EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

domingo, 2 de noviembre de 2014

EN LA MUERTE DE SAN MALAQUÍAS-EL DÍA DE LOS DIFUNTOS


EN LA MUERTE DE SAN MALAQUÍAS, OBISPO

(SU FESTIVIDAD COINCIDE CON EL DÍA DE LOS DIFUNTOS)

SERMÓN PRIMERO

1. Hermanos, hoy el cielo os ha hecho un regalo extraordinario. Si no os lo distribuyo escrupulosamente, os perjudico a vosotros y me expongo yo mismo a un grave riesgo, porque se me ha confiado este servicio. Sí, temería vuestro perjuicio y mi condenación, si se me dijera: Los niños piden pan y nadie se lo da. Sé muy bien cuánto necesitáis el consuelo espiritual, después de haber renunciado varonilmente a los placeres carnales y a los encantos mundanos.
 En este sentido nadie pone en duda que ha sido un regalo celestial y un acto de la providencia divina el hecho de que el obispo Malaquías muriera hoy entre vosotros y sea sepultado aquí mismo, según su deseo. Si no cae una sola hoja del árbol sin permisión divina, ¿quién será tan necio que no vea en el venida y muerte de este santo varón un designio maravilloso y providencial de Dios? Vino desde muy lejanas tierras para entregar aquí su cuerpo a la tierra. El motivo de su viaje era otro, pero esto lo deseaba ardientemente por el entrañable amor que nos tenía. En el viaje soportó calamidades sin cuento, y no se le permitió cruzar el mar hasta poco antes de morir y a pocas fechas del límite de sus días.
 Llegó a nuestra casa agotado por tantas fatigas y le recibimos como a un ángel de Dios, por la reverencia debida a su santidad. Y él, a su vez, con su profunda mansedumbre y humildad, nos expresó un amor intenso y totalmente inmerecido. Pasó unos cuantos días entre nosotros, con buena salud, mientras llegaban sus compañeros que estaban dispersos en Inglaterra por los obstáculos que un rey suspicaz ponía a este hombre de Dios. Y cuando se juntaron todos, quisieron continuar el viaje a la curia romana, pero le sobrevino una enfermedad y comprendió al instante que se le llamaba al palacio del cielo. Dios nos concedió la gracia de que no muriera en otro lugar cualquiera, sino entre nosotros.
2. Los médicos no apreciaron en él ninguna señal de enfermedad grave, y menos aún de muerte inminente. Él, en cambio, repetía lleno de gozo que este mismo año iba a morir Malaquías. Se pusieron todos los medios posibles y acudimos humildemente al Señor, pero prevalecieron sus méritos: se le concebió el deseo de su corazón y no se le negó lo que pedían sus labios. Todo aconteció según sus deseos: había elegido este lugar por inspiración divina y siempre quiso ser enterrado en este día de la Conmemoración de todos los Difuntos.
 Hay otra circunstancia que aumenta nuestro gozo: Dios hizo que eligiéramos este mismo día para trasladar los huesos de nuestros hermanos desde el antiguo cementerio a este lugar. Al ver cómo los trasladábamos y cantábamos salmos, nuestro santo encontraba en ello muchísimo gozo. Y a los pocos días él mismo se unió a esos restos mortales, dormido en un sueño plácido y feliz. Demos, pues, gracias a Dios en todo lo que dispone. Somos indignos y nos ha honrado con esta muerte tan santa; pobres, y nos enriquece con el valioso tesoro de su cuerpo; débiles, y nos consolida con esta columna de su Iglesia. Esta distinción de que somos objeto-traer a un hombre de tanta santidad para morir y ser sepultado aquí-tiene uno de estos sentidos: que este lugar agrada a Dios, o quiere hacerlo agradable.
3. Sin embargo, el mismo amor de este santo Padre me impulsa a condolerme con todo afecto de su pueblo, y gemir horrorizado ante la crueldad de la muerte, que no receló herir con tanta violencia a esa pobre Iglesia. Muerte cruel e inexorable, que se ensañó con uno solo y destrozó a toda una multitud. Muerte ciega y descuidada, que ató la lengua de Malaquías, paró en seco sus pasos, hizo caer sus brazos y cerró sus ojos. Esos ojos tan dulces, que habían conseguido el perdón divino para tantos pecadores con sus piadosas lágrimas. Esas manos tan limpias, que sabían entregarse a trabajos humildes y pesados, ofrecer día tras día la hostia salvífica del Cuerpo del Señor, estar levantadas en alto no para airarse o discutir, sino para orar, hacer favores a los enfermos y realizar prodigios sin cuento.
 La muerte anuló esas hermosas caminatas que sembraban paz y bien; paralizó esos pies que tantas veces se fatigaron para difundir la religión, y borró las pisadas que merecen ser colmadas de besos. Enmudecieron los labios sagrados del sacerdote, que guardaban el saber; la boca del justo que exponía la sabiduría, la lengua que pregonaba el derecho y la misericordia para sanar tantas llagas espirituales.
 Nada tiene de extraño, hermanos, que el fruto de la maldad sea tan desastroso, y tan cargado de alevosía el engendro de la astucia. Es normal que hiera sin discreción la que procede de la religión, y que sea necia y cruel la engendrada por artimañas de la serpiente y la ingenuidad femenina. No nos lamentemos de que osara acometer a Malaquías, miembro auténtico de Cristo; mucho antes había arremetido con todo su furor contra la Cabeza de Malaquías y de todos los elegidos. Arremetió contra el que era libre, mas ella perdió la libertad. La muerte tropezó con la vida, pero fue la vida quien desmenuzó y se tragó a la muerte. La muerte se tragó el anzuelo, y cuando creyó vencer quedó prisionera.
4. Intuyo vuestros pensamientos: ¿Es posible que la muerte quedara realmente aplastada por la Cabeza, cuando que vemos que ataca con tanta libertad a los miembros? Si ya no vive la muerte, ¿cómo ha podido matar Malaquías? Si está derrotada, ¿cómo impera sobre todos, hasta el punto de que no exista un solo hombre que se libre de ella?
 Sí, la muerte-obra del diablo y castigo del pecado- está realmente derrotada. También está abatido el pecado, origen de la muerte. Y está aniquilado el maligno, autor del pecado y de la muerte. Y además de vencidos, están juzgados y condenados. Pesa sobre ellos una sentencia que todavía no ha sido promulgada. Ya está preparado el fuego para el diablo: unos momentos más en que puede hacer daño, y será arrojado al fuego. Se ha convertido en el martillo del Dueño del mundo: el martillo del mundo que golpea a los escogidos para su bien y tritura a los réprobos y condenados
 De tal padre de familia tales hijos: el pecado y la muerte. Es cierto que en una misma cruz quedarán clavados Cristo y el pecado, pero todavía se le permite a este último no digo reinar, pero sí vivir hasta en los Apóstoles. ¿Creéis que no digo la verdad? Escuchad: Ya no soy yo el que realiza eso, es el pecado que habita en mi. A la muerte, por su parte, se le permite estar presente, pero se le prohíbe maltratar. Un día se le dirá: muerte ¿dónde está tu victoria? Y al final será también aniquilada. 
 De momento todo lo dirige el dueño de la vida y de la muerte y el que fija sus límites al mar. Él la ha convertido para sus elegidos en un sueño reconfortante, como dice el Salmista: A la hora del descanso, el Señor da la herencia a sus elegidos. ¡Qué espantosa es la muerte del pecador, tras un nacimiento infame y una vida vergonzosa! Mas ¡qué maravillosa la muerte de los santos! Maravillosa, porque es el fin de sus trabajos y su victoria total, el dintel de la vida y el acceso a la tranquilidad más absoluta. 
5. Gocémonos, pues, hermanos, y felicitemos a nuestro padre. Si la compasión nos impulsa a llorar al Malaquías difunto, con mayor motivo nos excita a regocijarnos con el Malaquías que vive. ¿Creéis acaso que no vive? Sí, y es plenamente feliz. La gente insensata piensa que ha muerto, pero él está en la paz. Es un conciudadano de los consagrados y familia de Dios. Canta y da gracias diciendo: Cruzamos el fuego y el agua, pero nos has dado respiro. Los cruzó con decisión y lleno de gloria. Es un auténtico hebreo que ha celebrado espiritualmente la Pascua, y al pasar nos decía: ¡Cuánto he deseado cenar con vosotros esta Pascua! Cruzó el fuego y el agua, porque no le desalentó lo arduo, ni le ablandó la molicie. Debajo de nosotros hay un lugar lleno de fuego, donde aquel desgraciado rico no pudo conseguir que Lázaro le diera ni una gota de agua. Y arriba está la ciudad de Dios, que disfruta de un río caudaloso, de un torrente de delicias, de una copa desbordante.
 En este lugar intermedio está la posibilidad de conocer el bien y el mal, experimentar el gozo y la desgracia. Eva fue la causante de estas alternativas. Aquí existe el día y la noche. El infierno es una noche continua, y el cielo, un día eterno. Dichosa el alma que ha superado todo esto sin detenerse en el gozo ni desalentarse ante la desgracia.
6. Quiero referiros brevemente un gesto de los muchos y admirables de este hombre, donde se ve con qué valor cruzó el fuego y el agua. La sede metropolitana de San Patricio, el gran apóstol de Irlanda, la había usurpado una familia impía, que elegía de su propia tribu los arzobispos y era dueña absoluta de la casa de Dios. Los fieles instaban a Malaquías para que luchara contra semejante escándalo. Al fin se decidió y aceptó el arzobispado; se lanzó a un enorme riesgo para acabar con tal abuso. Gobernó aquella iglesia rodeado de peligros, y cuando consiguió la paz instaló canónicamente otro sucesor.
 La condición que puso para aceptar fue precisamente ésta: cuando cesara la furia de la persecución sería elegido otro, y él podría volver a su sede anterior. Allí vivió sin rentas eclesiásticas ni seculares, en unas comunidades religiosas que él había fundado. Era uno de tantos y conservó hasta su muerte la más estricta pobreza. Aquí tenéis a un hombre de Dios, purificado-no aniquilado-en el crisol de la tribulación. Y resultó oro de pura ley. Los placeres no frenaron su carrera ni la cambiaron de ruta; ni se detuvo a curiosear en el camino, olvidado que era un peregrino.
7. ¿No ansiais ardientemente, hermanos, imitar su santidad y aspirar a todo esto? Intentaré, pues, explicar de dónde procede esta santidad de Malaquías, porque creo que estáis deseando oírlo. Y para que mis palabras tengan más valor, recurro a las Escrituras: Lo santificó por su fe y su mansedumbre. Con la fe pisoteaba al mundo, como dice Juan: Esta es la victoria que ha derrotado al mundo, nuestra fe. Y con la mansedumbre soportaba serenamente todos los peligros y contrariedades.
 Apoyado en la fe, caminaba sereno como Cristo sobre las olas del mar, sin caer prisionero de sus atractivos. Y la paciencia le hacía dueño de sí mismo y no se rendía en el combate. A este respecto nos dice un salmo que caerán mil a tu izquierda y diez mil a tu derecha; es decir, que las falacias de la prosperidad derriban a muchos más que los golpes de la adversidad.
 Por lo tanto, hermanos, que ninguno se engañe por el espejismo de una superficie llana y suave; ni cra que andar por el mar es lo más cómodo. También hay en él grandes montañas, invisibles y terriblemente peligrosas. El camino que serpentea entre áridos valles y abruptas montañas nos parece más laborioso, pero según los expertos es mucho más seguro y conveniente. Uno y otro, es cierto, exigen esfuerzos y están expuestos a mil peligros: es preciso combatir con las armas de la honradez a diestra y siniestra, para compartir el gozo de quienes cruzaron el fuego y el agua antes de llegar al descanso. ¿Queréis que os hable ahora de este descanso? Prefiero que sea otro quien os hable de él. De lo que no he experimentado prefiero no hablar.
8. Se me ocurre, no obstante, que hoy Malaquías nos dice algo que está en íntima relación con este descanso: Retorna, alma mía, a tu descanso, que el Señor fue bueno contigo: arrancó mi alma de la muerte, etc. Voy a haceros unas reflexiones muy breves, porque el día va ya de caída y el sermón ha sido más largo de lo esperado. Me cuesta apartarme de tan dulce padre y mi lengua no sabe callar cuando habla de Malaquías.
 Hermanos, sabéis muy bien que el pecado es la muerte del alma. Nos lo dice el Profeta: El alma que peque, morirá. En consecuencia, merece un triple parabién el hombre que se libera del pecado, del trabajo y del peligro. Desde ese momento ya no se dice que el pecado habita en él, ni se le exige hacer penitencia, ni se le previene que esté alerta de ningún peligro. Elías ha cogido ya su manto y se han disipado todos sus temores. La adúltera es incapaz de agarrarle y tocarle. Ha subido ya al carro y no hay peligro de que se caiga: sube muy tranquilo, sin esforzarse nada y sentado en un coche ligero.
 Hermanos, corramos también nosotros a este descanso con todas las ansias de nuestro corazón, atraídos por los aromas de nuestro santo padre, que parece haber trocado hoy nuestra bibieza en un ardiente deseo. Corramos, sí, tras él, repitiéndole sin cesar: Llévanos contigo. Y demos gracias al que es la misericordia omnipotente, con los afectos del corazón y una conducta intachable, porque ha querido que no nos falte la intercesión ajena, a los siervos indignos que carecemos de méritos propios.

RESUMEN Y COMENTARIO
Relata San Bernardo la fortuna de que San Malaquías muriera en su comunidad monástica, cuando se dirigía a Roma. El mismo santo deseaba fallecer el día de los difuntos y que sus restos descansaran, para siempre, en un lugar santo y cristiano. Sin embargo su muerte fue una gran pérdida para muchas personas, para toda su comunidad de creyentes. Se plantea así la lucha de la muerte y la vida y cómo, con el cristianismo, podemos tener la esperanza de que la verdadera vida se imponga a la muerte. La muerte y el pecado han sido vencidos y sólo son el martillo con el que nuestro Señor nos golpea temporalmente. Compara la muerte del pecador con la de los santos. En realidad San Malaquías vive y no podemos dudarlo. Los mortales ocupamos un lugar intermedio entre la extrema sequía del desierto y el río abundante que nos promete Cristo. Tenemos que ascender hacia lo eterno sin detenernos en los efímeros gozos y sin hundirnos en las contrariedades. Recordemos las circunstancias de San Malaquías, cómo vivió en la pobreza y sólo aceptó el arzobispado de Irlanda de una forma temporal, hasta expulsar a personajes corruptos que lo gobernaban. Consiguió todo eso con fe y mansedumbre, que son dos armas de suma importancia para avanzar en la vida espiritual y conseguir el descanso eterno. En un ansia el llegar a subir, como Elías, en el carro que nos arrebata de todos los peligros sin temor de volver a caer. Nunca olvidemos que todo esto es por el amor y la misericordia de Dios y no por nuestros propios méritos.

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