EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

domingo, 2 de marzo de 2014

CUARESMA: SERMO OCTAVUS


Sobre el octavo verso: "Nada más mirar con tus ojos, verás la paga de los malvados".

Capítulo 1


Os hablaría más brevemente, amadísimos, si pudiera hacerlo con más frecuencia; creo que esto también vosotros habéis podido advertirlo alguna vez. Pues, además del peso agobiante de cada jornada, hemos tenido que soportar muchos días el molestísimo silencio de vuestro consuelo y aliento. Por eso creo que nadie podrá extrañarse si, llevado del deseo de ganar tiempo, el sermón, cuanto menos frecuente, debe alargarse más. Vaya por delante este breve exordio para excusarme ante vosotros, a la vez, por la prolijidad del sermón de ayer y por la brevedad del de hoy, pues me temo que para algunos, uno u otro haya resultado menos grato, o más bien los dos.
Su brazo es escudo y armadura. No temerás el espanto nocturno, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que se desliza en las tinieblas, ni la epidemia que devasta al mediodía. Caerán a tu izquierda mil, y diez mil a tu derecha; a ti no te alcanzará.
A partir de aquí hemos expuesto en los sermones precedentes lo que la misma Verdad se ha dignado brindarnos: cómo se defiende al alma fiel ahora en las tentaciones y después en las dificultades. Ambas cosas las menciona más brevemente el Profeta en otro salmo: Con tu ayuda seré liberado de la tentación; fiado en mi Dios, asaltaré la muralla. Si él es mi guía, ni al entrar aquí encontraré tropiezos, ni al subir allí obstáculos. Quedan, pues, representadas la constante salvación y la garantía de la plena liberación. Y todavía añade una tercera promesa: tu lo verás con tus propios ojos, como oferta de una felicidad no pequeña. Porque caerán a tu izquierda mil, y diez mil a tu derecha; a ti no te alcanzará. Tú lo verás con tus propios ojos. Te ruego, Señor, que sea así. Caigan ellos, y no yo; sientan terror ellos, y no yo; véanse defraudados ellos, y no yo.

Capítulo 2


Con toda evidencia y brevemente se nos confía aquí la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo. Cuando ellos caen abatidos, yo mismo seré quien lo vea, y no se engañarán mis ojos al contemplar su último merecimiento. Porque no dice simplemente "con los ojos", sino "lo verás con tus propios ojos". Con estos que ahora se debilitan y me abandonan por tantas aflicciones mientras esperas en tu Dios. Realmente, hermanos, esperando, los ojos se nublan de pesar. ¿Quién espera lo que ya ve? Esperanza de lo que se ve, ya no es esperanza. Lo verás entonces con esos ojos que ahora ni te atreves a levantarlos al cielo; con los mismos que en este entretanto se arrasan en lágrimas tantas veces y se arrasan por la constante compunción. No creas que te darán otros nuevos, porque los tuyos serán renovados. ¿Qué hablo yo de los ojos, una parte tan pequeña del cuerpo humano, pero tan relevante y maravillosa, si ni un solo cabello de nuestra cabeza se perderá? Esa es la gozosa esperanza depositada en nuestro mismo seno por la promesa del que es la fidelidad.

Capítulo 3


Tal vez se nos promete expresamente la visión de los ojos, porque el mayor deseo del alma en esta vida parece ser la contemplación de la bondad. Espero ver la bondad del Señor en el país de la vida. Desea que le abran a la verdad suprema las ventanas más elevadas del cuerpo, porque anhela ser guiado por la visión y no por la fe: Es cierto que la fe sigue a la escucha del mensaje y no a la visión. Además es anticipo de lo que se espera, prueba de realidades que no se ven. Luego en la fe, como en la esperanza, nos falta la visión; sólo nos sirve la escucha. Dice el Profeta: El Señor me abrió el oído; pero algún día nos abrirá también los ojos. Y entonces ya no se nos pedirá: escucha, hija, inclina tu oído. Sino: Levanta ya tu mirada y Contempla. ¿Qué? El gozo y la dicha que atesora para ti tu Dios. ¿Qué más? No sólo eso, que, a pesar de que no lo ves, puedes escuchar y creerlo, sino además lo que ojo nunca vio, ni oreja oyó, ni hombre alguno ha imaginado: lo que Dios ha preparado para aquellos que le aman. Después de la resurrección, los ojos quedarán cautivados por todo lo que ni el oído ni el alma misma pueden captar ahora. Pienso que, debido a este apasionado deseo sensible del alma de ver o que oye y cree, un pregonero cualificado de la futura resurrección menciona expresamente el sentido de la vista, diciendo: después de que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios; yo mismo lo veré, y no otro; mis propios ojos lo verán; y añade: ¡el corazón se me deshace en el pecho!

Capítulo 4

Tal vez debamos considerar con mayor atención lo que acaba de decir: mis propios ojos, o como dice el salmo: lo verás con tus propios ojos. ¿Es que ahora puedo considerarlos cómo míos? En absoluto, no son míos. En algún momento lo fueron, pues forman parte de la herencia que recibí del Padre. Pero la guardé muy mal. Rápidamente la desbaraté. En un momento la derroché. La ley del pecado se apoderó de todos los miembros y la muerte entraba libremente por mis ventanas; yo mismo me hice esclavo suyo. Esclavo desgraciado por cierto, pues no era ya siervo de otro hombre, sino de una piara inmunda y cenagosa. Ni siquiera lo hacía en calidad de jornalero, sino como el mayor esclavo. A no ser que alguien considere como jornalero a quien se le niega hasta la comida; una comida peor aún que el hambre. Porque deseaba comer las algarrobas de los cerdos, y nadie me las daba: vivía para los cerdos, pero no compartía con los cerdos. Por último, ¿acaso eran míos los ojos cuando asolaban mi alma? Al fin, la misma necesidad me obligó a rehusar el beneficio en manos del Señor, para que, dada mi impotencia, él mismo lo reivindicase para si de la total tiranía.

Capítulo 5

Meditad, amadísimos, y percataos bien del poder que os ha liberado del yugo insoportable del Faraón, pues va no presentáis vuestros miembros como armas de iniquidad al servicio del pecado ni reina más en vuestro cuerpo mortal. Hermanos, esto no podéis realizarlo por vosotros mismos: La diestra del Señor es poderosa; sólo puede hacerlo el que tiene un poder absoluto. No digáis: nuestra mano ha vencido; reconoced que la mano de Dios lo ha hecho todo para salvarnos y ser veraces. Y que nadie vacile en tener la máxima cautela, porque corren días malos; nunca podemos estar tan seguros que caigamos en la presunción de pretender tomar esta herencia suya de manos de un tutor tan entrañable y solícito para disponer de ella con una libertad peligrosa y nociva. Pues el celo de tu Padre es para tu bien; no es un recelo de rivalidad, sino una diligencia que lo dispone todo para reservarse íntegra la hacienda, de modo que no la pierdas. Cuando por fin llegues a la santa y maravillosa ciudad, en cuyas fronteras ha restablecido la paz, en la que ya no hay por qué temer incursión alguna del enemigo, no sólo te devolverá a ti mismo, sino además se te dará a sí mismo: mientras tanto aléjate de tus voluntades y no te apropies temerariamente de tus miembros entregados a Dios, consciente de que, una vez consagrados a la virtud, no se pueden utilizar, sin grave sacrilegio, para la vanidad, la curiosidad, el placer y otras obras mundanas parecidas. Dice el Apóstol: sabéis muy bien que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros porque Dios os lo ha dado. Y añade: Pero el cuerpo no es para la fornicación. ¿Para quién entonces? ¿Acaso para ti? Sea para ti con toda libertad, pero si eres capaz de salvarlo con tus propias fuerzas de la violencia de la fornicación o, al menos, preservarlo. Pero, si quizá no puedes y porque realmente no puedes, que no sea el cuerpo para la fornicación, sino para el Señor. Vive consagrado a él, no sea que de nuevo venga a ser un esclavo más degradado de la corrupción. Lo dice el Apóstol: Hablo en términos humanos por lo flojos que estáis. Igual que antes cedisteis vuestros cuerpos como esclavos a la inmoralidad para la inmoralidad total, cededlo ahora a la honradez para vuestra consagración. Pero esto os lo digo por nuestra debilidad, como nos lo he advertido. Mas cuando resucite fuerte lo que sembró lo débil, ya no habrá necesidad alguna de esclavitud. Cuando la seguridad sea libre y la libertad segura, se lo devolverá gustosamente. ¿No va a conceder plena libertad a su criado fiel este Padre de familia tan generoso, si le confía todas sus posesiones?

Capítulo 6

Entonces lo verás con tus propios ojos si ahora admites fielmente que son suyos y no tuyos. Primero, en razón de ese voto necesario a que nos hemos referido, por el cual los miembros mismos, que de ninguna manera podrías defenderlos de la tiranía del pecado, los entregaste a culto divino, renunciando a tus propias voluntades. Pero, además, tampoco puedes pensar que son tuyos tus ojos, ya que, si no reina, al menos reside en ellos una ley hostil, o incluso prevalece y campea libremente la pena del pecado, tu segundo enemigo. ¿Vas a llamar, por tanto, tuyo al cuerpo, si ya está muerto por el pecado, o podrías asegurar que pertenece al alma, cuando no cesa de oprimirla? El que desee llamarlo suyo, lo hará correctamente si lo cataloga como su propia carga y prisión. Si no, ¿cómo considerarás tuyos a unos ojos que, quieras o no quieras, se rinden tan a menudo al sueño, los irrita el humo, los hiere una brizna, se nublan por cualquier supuración, los martirizan agudos dolores y termina cegándolos la muerte? Sí, serán totalmente tuyos cuando todo esto desaparezca y puedas verlo todo con tus propios ojos, abriéndolos a tu gusto con toda libertad y tranquilidad. Ya no tendrás que apartarlos de las vanidades, porque verán la verdad en toda su pureza; no subirá la muerte por sus ventanas, porque también su hostilidad será vencida finalmente. ¿Temes, acaso, que sean deslumbrados entonces por el fulgurante resplandor de cada justo que brillará como el sol? Ciertamente, deberías temerlo si esos ojos tuyos no fueran glorificados por la resurrección, al igual que los restantes miembros del cuerpo.

Capítulo 7



Verás la paga de los malvados. Eso constituirá, sin duda, un tormento ignominioso para ellos y como la culminación de todos sus males. Tal vez se viesen consolados de alguna manera si pudiesen eludir en sus tormentos el ser reconocidos por aquellos a quienes perversamente persiguieron o, al menos, escapasen de sus moradas. Pero aunque por este descubrimiento nuestro les sobrevenga como un peso inmenso a su desgracia, ¿por qué debemos mirarlos, qué interés o qué satisfacción podemos encontrar en ello? ¿Es que ahora juzgaríamos algo más irreligioso, inhumano y hasta execrable que pretender recrearse contemplando el tormento de unos enemigos, por inicuos que sean, y deleitarse con los suplicios de unos desgraciados Sin embargo, el malvado, al verlo, se irritará, rechinarán sus dientes hasta consumirse, porque los benditos del Padre serán llamados al Reino antes de que los malditos sean echados camino del fuego; así, viendo lo que han perdido, se intensificará su dolor. Y, al mismo tiempo, los justos lo verán con gozo pensando de qué se han librado. Esa abismal separación tendrá un doble efecto: los cabritos morirán de envidia al ver a los corderos, mientras la contemplación de los malvados será, para los elegidos, fuente de inmensa gratitud y alabanza. ¿Cómo podrían los justos rendir una acción de gracias tan digna sino porque, además de gozar de su impensable felicidad, contemplan el castigo de los malvados? Así reconocen fielmente y con toda devoción que han sido segregados de los pecadores por pura misericordia del Redentor. Por su parte, los impíos se derretirán de envidia en su espíritu. ¿No será por ver cómo otros son introducidos ante sus ojos en el Reino del gozo más pleno, mientras ellos son condenados a gemir entre el hedor, el espanto, el tormento del fuego eterno y el sufrimiento de una muerte inmortal? Allí será el llanto y el apretar de dientes; llanto por el fuego que no se extingue, apretar de dientes por el gusano que no muere. Llanto doloroso, rabioso apretar de dientes. La crueldad de los tormentos dislocará el llanto; la misma fiereza de la envidia devoradora y la maldad empecinada serán el desquiciamiento y el rechinar de dientes. Por tanto, verás la paga de los malvados para que no termines en ingratitud hacia tu libertador por desconocer tan gran riesgo.

Capítulo 8



Y todavía más: la paga de los malvados será perfecta seguridad para los justos, porque jamás podrán temer ya la maldad humana ni la diabólica; caerán a su izquierda mil, v diez mil a su derecha. Pero no sólo verán que caen ; los verán caer en el infierno. ¿Crees que ya nada podrían temer? ¿No deben sospechar aún de aquella serpiente, la más astuta de todos los animales? Recuerdan perfectamente cómo un día redujo a la mujer en el paraíso. Pero ahora ven que su cuerpo es arrojado a las llamas de la venganza y que se abre una inmensa sima para separarlos de ella.

Capítulo 9

Esta contemplación de los malvados te aportará una tercera ventaja: comparándote con su deformidad, brillarás más nítida y gloriosamente. Lo mismo sucede cuando se cotejan las cosas opuestas entre sí. Parece que resaltan aún más sus cualidades; si acercas lo blanco a lo negro, la blancura parece mayor, y la oscuridad más tenebrosa. Pero escucha una palabra profética más segura: goce el justo viendo la venganza. ¿Por qué así? Bañe sus pies en la sangre de los malvados. No los contaminará con esa sangre, sino que los lavará en ella. Lo que a uno le vuelve más infecto y sórdido, eso mismo limpia y engalana más al otro.

Capítulo 10

Quizá ni en esta vida encontremos a alguien que no se impresione por ninguna de estas tres razones. Ellas, sin embargo, nos dan el motivo por el que se reirá la Sabiduría ante la perdición de los malvados. Su palabra, que no miente, nos lo desvela así: Os llamé, y rehusasteis; extendí mi mano, y no hicisteis caso. Y más abajo: Pues yo me reiré de vuestra desgracia; me burlaré cuando os alcance el terror, cuando os llegue como huracán la desgracia. ¿Por qué creemos que la Sabiduría puede complacerse en la ruina de los necios sino por la rectísima justicia de sus disposiciones y la irreprochable ordenación de sus planes? Y lo que entonces cause complacencia a la Sabiduría, necesariamente deberá satisfacer también a todos los sensatos. Por tanto, no pienses que te resultará duro verificar la realidad de esta frase: nada más mirar con tus ojos, cuando tu mismo has de reírte de la desgracia de los malvados. Y no porque te alegres de la venganza con cierta crueldad inhumana, sino por la belleza misma de la Providencia divina, que deleita, mucho más de lo que se puede creer, al que es celoso de la divina justicia y amante de la equidad. Cuando, iluminado por la verdad, descubras plena, claramente que todo ha concluido perfectamente y ha sido devuelto a su propio lugar; cómo no te vas a sentir a gusto meditándolo todo y alabando por ello al que todo lo dispone? Con gran precisión afirmó Pedro que el hijo de la perdición se marchó al lugar que le correspondía; se despeñó y reventó por medio el cómplice de los espíritus malignos. Por eso, el cielo se negó a acogerlo, y la tierra no pudo mantenerlo, por ser el traidor del verdadero Dios y verdadero hombre, que bajó del cielo para consumar la salvación en medio de la tierra.

Capítulo 11

Así, pues, lo contemplarás con tus ojos, verás la paga de los malvados. Primero, por tu liberación; segundo, por tu total seguridad; tercero, por la comparación; cuarto, por la perfecta emulación de la misma justicia. Porque ya se acabó el tiempo de la misericordia y comienza el del juicio; no podemos esperar entonces compasión alguna hacia los impíos, si ya es imposible su enmienda, pues queda lejos esa sensibilidad de la delicadeza humana, de la que el amor se sirve ahora oportunamente para la salvación, como red que se extiende para recoger en su amplísimo seno toda clase de peces, buenos y malos; esto es, las inclinaciones aceptables y las funestas. Pero estamos faenando en el mar. Por eso se recogerá en la orilla solamente a los buenos, alegrándose con los que están alegres, porque ya no podrá llorar con los que lloran. De lo contrario, ¿cómo juzgaremos nosotros el mundo si no olvidásemos esta inclinación a la ternura y no nos metiera en su bodega? Así quedó dicho: Entraré en las proezas del Señor; sólo recordaré, ¡oh Dios!, tu justicia. Tampoco ahora se nos permite ser parcial ni para favorecer al pobre o compadecerse de él en el juicio. Aunque sea sintiéndolo mucho, debemos reprimir esta tendencia de la ternura y emitir la sentencia justa. ¡Cuánto más entonces! Ya no puede entrometerse ningún conflicto ni ansiedad de espíritu, porque tiene que cumplirse lo que está escrito: sus jueces fueron absorbidos uniéndose a la piedra.. Fueron absorbidos totalmente por su deseo de justicia y por la firmeza de la Piedra, a la que se unieron imitándola. Unidos a la Piedra, porque para seguirla únicamente a ella lo dejaron todo. Esto es lo que la Piedra misma respondió a Pedro cuando le preguntó qué les tocaría a ellos: cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria también vosotros os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Ya lo anunció también el Profeta: El Señor vendrá a juzgar con los ancianos de su pueblo. ¿Esperas encontrar flexibilidad en los jueces solidarios con la Piedra? Dice el Apóstol: el que está unido al Señor es un Espíritu con él. Así, el que se une a la Piedra, forma una roca con ella. Con razón suspiraba el Profeta: para mí, lo bueno es adherirme a Dios. Por eso, los jueces fueron absorbidos uniéndose a la Piedra. ¡Qué favor tanta familiaridad!¡Qué privilegio tanta confianza!¡Qué prerrogativa esta seguridad tan perfecta!

Capítulo 12

¿Puede pensarse algo más pavoroso, que desborde tanta ansiedad y tan inquieta preocupación, como comparecer ante tan espantoso tribunal para esperar una sentencia tan incierta de un Juez tan rígido? Es horrendo caer en manos del Dios vivo. Juzguémonos ahora, hermanos, y tratemos de eludir aquella terrible expectación mediante el juicio presente. Dios no juzgará dos veces una misma cosa. Ya antes el juicio son palmarios tanto los pecados de unos como los rectos afanes de los otros; de modo que, sin esperar a la sentencia, se hundirán en los infiernos por el propio peso de los crímenes; por el contrario, los justos, con toda la libertad de su espíritu, subirán inmediatamente a las sillas que tienen reservadas. ¡Feliz la pobreza voluntaria de los que todo lo dejaron para seguirte sólo a ti, Señor Jesús! ¡Feliz efectivamente, ya que los hace tan seguros e incluso tan gloriosos entre el trepidante estruendo de los elementos, en el amedrentador examen de los méritos y en el discernimiento tan exacto de los juicios! Pero escuchemos ya la respuesta del alma fiel y devota a tantas promesas; no pensemos que desconfía o que se fía más de lo conveniente. Porque tú eres, Señor, mi esperanza. ¿Cabe algo tan sobrio y devoto? A no ser que resulte tan oportuno como esta otra respuesta: Tomaste al Altísimo por defensa. Pero perdonadme, hermanos, que hoy también me he sobrepasado algo los límites de la brevedad que os había prometido.
RESUMEN:
Hace San Bernardo una distinción entre lo que captan nuestros sentidos y la captación completa del espíritu, de tal forma que, en el futuro, esos ojos  espirituales serán ya la forma más perfecta de visión. Añora esa visión espiritual y afirma que al final de los tiempos, e incluso antes del supremo juicio, unos llegarán a esa simbiosis y percepción espiritual (los verdaderos ojos) mientras que otros se perderán para siempre. Porque fueron llamados y no respondieron, se les extendió la mano y la rehusaron. Finalmente, y a pesar de los sentimientos de piedad, no podremos evitar un sentimiento de alegría semejante a la risa, mientras ellos se consumen en el terror de la envidia por la eternidad y la sensibilidad perdida. Serán unos ojos, los de la condenación, que estarán cegados por el odio e incapaces para la verdadera visión.

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