EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

viernes, 1 de enero de 2021

LOS SIETE PANES Y LAS ALMAS DE LOS SANTOS


SOBRE EL SENO DE ABRAHÁN, Y EL ALTAR BAJO EL CUAL SAN JUAN OYE A LAS ALMAS DE LOS SANTOS. Y SOBRE LOS SIETE PANES CON CUYAS SOBRAS SE LLENARON SIETE ESPUERTAS

SERMÓN CUARTO SOBRE LA FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS

1. En el sermón anterior apuntamos unas breves palabras sobre el altar celestial en el que San Juan oyó los gritos de los Santos. Y preferimos diferir este tema, como podéis recordar, para entregarnos antes a la oración y poder acercarnos con más confianza a ese sentido tan santo y sagrado. Voy a deciros lo que he logrado comprender, sin ánimo de imponer mi criterio a quienes hayan recibido otra inspiración mejor.
 Examinemos, en primer lugar, por qué dice San Juan que oyó las voces de los santos que estaban al pie del altar de Dios, sí por otra parte el Salvador, cuando nos habla del alma de Lázaro, afirma que fue llevada por los ángeles al seno de Abrahán y no al pie del altar de Dios. Job tampoco se atrevió a suspirar por el altar de Dios, y dijo: ¡Ojalá me guardaras, en el Altísimo, escondido mientras pasa tu cólera y fijaras un plazo para acordarte de mi".
 Hermanos, cuando San Juan oyó esas voces de los Santos al pie del altar de Dios ya se había cumplido ese plazo que pedía Job: ya había llegado ese momento del recuerdo divino y el tiempo de la misericordia, cuando San Juan oyó las voces de los Santos al pie del altar de Dios. Hasta que no se hizo presente aquel tan deseado que canceló el recibo de nuestra condena y apagó la espada llameante para abrir a los creyentes el reino de los cielos, ningún santo tenía acceso a ese reino. El Señor les había reservado un lugar sosegado y apacible, con una sima inmensa que los separaba de los malvados. Todos vivían envueltos en tinieblas, pero no todos sufrían el tormento: los réprobos eran pura tortura, y los justos todo paz y consuelo. Job nos dice que estaban envueltos en tinieblas, y él mismo estaba convencido que iría a ese lugar de tinieblas y sombras.
 El Señor llama seno de Abrahán a este lugar oscuro y sosegado, tal vez porque sus habitantes esperaban con fe la venida del Salvador. Abrahán, en efecto, por su fe tan probada y acreditada mereció recibir la primera promesa de la encarnación de Cristo. Allí ascendió el Salvador. Destrozó las puertas de bronce y quebró los cerrojos de hierro. Sacó a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que yacían y reposaban en las tinieblas. Los colocó bajo el altar de Dios, guareciéndoles en su tienda durante el peligro y escondiéndoles en lo más secreto de su morada. De allí saldrán cuando se reúnan todos sus hermanos y reciban el reino preparado desde la creación del mundo.
 A veces suele decirse aún hoy que el descanso de los Santos en el seno de Abrahán, y en parte esa costumbre se inspira en el Evangelio. Pero conviene clarificar la diferencia de aquel seno y este otro. En aquel reinaba la tiniebla, en este la luz; aquello era el infierno, esto es el cielo. Con estas precisiones podemos admitir que los hijos de los Patriarcas son admitidos en el seno paterno, porque han merecido pasar de este mundo a su compañía.
2. El altar del que vamos a hablar, en mi opinión, no puede ser otro que el cuerpo del Salvador. Confío que mi pensamiento vaya al unísono con el suyo, que promete en el Evangelio: Donde está el cuerpo, allí se reúnen los buitres. Actualmente los santos descansan dichosos junto a la humanidad de Cristo, que los ángeles desean contemplar. Pero llegará el día en que serán colocados no bajo el altar, sino sobre el altar. ¿Estoy delirando? ¿Es posible que algún ser mortal o angélico pueda igualar o superar la gloria de la humanidad de Cristo? ¿Cómo, pues, serán ensalzados sobre el altar los que ahora descansan a sus pies? Por la visión y contemplación, no a título de primacía. 
 El Hijo se mostrará, según su promesa, no como un siervo, sino como Dios. Y nos mostrará también al Padre y al Espíritu Santo, sin cuya visión quedaríamos defraudados, porque la vida eterna consiste en conocer al Padre, como Dios verdadero, a Jesucristo su enviado, y en uno y otro al Espíritu de ambos. Pasará delante de nosotros y nos obsequiará con las nuevas y hasta entonces totalmente desconocidas delicias de su contemplación inmediata. Con razón dice San Juan: Ya somos hijos de Dios, pero todavía no se ve lo que vamos a ser. Y añade: Sabemos que cuando se manifieste seremos como él, porque lo veremos como es. Escucha también cómo se desahoga la esposa en el Cantar, cuando se ve ya colocada sobre el altar por la esperanza; el esposo tiene la mano izquierda sobre mi cabeza, y con la derecha me abraza. El alma santa ha trascendido la encarnación y humanidad de Cristo, simbolizadas en la mano izquierda, y contempla extasiada su divinidad y majestad, significada con gran acierto en su derecha. 
3. Hermanos, en aquella eterna e incomparable felicidad Dios será nuestro gozo bajo tres aspectos: le veremos en todas las criaturas, lo poseeremos en nosotros mismos. Pero sobre todo -y esto será fuente de una dicha y felicidad infinitas conoceremos a la Trinidad en sí misma y contemplaremos directamente su gloria sin enigmas, con la mirada pura de nuestro corazón. Eso será la vida eterna y perfecta: conocer al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; ver a Dios tal como él es. No como se hace presente en nosotros o en las demás criaturas, sino tal como es en sí mismo. Esas dos primeras formas que dijimos están, en cierto modo, yuxtapuestas, como el trigo y su corteza; pero este otro conocimiento es la plenitud de la felicidad, la médula del trigo, la sustancia del grano, lo que sacia a la Jerusalén celestial. 
 Tan inmensa es esa felicidad que deslumbra nuestra mirada. El ojo nunca vio, ni el oído oyó, ni hombre alguno ha imaginado qué cúmulo de luz, intimidad y regocijo nos tiene reservados ese conocimiento. Es la paz de Dios que supera toda comprensión. ¡Cuánto más nuestro pobre entender! Mientras no lo experimentemos mejor será no intentar explicarlo. Bástenos aquella palabra del Señor: Os verterán una medida completa, colmada, remecida, rebosante. Completa, porque gozaremos de todas las criaturas; colmada, para nuestro hombre interior, remecida, para nuestro hombre exterior; y rebosante de Dios. Es el colmo de la felicidad, la gloria incalculable, la dicha desbordante.
4. Cómo le veremos en las criaturas y cómo estará en nosotros lo podemos conjeturar, al menos en parte, por las primicias que hemos recibido del Espíritu. Pero el conocimiento de Dios nos es totalmente misterioso. Es algo tan excelso y trascendente que nos desborda por completo. Podemos comprender, en cierto modo, cómo se manifestará en las criaturas, puesto que ya actualmente se deja ver en ellas. Los mismos filósofos, en frase del Apóstol, percibieron lo invisible de Dios reflexionando sobre sus obras. 
 Sin embargo, por más que uno avance en su reflexión, y considere cuán infinito es el poder, la sabiduría y la majestad eterna del que ha creado todos los seres, los gobierna y los dirige, en realidad apenas ha comenzado a comprender. Pero como dije en el sermón precedente, llegará el momento en que acompañaremos al Cordero donde quiera que vaya, y le encontraremos  en todas las criaturas, y ellas nos  inundarán de gozo, del gozo del Señor. Disfrutemos, pues, de todo; pero por él. Él también es su propio gozo en todo. 
5. Con esto ya podemos concebir de algún modo cómo lo tendremos en nosotros mismos. Sabemos que en el alma existen tres elementos distintos.  Los maestros nos enseñan que el alma es racional, irascible y concupiscible. La naturaleza y la experiencia de cada día nos confirman estas tres facultades. A nuestro ser racional pertenecen la ciencia y la ignorancia, según nos ejercitemos o no en él; el concupiscible se manifiesta en el deseo o en el desprecio; el irascible en la alegría o en la ira. 
 Dios llenará nuestro ser racional con la luz de la sabiduría, le dará el conocimiento universal. Dará plenitud a nuestra facultad concupiscible con la fuente de la justicia, y hará que la deseemos necesariamente y nos saciemos de ella. Ninguna otra cosa puede colmar su deseo; sólo la justicia puede hacerla feliz. Cuando Dios llene nuestro ser concupiscible con la justicia, el alma desechará lo que debe desecharse, y deseará lo que debe apetecerse; y su deseo se dirigirá sobre todo a lo que sea más digno de apetecerse. Por eso aplicamos la justicia a nuestra facultad concupiscible, porque por ella somos considerados justos o injustos.
 Y cuando Dios llene nuestra facultad irascible, tendremos la perfecta tranquilidad, y la paz divina nos inundará de gozo y alegría.
 Estas tres cosas constituyen, pues, la felicidad total del alma. La justicia no permite a la ciencia engreírse, ni la alegría le consiente entristecerse. Quedará sin sentido aquel viejo proverbio: A más ciencia más sufrimiento. La ciencia hará discreta a la justicia y la alegría la convertirá en agradable. Y la alegría se enriquecerá con la prudencia de la ciencia y la integridad de la justicia. 
6. Mas hasta ahora nuestro hombre exterior no ha participado de nada. Si queremos que la gloria habite en nuestra tierra y, como dice otro Profeta, que el orbe entero se llene de la majestad del Señor, busquémosle cuatro cosas en conformidad con los cuatro elementos que lo integran. Y no te extrañe que tenga más necesidades el que es más pobre. Recordemos aquel verso del salmo: Mi alma está sedienta de ti, y mi carne tiene ansia de ti.
 Reciba, pues, nuestra tierra la inmortalidad para que no tema convertirse nuevamente en polvo. Nuestro cuerpo resucitará y nunca volverá a ser víctima de la muerte, ¿Pero de qué le serviría vivir siempre, si está oprimido por las miserias y achaques del sufrimiento que ataca sin cesar al cuerpo mortal y le hace morir continuamente? Para ello se le da el agua de la más absoluta impasibilidad. Porque suele decirse que los malos humores engendran enfermedades. Además de esto, nuestro cuerpo desea la ligereza, ya que el aire es uno de sus elementos. Pues bien, creemos que los santos tendrán tanta ligereza y agilidad en su cuerpo que serán capaces de seguir en todo, si quieren, sin demora ni dificultad, la misma velocidad de nuestro pensamiento. 
 ¿Le falta algo al cuerpo para ser completamente feliz? La belleza. Pues tampoco le faltará, como plenitud de ese otro elemento suyo que es el fuego. Nosotros, en efecto, como el Apóstol, aguardamos un Salvador que transformará la bajeza de nuestro cuerpo, reproduciendo en él el esplendor del suyo. No dejará de cumplirse la promesa: los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre.
 Resumiendo: Dios llenará nuestras almas con una sabiduría, justicia y alegría perfectas. Y su majestad colmará toda la tierra, porque nuestro cuerpo será incorruptible, impasible, ágil e idéntico a su cuerpo glorioso. Aquí tienes los siete panes con que el Salvador sació a cuatro mil personas. Nosotros nos alimentamos ahora con esos panes y rumiamos en gozosa meditación esa inefable esperanza. Ya llegará el momento en que nuestro manjar no será la esperanza, sino la realidad y su cumplimiento. Y cada pan se convertirá en una espuerta de panes. 

RESUMEN Y COMENTARIO
El término "seno de Abraham" se refiere a un lugar de privilegio pero tendría dos acepciones. Una especie de lugar de espera en donde los santos serán rescatados, más tarde, por el Salvador (primer acepción) y un lugar donde predomina ya la luz de la salvación en espera de la resurrección. San Juan oye a los santos cuando había llegado el tiempo de la misericordia. Serán ensalzados por la contemplación del cuerpo místico de Cristo. La mano izquierda de Cristo se coloca bajo nuestra cabeza y simboliza su humanidad. Con su mano derecha nos abraza y simboliza su divinidad. La contemplación de la Trinidad, y su comprensión, supondrán un gozo infinito y contemplativo. En realidad, el inmenso gozo de Dios se manifestará en ver a Dios en nosotros mismo, en todas las criaturas y en el ya referido gozo de la Trinidad. Es mejor no deternernos demasiado en lo que todavía no podemos entender, pero ya podemos entrever cómo el Cordero se manifiesta en todas las criaturas.
  El alma es racional, irascible y concupiscible. La racionalidad se manifiesta en la ciencia o en la ignorancia. La concupiscencia en el deseo o en el desprecio. La irascibilidad en la alegría o en la ira. Dios nos otorgará la sabiduría, la justicia y la alegría; lo hará de tal modo que se potencien entre sí y el mayor conocimiento no conlleve sufrimiento.
 De nada serviría vivir eternamente, soportando las mismas aflicciones y sufrimientos.
 Podemos imaginar siete grandes panes que son nuestra esperanza en la resurrección: la sabiduría, la justicia, la alegría, un cuerpo incorruptible, impasible, ágil e idéntico al cuerpo glorioso de Dios. 

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