EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

miércoles, 9 de diciembre de 2020

LOS PECES PUROS. EN EL NACIMIENTO DE SAN ANDRÉS



1. Estamos celebrando el triunfo glorioso de San Andrés, y al escuchar con palabras de gracia nos inunda el júbilo y la alegría. Es imposible entristecerse viéndole a él tan alegre. Ninguna de nosotros ha sentido lástima del que así sufría, ni se le ocurrió llorar al verle tan jubiloso. En es caso nos hubiera repetido lo mismo que dijo el Salvador, cargado con la cruz, a los que le seguían y lloraban: Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mi; orad por vosotras. Por otra parte, cuando llevaban al bienaventurado Andrés al pabíbulo, el pueblo quiso impedir que le ajusticiaran, porque les dolía ver condonado injuntamente a un hombre inocente y santo. Pero él les disuadió con todas sus fuerzas que no le privaran de la corona y del martirio.
 Su único objeto era morir y estar con Cristo, y que esto se realizara en la cruz, el sueño de su vida. Quería entrar en el reino, pero por el patíbulo. Oigamos sus intimidades con su amada: "Por ti me reciba el que por ti me redimió". Si le amamos, gocémonos con él, no sólo por haber recibido la corona, sino por haber sido crificicado; porque el Señor le ha concedido el deseo de su corazón y ha puesto en su cabeza una corona de oro fino. A la vez que nos alegramos con él porque ya goza del abrazo tan asiado de la cruz, no podemos menos de quedarnos asombrados ante esta alegría que compartimos.
2. Mientras nos deleitábamos esta noche en las vigilias cantando estos gritos de gozo, estoy cierto que más de uno se hacía estas reflexiones: "¿Qué sentido tiene esto? ¿Cuál es la raíz de semejante laegría? ¿Por qué valorar tanto la cruz, amarla de ese modo y regocijarse así con ella? Así es, hermanos. Para el hombre sabio el árbol de la cruz siempre engendra vida, produce tozo, destila óleo de alegría y transpira bálsamo de carismas espirituales. No es un árbol silvestre: es un árbol de vida para los que la toman. Un árbol muy fecundo; en caso contrario no estaría en el campo del Señor.
 Me refiero a esa tierra sagrada a la que está tan fuertemente amarrado con las raíces de los clavos. Si no fuera el árbol más hermoso y fecundo de todos, jamás se le hubiera plantado en aquel huerto, ni dentro de aquel viñedo. A mí no me extraña que la cruz produzca dulzura, pues eso mismo brotó también del fuego. Si la llama se dulcifica, es normal que la cruz sea sabrosa. ¿A qué le sabía a Lorenzo el fuego cuando se reía de los verdugos y se burlaba del juez?
 ¿Cuál es nuestra actitud? ¿Por qué no nos deleitamos en las tribulaciones padecidas por Cristo y nos saben a exquisito maná? El diablo quedaría entonces completamente derrotado y ya no podría reclamarnos nada. Bastaría esto para compensar la doble malicia del enemigo.
3. Porque ese malvado tiene sus redes y dardos. Es un astuto cazador de hombres, que está sediento de la sangre de las almas. A unos les echa con habilidad los dardos de cualquier sugerencia, y de ese modo hiere a los que tienen poca paciencia. A otros les echa la red del placer, y atrapa a toda esa gente que se arrastra por la tierra o revolotea a ras de ella.
 Pero si nos gozamos en la tribulación el enemigo se queda totalmente desarmado y desconcertado. Nos hemos liberado de la red del cazador y de la ponzoña de sus consejos. El enemigo será incapaz de vencerle, sugiriéndole placeres carnales, a quien se complace en la cruz de Cristo. Y el malvado no le hará daño alguno cuando intente inquietar su espíritu con sentimientos de amargura.
 El que sabe alimentarse con ayunos no sueña en banquetes, y menos aún murmurará de lo que es su mejor manjar. Se refugia en el Altísimo, y allí no llegan las redes ni los dardos del enemigo. Es un pez puro, con escamas y aletas. Y si es inútil tender una red a los animales alados, se pierde el tiempo arrojando saetas a las escamas de las corazas. La Ley establece que son peces puros los que se mueven con aletas y están cubiertos de escamas, sean de mar, de río o de estanque.
 Sí, este mar inmenso y dilatado tiene muchos peces puros, diagnos de la mesa del Señor. De los que viven inmersos en la vida y costumbres del mundo se ha reservado muchos millares. La red apostólica los coge en sus mallas y cuando vuelve al puerto los separa de los malos. Allí estará, sin duda alguna, este gran pescador de hombres que arrastra tras de sí a la Acaya entera.
 También el río cría peces puros: son los administradores honrados. El río simboliza a todo ese conjunto de predicadores que no permanecen fijos en un lugar, sino que se mueven en todas direcciones para regar todos los campos. Y existen también muchos peces puros en los estanques: los que sirven a Dios en el claustro, en espíritu y virtud. Está muy bien comparar los monasterios con los estanques, pues sus moradores son unos peces encarcelados que no pueden corretear libremente y están siempre disponibles para el banquete espiritual. Tienen esta obsesión: "¿Cuándo vendrán por mí? Cada día de mi servicio, espero que llegue mi traslado.
4. Según la Ley son puros todos los peces que tienen escamas y aletas, sean de mar, río o estanque. Aunque tienen muchas escamas, todas forman una sola coraza; es decir, la virtud de la paciencia es siempre la misma, aunque se manifieste de distinta manera en cada tribulación. Y si las escamas simbolizan la paciencia, creo que las aletas nos hacen pensar en la alegría del espíritu. Porque la alegría eleva y sostiene: el hombre alegre parece que está dando saltos. Ahora bien, si buscamos dos alas, necesitamos una doble alegría. Y en este sentido nos dice el Apóstol, cuyas alas eran capaces de cruzar el cielo y llegar hasta el paraíso, que estemos orgullosos con la esperanza de las tribulaciones.
 ¡Qué alto vuela quien se deleita en la esperanza de los bienes futuros y se recrea y gloria en la prueba de los males presentes! Esto es lo que encontramos, admiramos y pregonamos en este santo Apóstol.
5. Aquí podemos distinguir tres grados distintos: los que comienzan, los que adelantan  y los perfectos. El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor; en medio está la esperanza; y la caridad es la cumbre. Lo dice el Apóstol: La plenitud de la Ley es el amor. El que comienza a caminar, apoyado en el temor, soporta con paciencia la cruz de Cristo. El que avanza, en alas de la esperanza, la lleva con gusto. Y el que vive del amor, abraza apasionado. Este es el único que puede decir: "Estoy enamorado de ti y ardo en deseos de abrazarte".
 ¡Qué inmensa distancia entre esta exclamación y la del que soporta la cruz pero prefiere no haber llegado a ese trance! Y si permitís mi atrevimiento, también está muy por encima de aquella otra súplica: ¡Padre, si es posible pase de mí este cáliz!  Pocos días antes paseó sentado sobre un asno para dar en rostro a sus enemigos. Y ahora percibo que el capitán de la guerra encarna en sí el temor de los cobardes; en el médico siento los gemidos del enfermo y veo que la gallina es tan frágil como los polluelos. Considero su amor, admiro su misericordia y me estremece su compasión. El Señor misericordioso no quiso asumir esa actitud de fortaleza de San Andrés, porque los sanos no necesitan médico sino los enfermos. Y si alguno se escandaliza ante semejante condescendencia, merece aquella otra respuesta ¿Ves tú con malos ojos que yo sea generoso? A éste el aroma de vida le causa la muerte. 
6. ¿Hubiera llamado la atención, Señor Jesús, si al acercarse tu hora te hubieras mostrado intrépido, dando libremente tu vida sin que nadie fuera capaz de quitártela? ¿No fue más glorioso, ya que todo lo hacías para nuestro bien, que soportaras por nosotros el tormento corporal y la agonía del corazón? De ese modo tu muerte sería nuestra vida, tu debilidad nuestra fortaleza, tu tristeza nuestro gozo, tu repugnancia nuestro entusiasmo, tu angustia nuestra paz y tu abandono nuestro consuelo.
 En el momento de resucitar a Lázaro se estremeció en su espíritu y se alteró. En ese momento se estremeció voluntariamente, no por coacción natural. Ahora, en cambio, oigo otra cosa muy distinta. Tanto le dominó el amor que es tan fuerte como la muerte, que tuvo que confortar a Cristo un ángel de Dios. ¿Quién a quién? A aquel que en su nacimiento se le abrió de par en par el seno cerrado de la Virgen; al que con un simple gesto convirtió el agua en vino; al que tocó la lepra y la disipó; al que el mar sostuvo sereno sobre sus aguas a cuya palabra resucitan los muertos. Para decirlo brevemente, al que sostiene el universo con la fuerza de su palabra, al qui hizo todo y por el cual todo subsiste, incluso los mismos ángeles. ¿Que más puedo decir de él? No me admiraría tanto si no fuera completamente inefable. Ni el mismo que le anima era capaz de comprender su majestad.
7. ¿A quién consolabas, ángel de Dios? ¿Ignorabas, acaso, quién era aquel a quien venías a consolar? Es el auténtico consolador, el verdadero abogado. Porque si él no fuera abogado no hubiera dicho que el Padre enviaría otro abogado. Yo estoy convencido que es el abogado supremo, porque está muy cerca de los atribulados. Ahora ya no desespero, Señor, aunque me parezca que sufro una pena terrible, aunque me vea tan débil y desee que pase de mí este cáliz. No desespero, no; añado lo mismo que él: No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. 
 Él me ha enseñado también a no buscar consuelos humanos y caducos, sino angélicos, espirituales y celestes. Prometo no volver a quejarme, porque eso me separaría de ti, si no me arrepiento al instante. Acepto la prueba, aunque sé que también necesito el consuelo. ¿Qué has podido desear? Si reconozco mi voz en la del Salvador, tengo asegurada mi salvación. A base de paciencia conseguiré la vida. 
8. Pero quiero progresar, si me es posible, y no contentarme con alcanzar la salvación. Afirma el Sabio que quien teme al Señor hará el bien. Esto no me basta, pues añade en otro lugar la Escritura: Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y corre tras ella. Es decir, no te contentes con la salvación; busca la paz y asegurarás mejor la salvación. Cuando nació el que es nuestra paz, el ángel cantaba jubiloso: Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Una voluntad buena es una voluntad ordenada. Y esto consiste en actuar conforme a la razón. Ésta nos dice que los sufrimientos del tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria que va a revelarse reflejada en nosotros. Si llegas a saborear esto, llevarás gustosamente la cruz de Cristo y dirás: Estoy dispuesto y decidido a cumplir tus mandatos.
9. Mas si quieres ser perfecto, te falta todavía una cosa, ¿Quieres saber cuál? El gozo que da el Espíritu Santo. Quien actúa movido por el temor es paciente; y a quien le alienta la esperanza quiere practicar el bien. Pero si no tiene un espíritu fervoroso puede desfallecer con facilidad. El amor que infunde el Espíritu Santo es paciente y afable y, sobre todo, no falla nunca. 
 Si observas atentamente el primer mandato dado a nuestros padres, verás que Eva fue paciente y Adán bondadoso. Si cayeron fue porque ninguno de los dos tenía una sólida estabilidad. Oigamos: La mujer cayó en la cuenta de que el árbol era una delicia de ver y tentaba el apetito. Ya casi no puede contener la mano. Le pregunta la serpiente y su respuesta manifiesta que ese mandato le resulta enojoso. "Podemos comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol de conocer el bien y el mal nos dijo que no comiéramos". No dice: "Esta es la voluntad del Creador; él sabe por qué. A nosotros nos basta obedecer, porque nuestra vida depende de su voluntad.
 ¡Qué fácilmente creyó la mujer en las promesas y aceptó sus falacias! El varón no fue seducido, pero le ofuscó el amor de la mujer. Hubiera observado con fidelidad ese mandato, cuya utilidad conocía, pero la mujer le persuadió a hacer lo contrario. Él no tenía dificultad en cumplir el precepto, pero a esa voluntad buena le faltaba la fortaleza porque carecía de fervor.
10. Tan fuerte como la muerte es el amor, no la paciencia ni la esperanza. No le igualan el temor ni la razón, sino el espíritu de fortaleza. La paciencia, estimulada por el amor, dice: "Conviene obrar así". La voluntad buena, atraída por la esperanza, añade: "Así conviene y así lo haré". Y la caridad, inflada por el espíritu, no se contenta con "así conviene" sino: "Lo quiero, lo anhelo y lo deseo ardientemente". Observad la altura, seguridad y suavidad del amor. ¡Dichosa el alma que ha llegado a este nivel del amor!
 No desesperemos nosotros, pues si celebramos la memoria del que lo consiguió, es para invocar su auxilio y estimularnos con su ejemplo. Me atrevo incluso a añadir que algunos de entre nosotros se halla en este estado. Por otra parte, a los que se reconocen tan débiles que no pueden seguir el ejemplo de un apóstol como San Andrés, yo les replico que al menos les sonroje no imitar a sus propios hermanos. Los héroes no se improvisan. Peldaño a peldaño se llega a la cumbre de una escalera. Subamos, pues, nosotros con los dos pies de la meditación y de la oración. La meditación nos dice qué nos hace falta y la oración nos lo alcanza. Aquélla nos muestra el camino, ésta nos guía de la mano. La meditación nos hace ver los peligros, y con la oración los superamos, por gracia de nuestro Señor Jesucristo. 
RESUMEN: la cruz como escudo y como árbol de la vida, en la que cualquier ofensa no es diferente a las que sufrió nuestro Salvador. Defendidos porque no se puede sufrir más ni se puede renunciar más a uno mismo. La cruz se convierte en nuestra más deseada defensa.
El que se refugia en la cruz es un pez puro, inmune a cualquier ataque. Unos están en el mar, entre el gentío, otros están en el río (simbolizando a los predicadores que van de un sitio a otro) y un tercer grupo son los que están en los estanques, sinónimo de monasterios.
 Las aletas simbolizan la paciencia. Las aletas la alegría del espíritu. Debemos recrearnos en la prueba y en los males presentes.
  Aquí podemos distinguir tres grados distintos: los que comienzan, los que adelantan  y los perfectos. El comienzo de la sabiruría es el temor del Señor; el que comienza a caminar, apoyado en el temor, soporta con paciencia la cruz de Cristo. El que avanza, en alas de la esperanza, la lleva con gusto. Estos últimos, sanos como están, no necesitan médico pues eso es para los enfermos.
Era necesario el sufrimiento de Cristo en la cruz para ejemplo y santificación de todos. 
 Cristo es el verdadero abogado porque está muy cerca de los atribulados.
 No basta con el temor a Dios sino que también tenemos que amar y practicar la paz. 
 También necesitamos la paciencia y fortaleza que nos otorga el Espíritu Santo. 
 Todavía por encima de todo lo anterior está la caridad y el amor. No se llega a ellas espontáneamente sino subiendo peldaño a peldaño. La meditación nos señala el objetivo. La oración es el camino que nos ayuda a recorrerlo.

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