EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

jueves, 11 de septiembre de 2014

LA GUARDA DEL CORAZÓN

1. Guarda con todo cuidado tu corazón, porque de él brota la vida. La vida brota del corazón por estos dos cauces: por una parte, con el corazón se cree y se obtiene la justificación, el justo vive de la fe, el corazón puro ve a Dios, es decir, lo conoce, pues la vida eterna consiste en reconocerte a ti como único. Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo. Y por otra parte, Cristo nuestra vida, que habita ahora por la fe en nuestros corazones, aparecerá glorioso y nosotros con él; y el que ahora está oculto en el corazón pasará como del corazón a todo el cuerpo, cuando transforme la bajeza de nuestro ser reproduciendo en nosotros el esplendor del suyo. Otro Apóstol lo confirma así: Ahora ya somos hijos de Dios, aunque todavía no se ve lo que vamos a ser.
2. Pero conviene examinar por qué se dice: Guarda con todo cuidado tu corazón. La gente del mundo suele decir: "Quien conserva su cuerpo se asegura un buen castillo". Nosotros decimos lo contrario: "Quien cuida su cuerpo conserva un vulgar estercolero". Así piensa el Apóstol: Quien cultiva la carne, cosechará corrupción; el que cultiva el espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna.
 Esto significa que debemos cultivar y proteger ante todo el campamento del alma, porque de él procede la vida eterna. Pero este campamento está colocado en campo enemigo y lo atacan por todos los flancos. Por eso hay que defenderlo con todo cuidado, esto es, con la máxima vigilancia y por todas partes, abajo y arriba, por delante y por detrás, a derecha e izquierda.
 Por abajo le ataca la concupiscencia carnal y hace la guerra al alma, pues la carne tiene deseos opuestos al espíritu. Por arriba le amenaza el juicio de Dios: Es horroroso caer en las manos del Dios vivo. Por detrás acecha el placer mortal, que exhala el recuerdo de los pecados pasados; y por delante el asalto de las tentaciones. A la izquierda está la inquietud de los hermanos arrogantes y murmuradores, y a la derecha el fervor y devoción de los hermanos obedientes. Aquí nos ataca de dos maneras: por envidia a sus buenas obras, o por emulación a su gracia particular.
3. Vigile, pues, contra la carne una fuerte disciplina. Contra el juicio de Dios, el juicio de la propia confesión; y esto de dos maneras diversas: públicamente para los pecados públicos y en secreto para las faltas ocultas. Nos lo confirma el Apóstol: Si nos juzgáramos debidamente nosotros, no nos juzgarían. Contra el placer que suscita el recuerdo de los pecados pasados, la lectura frecuente. A la insistencia de las tentaciones, la insistencia en una oración suplicante. Contra la agitación de los hermanos, la paciencia y la compasión. Frente al fervor de los hermanos sumisos, la complacencia y la discreción. La complacencia elimina la envidia, y la discreción templa los excesos de la emulación.

RESUMEN
Del corazón brotan las emociones y la vida. En el futuro las emociones allí contenidas se dispersarán por todo el cuerpo.
Nuestro corazón es atacado por todos los frentes:
-Por debajo ataca la concupiscencia carnal. Nos defenderemos con una fuerte disciplina.
-Por arriba el juicio de Dios. Nos defenderemos con la propia confesión. Pública contra los pecados públicos. Oculta contra los pecados escondidos.
-Por detrás el placer de los recuerdos de los pecados pasados. Nos defenderemos con la lectura frecuente.
-Por delante el asalto de las tentaciones. Nos defenderemos con la oración suplicante.
-A la izquierda la inquietud de los hermanos arrogantes y murmuradores. Nos defenderemos con paciencia y compasión.
-A la derecha el fervor y devoción de los hermanos obedientes. Esto nos produce envidia y emulación de su gracia. Nos defenderemos con la complacencia que elimina la envidia y con la discreción que templa los excesos de emulación.

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