EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

lunes, 3 de febrero de 2014

EN LA PURIFICACIÓN DE SANTA MARÍA. SERMÓN TERCERO


SOBRE EL MANDATO DE MOISÉS Y LA OBLACIÓN DEL SACRIFICIO DE LA MAÑANA
1. Celebramos hoy la Purificación de Santa María Virgen, rito al que tenía que someterse, según la Ley de Moisés, pasados cuarenta días desde el nacimiento del Señor. Estaba escrito en la Ley que la mujer, si se une al hombre y da a luz un hijo, quedaba impura durante siete días. En el octavo día circuncidarían al niño; y, mientras se limpiaba y purificaba, se le prohibía la entrada en el templo a lo largo de los treinta y tres días siguientes. Una vez transcurridos, tenía que ofrecer el hijo al Señor con algunos dones.
 ¿Quién no advierte en la formulación de este rito que la Madre del Señor estaba exenta de tales obligaciones? ¿Opinas que Moisés, al referir la impureza de cualquier mujer que alumbra un hijo, no temía incurrir en blasfemia respecto a la Madre del Señor, y que por eso incluyó la cláusula "si se une al hombre"? Porque, si no hubiese previsto la posibilidad de un alumbramiento sin intervención del hombre, ¿qué necesidad tendría de incluirla? Por tanto, es evidente que esta ley no recae sobre la Madre del Señor, pues ella dio a luz un hijo sin intervención de varón, como lo había profetizado Jeremías al decir que el Señor formaría algo nuevo sobre la tierra. ¿Sabes que novedad? La mujer abrazará al varón. No recibirá un varón por medio de otro varón, no concebirá al hombre según la ley de la naturaleza. Sus entrañas intactas y puras estrecharán al varón. De esta manera, según otro profeta, el Señor entra y sale; y la puerta oriental queda permanentemente cerrada.
2. ¿Piensas que no podía quejarse y decir: "Qué necesidad tengo yo de purificación? ¿Por qué se me impide entrar en el templo, si mis entrañas, al no conocer varón, se convirtieron en un templo del Espíritu Santo? No hay nada impuro, nada ilícito, nada que deba someterse a purificación en esta concepción y en este parto; este hijo es la fuente de pureza, pues viene a purificar de los pecados. ¿Qué va a purificar en mi el rito, si me hizo urísima en el mismo parto inmaculado?" Está claro, Virgen santa, que no tienes motivo ni necesidad de purificarte. ¿Pero es que tu Hijo tenía también necesidad de circuncidarse? Entre las mujeres sé una más, como tu Hijo es un niño más. Si quiso circuncidarse, ¿no va a querer todavía más ofrecerse? Ofrece al Hijo, Virgen consagrada, y presenta al Señor el fruto bendito de tus entrañas. Ofrece la víctima santa, agradable a Dios, para reconciliación de todos nosotros. Dios Padre acogerá de buena gana esta ofrenda nueva y víctima tan estimable. El mismo aludió a esto, diciendo: Este es mi Hijo, el predilecto, que tanto me agrada.
 Pero esta oblación, hermanos, parece muy delicada, pues solamente se presenta al Señor, se la rescata con un par de aves, e inmediatamente se la llevan.
 Día vendrá en que no se ofrecerá en el templo ni estará en brazos de Simeón, sino fuera de la ciudad en brazos de la cruz. Llegará el día en que nadie lo rescatará, al contrario, será él quien rescatará a otros con su misma sangre, porque Dios Padre lo envió para rescate de su pueblo. Será el sacrificio de la tarde, sacrificio más redundante, realizado en la edad adulta. Ahora, en cambio, aludimos al sacrificio de la mañana, más tierno, realizado en los primeros momentos de la infancia. De ambas oblaciones puedes admitir lo que el Profeta dijo: Se ofreció porque quiso. Ahora se ofreció no por necesidad, tampoco porque estuviese sometido a la Ley, sino porque quiso. Y se ofreció en la cruz no porque sucumbiese ante los judios ni porque lo mereciese, sino porque quiso. Te ofreceré un sacrificio voluntario, Señor, porque te ofreciste voluntariamente por mi salvación y sin la más mínima coacción.
3. Pero, hermanos, ¿qué ofrecemos nosotros o qué pagamos al Señior por el bien que nos ha hecho? El ofreció por nosotros la víctima más preciosa de que disponía; era imposible encontrar otra mejor. También nosotros debemos hacer todo lo que podamos. Ofrezcámosla lo mejor que tenemos, lo que somos, nosotros mismos. El se ofreció a sí mismo; y tú, ¿quién eres para temer ofrecerte? ¡Ojalá esta sublime majestad se digne acoger mi oblación! Dispongo, Señor, de dos cosas insignificantes, mi cuerpo y mi alma; sólo ansío ofrecértelas íntegramente en sacrificio de alabanza. Para mí es mucho mejor, más noble y provechoso ofrecerme a ti que quedarme en mí mismo, porque mi alma se acongoja en mí.
 Hermanos, cuando iba a morir el Señor, los judíos ofrecían víctimas muertas; pero ahora ya, dice el Señor: "Por mi vida, que no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva". El Señor no quiere mi muerte, ¿y yo no le voy a ofrecer gustoso mi vida? Ved, pues, la víctima pacífica, la víctima agradable a Dios, la víctima viva.
 Pero se menciona a tres personas que asistieron a la oblación del Señor; en la nuestra es el Señor quien requiere otras tres. Asistieron en aquella oblación José, esposo de la Madre del Señor, a quien se tenía por padre; la misma Virgen Madre y Jesús niño que se ofrecía. Asistan también a nuestra oblación la constancia viril, la continencia carnal y la conciencia humilde. Haya una constancia viril en el propósito de perseverar, una castidad virginal en la continencia y una sencillez y humildad tiernas en la conciencia.
RESUMEN Y COMENTARIO:
La oblación, al igual que la circuncisión eran ritos innecesarios porque Cristo y la Virgen María estaban purificados de antemano. Sin embargo, se sometieron a ellos voluntariamente. De la misma manera nosotros debemos sacrificar nuestras vidas para Dios, en justa reciprocidad a su misericordia, a su disposición a que el pecador no muera sino que viva. En el rito de la oblación estaban presentes tres personas. A nuestra oblación o sacrificio personal, deben asistir también tres virtudes: la constancia viril, la castidad y una sencilla humildad.

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