Te has convertido en mi adversario. Tú eres la libertad verdadera, la vida, la gloria, la plenitud y la felicidad. Yo, en cambio, soy pobreza, miseria, indigencia, turbación y abatimiento, víctima y esclavo del pecado. Tú eres el deleite sumo y perfecto, el descanso de los espíritus bienaventurados: y yo estoy colocado por ti, desde siempre, lejos del Edén, lejos del deleite, sumido en la fatiga y en la angustia.
 Y nos dices: Convertíos a mí de todo corazón. Si nos exhortas a volver es que estamos alejados de ti. Si nos pides la vonversión es porque vivimos enfrentados contigo. ¿Cómo convertirnos? Con ayuno, con llanto y con luto. ¡Oh realidad admirable! ¿Practicas tú, acaso, el ayuno o te entregas al llanto o al luto? No, vives ajeno a todo esto. Es algo inconcebible en ti. Tu reino es Jerusalén, a quien sacias con flor de harina. Allí no existe ni luto, ni llanto, ni dolor, sino cantos de gratitud y de alabanza. Que los justos se alegren y gocen en la presencia de Dios, rebosando de alegría.
 ¿Cómo, pues, volvemos a él con ayuno, con llanto y con luto? ¿No será que el justo le encuentra en el gozo y la alegría, y el que todavía no lo es, solamente en el ayuno, el llanto y el luto? Sí, así es. pero el justo de que hablamos es el que ya ve a Dios, no el que vive aún en la fe. Como cuando dice el Señor: Estoy con él en la tribulación, se refiere al que camina en la fe, y no al que goza de la presencia. Es cierto que todos tienen una misma cabeza, pero no se manifiesta del mismo modo a todos los miembros. Unos la ven coronada de espinas y apoyada sobre la cruz, para que se humillen y se muevan a compunción. Otros la contemplan gloriosa para ser glorificados por ella y se gloríen en ella, hechos semejantes a él, porque la ven tal como es.
9. Esta es la segunda clase de deseo que suscita en nosotros el recuerdo de los Santos: que Cristo se nos manifieste como nuestra vida, lo mismo que a ellos, y nosotros seamos glorificados en él. Mientras tanto, nuestra cabeza no se nos presenta tal como es, sino tal como se hizo por nosotros. En vez de una corona gloriosa, lleva la corona de espinas de nuestros pecados: ¡Muchachas de Sión, salid para ver al rey Salomón con la rica corona que le cinó su madre! ¡Qué rey y qué corona! La madre es la Sinagoga, que no actuó como madre, sino como madrastra, al ceñir a nuestro Rey una corona de espinas.
 Ruborícense esos miembros ansiosos de gloria viendo a su cabeza tan deshonrada, sin figura, sin encanto ni belleza ni cosa semejante: Ahora sí que es el verdadero Salomón; ahora viene como rey de paz, y no de dicha o de gloria. De este modo da plenitud a lo que cantaron los ángeles; paz en la tierra y gloria en el cielo. Sonrójate de ser un miembro refinado de una cabeza acribillada, y aquien la úrpura no le sirve de honra, sino de mofa.
 Es triste que este día se celebre en muchos lugares a base de banquetes y grandes derroches. Eso no es celebrar, sino vilipendiar. Ellos verán lo que hacen. Con eso se festejan a sí mismos, no a los Santos. No buscan el agrado de los Santos, sino su propio capricho. Pero Cristo volverá, y su muerte dejará de ser proclamada. Y entonces veremos si hemos muerto de verdad y si nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. La cabeza aparecerá radiante de gloria, y con ella brillarán sus miembros glorificados. Y transformará la bajeza de nuestro ser, reproduciendo en él la gloria de la cabeza, que es él mismo. Anhelemos esta gloria con toda la audacia y ambición de que somos capaces y que nunca se nos diga: Os dedicáis al intercambio de honores y no buscáis el honor que viene sólo de Dios.
10. Para poder esperar esta gloria y aspirar a tanta dicha, debemos desear con todas nuestras ansias los sufragios de los Santos para que su intercesión supla nuestra impotencia. ¡Piedad, piedad de mí, amigos míos! Vosotros conocéis nuestros peligros, nuestro barro, nuestra insipiencia, la astucia y la furia del enemigo y nuestra fragilidad. Hablo con vosotros, que os visteis en esta misma tentación, superasteis idénticas peleas, escapasteis de lazos semejantes y vuestra experiencia os enseñó a ser compasivos.
 También confío que los ángeles se dignarán visitar a su propio linaje, y me apoyo en aquel texto: Visitarás a tu raza y no pecarás. Sin embargo, aunque me atrevo a confiar en ellos por la semejanza de su ser espiritual y la forma racional, me inspiran mucha mayor confianza los que participan de mi misma humanidad. Esto les impulsa a compadecerse íntima y profundamente del que es hueso de sus huesos y carne de su carne.
11. Y finalmente, cuando pasaron de este mundo al Padre nos dejaron la más sagrada fianza. Sus cuerpos reposan en paz junto a nosotros, y su fama perdura por generaciones; es decir, su gloria es inmortal. No, vosotros no sois como aquel desagradecido egipcio, el copero del Faraón, que al ser restablecido en su cargo se olvidó de José encarcelado. No eran miembros de una misma cabeza, no existe unión posible entre el infiel y el creyente, entre el israelita y el egipcio, entre la luz y las tinieblas. Egipto significa tiniebla, e Israel es el que ve a Dios. Por eso, donddequiera estaba Israel había luz. Nuestro Jesús no se pudo olvidar del ladrón cricificado con él; hizo lo que prometió: en un mismo día sufrió y reinó con él.
 Si nosotros no fuéramos miembros de esa misma cabeza a la que están unidos los Santos, ¿qué sentido tendrían estos sentimientos y regocijos tan fervientes con que les honramos? Pero advertid qué dice la Escritura: Si un miembro goza, todos se alegran con él; y cuando un órgano sufre, todos sufren con él. Vivimos en mutua relación: nosotros gozamos con ellos, y ellos sufren con nosotros; nosotros reinamos con ellos por la oración fervorosa, y ellos luchan en nosotros y en nuestro favor con su atenta protección. No podemos dudar de su compasiva solicitud. Si como dije anteriormente no alcanzarán su plenitud sin nosotros, esperan a que recibamos nuestra recompensa. Y en ese día último y solemne de la fiesta, todos los miembros unidos a su excelsa cabeza formarán el hombre total; y será ensalzado Jesucristo, nuestro Señor, junto con sus elegidos. Él es Dios soberano bendito y glorioso por siempre.

RESUMEN Y COMENTARIO
 Es difícil comparar unos santos con otros, pues difieren en calidad y cantidad. Unos sobresalieron en alguna faceta y otros en aspectos diferentes. De cualquier forma, de todos podemos aprender y ellos nunca compitieron entre sí. La santidad es algo que vemos retrospectivamente, cuando la persona ha llegado al final de su vida terrena. No podemos saber quién resistirá hasta el final tan dura prueba. Si existe, o no, la predestinación de algunas personas, es ese un gran misterio en manos de Dios. Nuestra felicidad se basa en el temor de Dios. Tras la muerte se basará en el gozo y la alabanza. Esa alabanza no será de unos santos a otros sino que la recibirán conjuntamente de Dios, pero de tal manera que cada uno reciba la suya propia. Los santos no tienen necesidad de nuestras alabanzas, pero nosotros sí necesitamos su ejemplo pues nos proporciona la  esperanza de una vida futura  en la gracia de Dios. La comunión de todos los santos será dulce y exquisita, sin ningún tipo de discusión y con una alianza indisoluble. Aspiramos a la gloria tras la muerte, y es un sano propósito,  pero no en vida pues en ella no existe otra gloria que la de nuestro Creador. Podemos imaginar a Dios como gloria o como lucha. Las cosas del espíritu se oponen a las materiales y, cuando lo vemos como lucha es porque estamos más alejados de Él y estamos comenzando el camino que nos marca nuestra fe. La visión que tenemos de "nuestra cabeza" depende de cómo sea nuestra vida espiritual. Debemos reflexionar sobre esto en estas fiestas y no transformarla en una festividad mundana y vacía de contenido. Los santos pueden compadecerse de nosotros, y ayudarnos, con mayor facilidad por haber compartido nuestra naturaleza mortal. Todos formamos parte de una misma comunidad de luz y unos esperan a los otros para estar juntos, el día de la resurrección, junto a Jesucristo en la Comunión de los Santos.

ESTÁN SIN MANCHA NI ARRUGA

ESTÁN SIN MANCHA NI ARRUGA
SERMÓN TERCERO DE LA FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS
1. Como dijimos en el sermón anterior, las almas de los santos pasan por tres estados diferentes: unidas primeramente a un cuerpo corruptible, separadas luego del cuerpo y unidas definitivamente a su cuerpo glorioso. El primero implica combate, el segundo descanso y el tercero felicidad consumada. El primero se vive en las tiendas, el segundo en el atrio y el tercero en la casa de Dios. ¡Qué deseables son tus tiendas, Señor de los ejércitos! Y mucho más deseables sus atrios, como canta el Salmista: Mi alma se consume anhelando los atrios del Señor. Pero como sabemos, también en los atrios suele haber alguna privación: por eso: Dichosos los que sirven en tu casa, Señor. Hermanos, ¡qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor!
 Si me preguntáis por qué soy tan audaz, os respondo que veo ya a muchos de vosotros en los atrios, esperando que se complete el número de los hermanos. Pues no entrarán en aquella mansión dichosa sin nosotros, ni sin sus cuerpos. Para ser más claros: ni los Santos sin el pueblo, ni el espíritu sin la carne. La felicidad no será completa mientras el hombre no esté íntegro, y la Iglesia haya llegado a su plenitud. Por eso, cuando piden la resurrección de los cuerpos, como dijimos en el sermón precedente, Dios les responde: Tened un poco de calma hasta que se complete el número de vuestros hermanos. 
 Visten ya sus túnicas blancas, pero no lucirán sus trajes forrados hasta que los recibamos también nosotros. El Apóstol aplica esta misma norma a los Patriarcas y Profetas. Dios preparó algo mejor para nosotros y no quiso llevarlos a la meta sin nosotros. La primera túnica se refiere a la felicidad y reposo de las almas, de la que ya hemos hablado; y la segunda a la inmortalidad y gloria de los cuerpos. Por eso dicen: Venga, Señor, la sangre que han derramado tus santos. No desean venganzas o represalias, sino la resurrección y glorificación de sus cuerpos, la cual, saben muy bien, se diferirá hasta el último día del juicio.
2. ¿De dónde a ti tal honor, carne miserable, deforme y repugnante? Las almas santas, imágenes vivas de Dios y rescatadas con su propia sangre, te desean y te esperan. Más aún, sin ti su gozo, su gloria y su felicidad son incompletas. Sigue tan vivo en ellas este deseo natural, que sus afectos no están plenamente centrados en Dios, sino como replegados y contraídos por el atractivo que tú les suscitas. Por eso el apóstol Juan, que nos ha descubierto tantas cosas de ese estado en que descansan llenas de gozo las almas santas, dice: Están libres de toda mancha ante el trono de Dios. Sin mancha, pero no sin arruga, mientras llegue el día en que Cristo presente una Iglesia radiante, sin mancha ni arruga
 En los miembros que todavía luchan, la Iglesia no está libre de mancha, pues nadie está limpio de mancha, ni el niño de un sólo día, cuya vida Job la califica de combate. Los que reposan al pie del altar del Señor son la Iglesia sin mancha, como leemos en el salmo: Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y descansar en tu monte santo? Y responde: El que está limpio de toda mancha.   Así, pues, el que no tiene mancha disfrutará de reposo en el nombre del Señor; y los que están sin arruga serán transportados más allá del monte. ¿Quieres saber cuándo se verán las almas libres de arruga? Cuando los cielos se desplieguen como una piel, sabiamente curtida y sin repliegues. Entonces seguirán al Cordero dondequiera que vaya. ¿ Y a dónde va? Abarca vigorosamente de extremo a extremo y gobierna el universo con blandura. 
3. ¿Quieres conocer mejor aún dónde va el Cordero, y dónde le acompañan las almas glorificadas? Yo hallo descanso con todo. El regalo del Señor no es algo discontinuo o limitado a ciertas cosas. Disfruta y se deleita en todo; en todo busca y encuentra regalo. Lo bueno le agrada por ser bueno, y también se complace por el buen destino de lo malo. Ama la misericordia y el derecho, y no sólo se complace en la gloria de los buenos, sino en los justos tormentos de los malvados. Dime: ¿crees que el alma humana puede compartir el gozo del Señor y su descanso hasta el punto de recrearse en todas las cosas? ¿Es posible que no tenga ninguna arruga de amor hacia sí misma, y se sienta plenamente invadida de un amor universal y divino?
 Sí, es posible; pero a condición de que sea fiel en las cosas pequeñas que se le confiaron durante su periodo de milicias; es decir, si demostró ser un fiel administrador de sus miembros, sentidos y apetitos -el siervo de Cristo debe controlar su propio cuerpo santa y respetuosamente-, glorificando y manifestando a Dios en él. Al empleado que sea fiel en detalles, el Amo rico y generoso le confiará mucho más; tanto que le nombrará administrador de su casa y señor de todas sus posesiones. 
 Y no creáis, hermanos, que todo esto es una utopía inventada por mi. Es la misma Verdad quien lo promete y merece toda nuestra fe. Escuchémosle: Dichoso aquel empleado a quien el amo, al llegar, lo encuentra cumpliendo su deber. Os aseguro que que le confiará todos sus bienes. El empleado fiel recibe la administración de todos los bienes del Señor cuando merece entrar en su gozo,  gozarse, recrearse y deleitarse eternamente con él en todo. Como dice el Apóstol, quien se une a Dios es un Espíritu con él. Su voluntad tan apegada e identificada con la de Dios, que no encuentra nada contrario a ella en todas las criaturas, sino que todo lo ve y acepta según su beneplácito.
4. Esta es la inefable esperanza que inunda a los santos. Y aunque viven en continua acción de gracias por la felicidad y descanso que poseen, suplican e imploran del Señor la plenitud que aguardan. Están libres de todas las manchas antiguas, pero todavía les quedan ciertas arrugas o repliegues sobre sí mismos. Su vivir es un perenne canto de gratitud, pero todavía no es un vivo grito de alabanza, porque sólo los perfectos pueden alabar al Perfecto. Él se gloriará con su heredad cuando ellos le alaben y cada uno de ellos sea alabado por Dios. Por esta razón el Profeta utiliza deliberadamente un verbo en futuro: Dichosos los que viven en tu casa, te alabarán por los siglos de los siglos. 
 Juan en el Apocalipsis no nos dice que oyera cantos de alabanza, sino gritos de súplica. Escuchadle: Al pie del altar de Dios así los gritos de los asesinados. ¿Qué decían? Señor, toma venganza de la sangre de tus siervos derramada. Aquí no alaban, suplican. ¿Hasta cuándo contemplaremos de lejos este altar sin osar acercarnos a él? 
 Ya sé que os gusta escuchar el misterio de este altar y el designio sagrado que en él se contiene. Mas ¿quien soy yo para curiosear temerariamente la alcoba privada de los Santos? Sé muy bien que quien escudriña la majestad quedará oprimido por su gloria. Pero  hagamos una pausa, si os parece, y supliquemos a estos santos moradores que se dirigen a revelarnos un poco el misterio de este altar. No por vuestros méritos, sino por los de aquel que nos lavó y con su sangre nos lavó de nuestros pecados. Que nos acepten como a ciudadanos y familiares de Dios, y no nos rechacen como a extranjeros y advenedizos de aquella íntima morada. 
RESUMEN Y COMENTARIO
La salvación será un hecho colectivo en el que, antes de dar ese paso, se unirán todos los santos. Es como si existieran dos tipos de túnicas. La primera, adquirida tras la azarosa vida y el plácido descanso eterno, se refiere a la felicidad y el reposo de las almas. La segunda, que emplearemos en un paso colectivo, conducirá a la inmortalidad y gloria de los cuerpos. Dicho de otra forma, tras la resurrección debemos estar sin mancha ni arruga. Descansarán en el monte santo los que estén libres de mancha. Los que tampoco tengan arrugas irán más allá del monte. Para estar "sin arruga" es necesario ser uno con Dios y obedecerle en las cosas pequeñas, pues quien es fiel en lo poco, lo será "en lo mucho". En cualquier caso, la situación de los santos, que todavía deben dar un último paso hacia Cristo, seguirá siendo un gran misterio. No sabemos, ni nos atrevemos a hacer demasiadas suposiciones, sobre cómo se pasa de estar al pié del altar hacia un poco más allá, donde todo es unión mística con nuestro Creador. 

SITUACIÓN DE LOS SANTOS ANTES DE LA RESURRECCIÓN


SITUACIÓN DE LOS SANTOS ANTES DE LA RESURRECCIÓN.

 SERMÓN SEGUNDO DE LA FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS

1. Celebramos hoy, hermanos, la memoria festiva y gloriosa de todos los Santos, digna de toda nuestra devoción. Quisiera hablaros, con la ayuda del Espíritu Santo, de la inmensa felicidad que disfrutan en su dichoso descanso, y de la plenitud futura que esperan recibir. Pero en lugar de guiarme por conjeturas personales, prefiero apoyarme en la autoridad de las Escrituras. Y en vez de ser profeta a cuenta propia, acudiré al testimonio de la palabra de Dios. Con el favor del Señor, podemos sacar tres frutos en este sermón: el conocer, al menos en parte, la dichosa recompensa de los Santos, nos estimula a seguir con generosidad sus huellas, suspirar ardientemente por gozar de su compañía y encomendarnos con devoción a su intercesión.
 Es doctrina segura y merece ser aceptada que debemos imitar en nuestra vida a quienes rendimos nuestro solemne homenaje; lanzarnos con todas nuestras ansias a compartir la felicidad de quienes ensalzamos; experimentar la protección de aquellos cuyos privilegios nos alborozan.
 Esta memoria festiva de los Santos es inmensamente fecunda, porque ahuyenta de nosotros el cansancio, la tibieza y el error; su intercesión robustece nuestra debilidad; su felicidad espolea nuestro tedio, y su ejemplo es una escuela viva para nuestra ignorancia. No dudo que la lectura del Evangelio y el sermón del Señor os ha enseñado mejor que a nadie cómo imitar a los Santos. Tenéis ante vuestros ojos la escalera por la que ha subido el coro de los Santos a quienes hoy festejamos. Y estoy seguro que habéis empleado gran parte de la noche y del día para implorar fervorosamente su protección.
 Me limitaré a decir unas breves palabras de su felicidad, según me lo conceda el que ensalza y glorifica a los que llamó y rehabilitó.
2. Escuchemos al Salmista: Alma mía, recobra tu calma, que el Señor fue bueno contigo: arrancó mi vida de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída. Y en otro momento añade: Hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador. La Escritura me pone en contacto continuo con hombres que proclaman gozosos su liberación, con palabras de gran seguridad e inmensa felicidad, con gritos de júbilo y gratitud; esos cantos son impropios, a mi juicio, de quienes todavía viven en casas de barro y ganan el pan con el sudor de su frente. ¿Quién de ellos puede presentar un corazón puro? ¿Quién puede presumir de haber roto los lazos y tener sus pies libres de la trampa? El Apóstol no se cansa de repetir: Quien se afana de estar en pie, tenga cuidado y no caiga. Y refiriéndose a sí mismo añade: ¡Desgraciado de mi! ¿Quién me librará de este cuerpo, instrumento de muerte? Hermanos, yo no pienso haber obtenido el premio. Sólo una cosa me interesa: olvidando lo que queda atrás y lanzándome a lo que está delante, correr hacia la meta. Yo corro de esa manera, no sin rumbo; boxeo, pero sin dar golpes al aire; castigo mi cuerpo y le obligo a que me sirva, no sea que después de predicar a otros me descalifiquen a mí.
 Aquí tenéis la trompeta militar, el pregón de un capitán que se lanza intrépido al combate. Porque esas últimas frases  son más propias de quien ya ha triunfado, más aún, de quien ya vuelve victorioso de la batalla y espera con una conciencia tranquila y gozosa el gran día triunfal.
3. ¿Qué dice al retomar de la batalla el intrépido soldado y el siervo leal? Alma mía, recobra tu calma. Cuando militabas para tu Señor, en tu vida mortal, las maniobras de la guerra y la incertidumbre de la victoria no te permitían descarsar. De un lado te atacaban un tropel de tentaciones, y de otro te invadía el miedo a sucumbir. El soldado de Cristo tenía entonces una gloria bien ganada, pero no disfrutaba del descanso. Escuchemos a ese infatigable y resuelto guerrero que poco ha recordábamos: Nuestro orgullo es el testimonio de nuestra conciencia. Esto, a mi juicio, no quiere decir que la conciencia atestigua en favor de sí misma. Porque no es aceptado el que se alaba a sí mismo, sino el acreditado por Dios. Este testimonio de la conciencia de que se gloria el Apóstol no es el que da la propia conciencia, sino el que expresa en ella el Espíritu de la verdad dando testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios.
 Cuando la verdad lo aplaude y la justicia lo atestigua, no dudes que es Dios mismo quien lo aprueba y el Espíritu Santo quien lo testifica. Así hace el Rey con el soldado que combate infatigable por su honor y su amor: le observa de cerca y le anima gozoso, ensalza sus proezas, le anuncia el triunfo ya inminente, y le promete los premios y la corona inmortal.
 Este testimonio llena de orgullo al experto y aguerrido soldado, y en lugar de aflojar en la lid arremete con más ímpetu y bravura. En una palabra, los elegidos de Dios disfrutan al luchar, pero sólo saborean las primicias del Espíritu, que inyecta vigor a su flaqueza y disipa su temor con su testimonio. El Apóstol lo sabía por experiencia: El reino de Dios no es comida o bebida, sino honradez, paz y alegría en el Espíritu Santo.
4. Una vez acabado el tiempo de su milicia, los Santos reciben la plenitud del gozo en su alma, y esperan el día en que su cuerpo participe también de ese gozo. Lo leemos en el salmo: La luz de tu rostro, Señor, está impresa en nosotros. Has llenado de alegría mi corazón. ¿Por qué? Lo dice a continuación: Por la abundancia de trigo, vino y aceite. También conocía aquel otro encomio: Dadle del fruto de su trabajo, y que sus obras le alaben en la plaza. Por eso se le ordena escribir a Juan en el Apocalipsis Dichosos los que mueren en el Señor. ¿Por qué? Desde ahora, dice el Espíritu: podrán descansar de sus trabajos.
 El salmo que acabamos de citar continúa diciendo: En paz me acuesto y descansaré. Y el Apocalipsis añade: Les acompañán sus obras. ¿Con qué fin, sino para alabarlos en las plazas? ¿Para qué sino para enriquecerlos con su fruto, y con el fruto de sus manos engorden los novillos que, según el testimonio del profeta, se inmolarán sobre el altar, cuando se reconstruyan las murallas de Jerusalén? Mientras tanto, este testigo veraz nos dice que están al pie del altar, no sobre él, y por eso escribe en el Apocalipsis que oyó sus voces al pie del altar. Sienten el resplandor del rostro divino y, en forma limitada, su corazón experimenta gran alegría, mientras llega el día de verse colmados de gozo con su presencia. Sí, en esta breve espera, esas almas recobran su calma, hasta el día que merezcan entrar en el descanso del Señor. Ahora les pregonan sus propias obras en las plazas, después cada uno será ensalzado por Dios. Ved, hermanos, qué cohesión tiene toda la Escritura: describe la felicidad de los Santos de la misma manera y casi con idénticas palabras.
5. Y ninguno de vosotros crea que será pequeño el descanso o la alegría de los que ya se ven libres de toda inquietud y repasan su vida en la dulzura de su alma. Ahora se gozan por los días en que fueron humillados o sufrieron desdichas. Consideran con gozosa  admiración los peligros que sortearon, las penas que soportaron y los combates que superaron. Y en premio de todo eso aguardan con fe cierta e indubitable la dichosa esperanza y la llegada gloriosa de su gran Dios y Salvador, que resucitará y transformará sus cuerpos reproduciendo en ellos el esplendor del suyo.
6. ¡Qué felicidad y alegría tan inmensa la suya! Su gozo brota de tres grandes surtidores: el recuerdo de la virtud anterior, la experiencia del descanso presente y la certeza de la plenitud futura. Sobre esta consumación tenemos un claro testimonio en el salmo que venimos citando. Las almas que disfrutan de ese reposo dicen: En paz me acuesto y descansaré, porque tú, Señor, me inundas totalmente de esperanza. Fijaos: está inundado exclusivamente de esperanza; ya no fluctúa entre el temor y la esperanza, como antes cuando luchaba con la angustia y la ansiedad.
 Otro salmo nos habla también de la paz que gozan ahora los Santos: Alma mía, recobra tu calma, que el Señor te ha colmado de bienes. Te ha colmado y aún te dará muchos más. Te ha colmado: Porque arrancó mi vida de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída; es decir, me libró del pecado y de la pena del pecado, del temor y peligro de recaer. Ya no tendrá que lavar ni regar con lágrimas el lecho de su alma, porque Dios enjugará las lágrimas de sus ojos. Cesó en esta morada el pesar y la compunción de las crueles espinas, porque ya ha salido de esa tierra que engendraba cardos y espinas; ya no busca calmar en este lecho los dolores de su enfermedad, porque desaparecieron todos los achaques. El descanso apacible y sosegado del alma es su conciencia limpia, serena y segura. Con este colchón de la pureza de su conciencia, la almohada de la paz y el cobertor de la seguridad, el alma bienaventurada puede mientras tanto dormir feliz y descansar llena de gozo.
7. Sobre el recuerdo de las virtudes practicadas anteriormente, el salmo ciento veintitrés tiene las palabras explícitas de los Salmos. Consideran admirados de cuántas trampas y peligros se  ven liberados por el auxilio divino, y cantan jubilosos en el Señor: Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuando nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos. Vadeamos el torrente, pero las aguas espumeantes nos llegaban hasta el cuello. Y añade: Bendito que no nos entrega como presa a sus dientes. 
 Y aquellas palabras que escribía el Apóstol en vísperas de derramar su sangre, se le pueden aplicar ahora con mucha mayor exactitud para describir el estado en que ya descansa feliz. Ahora sí que puede decir: He competido en noble lucha, he corrido hasta la meta, me he mantenido fiel; ahora me aguarda la merecida corona con la que el Señor, juez justo, me premiará el último día. 
 Hermanos, éstos son los negocios actuales de los Santos. Con ellos viven y en ellos descansan. El Espíritu Santo ha querido dejarnos escritas las palabras que hemos mencionado y otras semejantes para que comprendamos de algún modo cómo viven ahora.
 8. Pero los afectos de su contemplación y su gozo superan con creces lo que nosotros podemos imaginar o expresar. Fijaos cómo jadea el Profeta, acentuando y rebuscando las palabras, sin conseguir ensalzar dignamente lo que pretende: ¡Qué bondad tan grande y tan inmensa, Señor, reservas para tus fieles! Y añade: La derrochas sin límites a los que a ti se acogen en presencia de todos.
 Como veis, se nos habla de una inmensa dulzura que está escondida. Es grande e inmensa; pero todavía no es total, porque alcanzará su plenitud cuando pase de la oscuridad a la luz plena; es decir, cuando los Santos no reposen al pie del altar, sino que ocupen los tronos para juzgar. Las almas que se desprenden del cuerpo reciben inmediatamente el descanso, pero no la gloria completa. Un profeta, preso en la cárcel de su cuerpo, se expresa así: Los justos me esperan hasta que me des la recompensa. Y el Señor responde a las almas santas que piden la resurrección de sus cuerpos: Tened un poco de calma, hasta que se complete el número de vuestros hermanos. 
 Pero concluyamos aquí el sermón, pues nos llama la celebración solemne de la misa. La materia que aún nos queda la reservamos para otro sermón.

RESUMEN Y COMENTARIO
Cuando hablamos de la festividad de Todos los Santos debemos fijarnos en la felicidad que alcanzaron, imitar su modo de vida e implorar su protección.
 Somos meros aprendices con un camino apenas iniciado. Todavía no hemos conseguido avances importantes en el camino de la salvación, podemos caer facilmente y estamos dando gracias por no haber caído. Estamos enseñando cuando deberíamos recibir enseñanzas.
 Somos como soldados que luchamos por la victoria. Debemos hacerlo con paz y alegría y no buscar el reconocimiento que nos otorgamos a nosotos mismos sino la mirada misericordiosa de Dios. Sólo tras la muerte habremos concluido nuestro trabajo, viviremos en paz, a los pies del altar, pero no en el mismo altar. Nuestro nombre será, tal vez, ensalzado por muchos, pero no por nosotros mismos. Así hasta que llegue el día, la breve espera de la eternidad, en que podamos gozar de la presencia de Dios. Mientras tanto, descansan recordando las humillaciones y penalidades sufridas, esperando la resurreción de sus cuerpos, no como eran sino con el esplendor de Dios.
 El gozo se basa en tres puntos que son el recuerdo de la virtud anterior, la experiencia del descanso presente y la certeza de la plenitud futura. Esta experiencia de feliz espera está expresada en los salmos, más concretamente en el 123 y en otros.
 También San Pablo se refería a ese estado de paz cuando nos comparaba a presas de los otros hombres que caerían sobre nosotros, como un torrente amenazando ahogarnos, pero gracias de la ayuda del Señor las aguas nunca llegarán hasta nuestro cuello.
 Es tanta la gloria de los que se salvan que los profetas tienen problemas para describirla. Por lo demás, los santos esperarán al pié del altar hasta que llegue la resurrección de sus cuerpos y ocupen su definitivo lugar en el altar mismo.

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