EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

miércoles, 20 de enero de 2021

LAS CUATRO ETAPAS QUE RECORREN LOS ELEGIDOS


 

1. El progreso de los elegidos está marcado por cuaro etapas bien definidas. Primeramente cada uno se hace amigo de su alma; después se hace amigo de la justicia; a continuación de la sabiduría; y finalmente, llega a ser sabio. 

 En el primer paso evita cuanto puede dañar a su alma y ama cuanto le puede agradar. Le horroriza el infierno y ansia el cielo. De ese modo puede cumplir aquel precepto divino que recibió en su primera conversión: Amarás al prójimo como a ti mismo. Pues mientras vive dominado por la carne, le es imposible; y le resulta fácil cuando se guía por el Espíritu de Dios. ¿Qué gana el hombre con que su prójimo arda en el infierno? ¿O que pierde si le acompaña en el paraíso? La herencia del paraíso no es como esas otras que disminuye al compartirla muchos. Así pues, ama de verdad a su prójimo el que no le desea ningún sufrimiento, como tampoco lo quiere para sí; y le desea la posesión del cielo como lo desea para sí mismo. 

 Pero ¿Podrá acaso el espíritu humano, por sí mismo, espantarse del infierno y mirar al cielo? Ciertamente lo podrá guiado por el espíritu de aquel a quien se dice esta palabra: Si escalo el cielo, allí estás tú, etc. El espíritu de sabiduría está presente en todas partes y conoce cuanto ocurre en el cielo y en el infierno. Cuando llena el espíritu humano le infunde temor por las penas del infierno y el amor de lo celestial; y así consigue que se ame a sí mismo, y le dice: Compadécete de ti mismo agradando a Dios. En una palabra, se comienza por amarse uno a sí mismo, y después al prójimo. Porque no se dice: "Te amarás a ti mismo como al prójimo", sino amarás al prójimo como a ti mismo. He aquí cómo llega a ser amante de su alma por medio del Espíritu Santo que ha recibido por la fe.

2. En lugar de quedarse ya satisfecho con este don recibido, debe aspirar a otros mayores y progresar hacia lo mejor. Ya vive por el Espíritu, y el Apóstol le dice que, si vivimos el Espíritu, caminemos con el Espíritu. Y en otro lugar añade: Nosotros que llevamos todos la cara descubierta y reflejamos la gloria del Señor, nos vamos transformando en su imagen con claridad creciente, bajo el influjo del Espíritu del Señor. Eso mismo parece pensar el salmista sobre los santos: El legislador les dará la bendición y caminarán de victoria en victoria. 

 Camine también este a quien nos referimos. Avance y progrese hasta llegar al cuarto grado. Allí, sin duda alguna, será ya sabio y verá a Dios en Sión. Por todo cuanto he dicho, el que ama rectamente su alma amará también la justicia. Pues, en caso contrario, si ama la iniquidad, odia y no ama su alma. 

martes, 19 de enero de 2021

LOS CUATRO GRADOS DE LA VOLUNTAD BUENA




  1. La Palabra de Dios debe producir dos frutos: sanar las almas viciosas y alentar a las buenas. Al decir viciosas no me refiero a todas las que tienen vicios, sino a las que consienten voluntariamente en él y no resisten lo que pueden. A estas les dice la Verdad en el Evangelio: Ponte de acuerdo con tu adversario mientras vais de camino, etc. No dice con el vicio sino con “tu adversario”. Este adversario es la Palabra de Dios, enemigo implacable de los vicios. Llegar a un acuerdo con él significa confesar lo mismo que el Profeta: Tengo siempre presente mi pecado.
    Para mi las almas buenas no son únicamente las perfectas, sino también las incipientes; tienen vicios, pero luchan y no consienten en ellos. Caen muchas veces por debilidad e ignorancia, como lo dice la Escritura: El justo cae siete veces; pero se levanta de nuevo porque tiene una voluntad buena.
    Aquí está la raíz de un alma buena. Puede poseer muchos otros bienes innatos, como un buen carácter, una memoria feliz, una inteligencia despierta y otros semejantes; pero únicamente la voluntad buena hace buena el alma; y si la voluntad es viciosa, también lo es el alma. Pero afirma muy bien Job que el hombre no permanece nunca en una misma situación: lo mismo retrocede que avanza. Por eso deb progresar en esta voluntad que es aquel camino del Profeta: He aquí el camino, seguidlo. Y en un salmo leemos: Dichosos los que encuentran en ti su fuerza y se deciden de corazón a subir en este valle de lágrimas. El corazón quiere decir la voluntad.
  2. La primera etapa de este camino es una voluntad recta, la segunda una voluntad vigorosa, la tercera una voluntad ferviente y la cuarta una voluntad plena. En el primer grado el alma consiente con su inteligencia a la ley de Dios, pero la carne se rebela y no es capaz de realizar el bien que quiere, sino que hace por su debilidad el mal que detesta. A pesar de ello la voluntad permanece recta; porque de acuerdo con su opositor aborrece en sí misma lo que él reprueba.
    En el segundo no sólo no hace el mal que aborrece, sino que -con dificultad pero con fortaleza-realiza el bien que desea. Y dice como el Profeta: por ser fiel a tus palabras me he mantenido en los caminos duros. En el tercero corre por los caminos de los mandatos de Dios con el corazón dilatado y disfruta en ellos más que con todas las riquezas. Tiene la piel bañada con el óleo de la gracia espiritual y sabe que Dios ama al que da con alegría; por eso se entrega con gozo radiante a cualquier obra buena y grita con el profeta David: Corro por el camino de los mandamientos porque me has ensanchado el corazón.
    En el cuarto grado se encuentran los ángeles, que tienen idéntica facilidad para querer el bien y realizarlo perfectamente. El alma quiere aspirar a ello, pero no puede alcanzarlo mientras vive en el cuerpo, porque éste le sirve de lastre.
    El que no tiene una voluntad recta, es porque se lo impide la intención carnal. Si la tiene recta, pero no vigorosa, se debe a las malas costumbres. Si la tiene ferviente, pero no total, es porque vive aún en el cuerpo. Cuando la voluntad es viciosa se debe orar así: Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. La tierra aquí es él mismo y el cielo el que tiene una voluntad recta, porque tanto dista el cielo de la tierra como la voluntad recta de la viciosa.
    La misma oración debe hacer quien tiene una voluntad recta pero débil, viéndose a si mismo como tierra y al de voluntad vigorosa como cielo. Y lo mismo hay que decir de las otras, para que el alma avance sin cesar. Porque si se condena al que se obstina en una voluntad viciosa, también es reprensible al que no se esfuerza por superarse en los otros grados.

RESUMEN

En nuestro avance espiritual primero es necesario tener plena conciencia de nuestra situación alejada de la virtud. Después debemos tener presente que existen cuatro grados: una voluntad recta, l una voluntad vigorosa, una voluntad ferviente y una voluntad plena. En el primero se es incapaz de evitar hacer el mal. En el segund, no sólo evitamos el mal sino que hacemos el bien. En el tercero buscamos el bien con el corazón lleno de alegría. En el cuarto nos estorba hasta la propia realidad física. En cualquiera de las etapas a nuestra situación actual le llamamos “tierra” y a la situación que aspiramos le llamamos “cielo”.

lunes, 18 de enero de 2021

CUATRO DEUDAS


1.Hermanos, estáis en el camino que conduce a la vida; en el camino directo y despejado que lleva a la ciudad santa de Jerusalén, la libre, la de arriba, nuestra madre. Sí, el ascenso es arduo pues es un camino de alta montaña, pero es el más corto y ello templa y ahorra mucho esfuerzo. Vosotros camináis y corréis por ese camino con admirable facilidad y radiante felicidad; vais libres, ágiles y sin macutos a la espalda. Pero no todos vais así; algunos arrastran su equipaje en carros tirados por cuatro caballos, e intentan escalar girando en torno a la montaña; y casi siempre caen al precipicio o no llegan a la cumbre.
Dichosos vosotros que habéis abandonado vuestras personas y posesiones, sin quedaros con nada; camináis por la cresta misma de la sierra hacia aquel que avanza por el occidente y su nombre es el Señor. Pero aquellos que salieron de Egipto y suspiran apasionados por las pequeñeces de Egipto, no encuentran el camino de la ciudad habitada. Agobiados del terrible fardo de sus propias voluntades, caen oprimidos por el peso o junto a él, y casi nunca llegan al destino de su carrera.
2.Hay algo en vuestras vidas -y lo digo alabando al que nos concede gratuitamente todo esto- que no sea una imagen de la vida apostólica?Ellos lo dejaron todo y, reunidos en la escuela del Salvador y bajo su presencia, sacaron agua con gozo de la fuente del Salvador y bebieron el agua fresca de la vida en su misma fuente. Dichosos los ojos que lo vieron. ¿Pero no habéis hecho vosotros algo semejante?Y esto a pesar de no sentirle presente, sino ausente, ni movidos por sus propias palabras, sino por las de sus mensajeros.
Sed celosos de este privilegio: ellos creyeron porque le vieron y escucharon sus palabras; vosotros, en cambio, por lo que oís a través de sus mensajeros. Manteneos así, carísimos, fieles al Señor; ellos perseveraron en el camino real a pesar del hambre y la sed, el frío y la desnudez, las fatigas, ayunos, vigilias y demás exigencias de la justicia; lo mismo vosotros: aunque no tengáis sus méritos, creed que sois semejantes en cierto modo a ellos por ciertas observancias. Y un día podréis decir al Señor vuestro Dios cuando lleguéis ante su trono: Estamos gozosos por los días en que nos afligiste, por los años en que sufrimos desdichas.
Os aseguro que estáis en la verdad, en el camino verdadero y santo que conduce al Santo de los santos. Mentiría -y lo digo para satisfacción vuestra- si negara que de mis manos pecadoras han volado a los gozos celestiales almas de monjes, novicios y conversos, libres y liberados de la cárcel mortal. Si queréis pruebas, sabed que yo he comprobado signos evidentes.
3.No tengo, pues, temor alguno de vosotros ni sobre vosotros, por los ataques de Satanás y sus ministros: estoy convencido de que su poderío ha quedado destrozado y aniquilado por las llagas del Redentor. Con su espíritu de fortaleza el más fuerte derrotó al fuerte, y destrozó las puertas de bronce y los cerrojos de hierro. Pero sí que temo las trampas y astucias que urde contra vosotros. Por su capacidad natural y la experiencia de tantos milenios conoce perfectamente la fragilidad natural del hombre.
Por eso ese homicida insaciable no envió a nuestros primeros padres osos, leones u otra especie de animales salvajes, sino a la huidiza y astuta serpiente: con la flexibilidad de su cuerpo lo mismo se cubre la cabeza con la cola, que ésta con aquella. Dice la Escritura que la serpiente era el más astuto -no el más fuerte-de todos los animales de la tierra. Y por eso lanzó una pregunta para sondear la mente de la mujer; sabía muy bien que no debía utilizar la fuerza, sino la astucia. Escuchadle: ¿con que Dios os ha dicho que no comáis del árbol de la ciencia del bien y del mal?Y le respondió ella: porque tal vez moriremos. El Señor había sido más categórico: El día que comáis de él moriréis; pero ella lo da como posible: tal vez muramos si comemos de él. Y fíjate en la sagacidad y malicia de la serpiente: ¡Nada de morir!Dios lo afirma, la mujer lo pone en duda, y Satán lo niega. De ahí viene mi temor: si la serpiente sedujo a Eva por la astucia,también vuestros sentidos pueden perder la castidad que tenéis en Cristo Jesús.
4.Imaginad que a alguno de vosotros le sugiere ese pensamiento: “¿conqué os mandó Dios cumplir estas reglas?”Y adaptándose a la vitalidad espiritual de cada uno, al tibio le inspira flojedad y al fervoroso una vida más exigente. Pero siempre con el único deseo y finalidad de apartarlos de la compañía de los justos y de la comunidad. El espíritu que así te aconseja es el espíritu de la de mentira, un espíritu muy fuerte y celoso de la dignidad que posees. El sabio conoce todo esto y afirma: Si el espíritu que tiene el poder se levanta contra ti, tú no dejes tu puesto.
Es imposible que el espíritu de la verdad, que te ha traído aquí, te quiera hacer marchar. En su boca no existe el sí y el no; sino unicamente el sí. Lo atestigua la autoridad indiscutible del Apóstol: Nadie puede decir “anatema Jesús” impulsado por el Espíritu de Dios. Jesús significa Salvador o salvación, y anatema, separación. Por lo mismo quien te sugiere alejarte de la salvación no es el Espíritu de Dios, ni viene de Dios; el Espíritu Santo sólo sabe reunir y no separar: él reúne sin cesar en su tierra a los dispersos de Israel.
5.¿Entonces qué? ¿Busca alguien otra vida más austera? Os aseguro que ésta es la más rigurosa, y si eres sincero verás que corresponde plenamente y en la medida de lo posible a aquella primitiva escuela del Salvador. ¿O es que planeas descender a una vida más confortable?¡Si comprendieras cuántas deudas y acreedores tienes!Verás que lo que haces no es nada, y que es ridículo compararlo con tus deudas.
¿Quieres saber cuánto debes y a quienes?En primer lugar a Cristo Jesús le debes toda tu vida, porque él entregó su vida por la tuya y soportó atroces dolores para librarte de los eternos. ¿Se te hará a ti algo dudo y cruel si recuerdas que él era de condición divina, que vive eternamente, que fue engendrado entre esplendores sagrados antes que el lucero matinal y que es el reflejo y la impronta de Dios? Y vino a tu cárcel, a tu barrio y se hundió hasta el cuello -como suele decirse-en el cieno profundo.
Todo te parecerá suave si reúnes las amarguras de tu Señor y recuerdas, en primer lugar, sus necesidades de la infancia; después, sus esfuerzos en la predicación, sus cansancios en las caminatas, sus tentaciones en los ayunos, sus vigilias en oración, sus lágrimas de conmiseración y las asechanzas cuando hablaba; y finalmente, los peligros por los falsos hermanos, las afrentas, salivazos, bofetadas, azotes, burlas, desprecios, insultos, clavos y otras cosas semejantes. Todo lo que hizo y sufrió en este mundo durante treinta y tres años para nuestra salvación.
¡Qué misericordia tan inmerecida!¡Qué amor tan gratuito y fiel!¡Qué compasión tan increíble!¡Qué dulzura tan admirable!¡Qué mansedumbre tan invicta!¡El Rey de la gloria muere en cruz por el siervo más despreciable, por un simple gusano!¿Quién ha oído tal cosa o quién ha visto algo semejante? Con dificultad se deja uno matar por un justo. Y él murió por los enemigos y los injustos; se desterró del cielo para llevarnos a nosotros allí; es el amigo tierno, el consejero prudente, el apoyo seguro.
6.¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?Aunque disfrutara de la vida de todos los hombres, y viviera todos los siglos de la historia, y realizara todas las actividades de los hombres de ayer, de hoy y del futuro, todo eso no tiene comparación con ese cuerpo. Atrae las miradas y suscita la admiración de las criaturas más excelsas por su concepción del Espíritu, por su nacimiento de una Virgen, por la pureza perfecta de su vida, la riqueza de su doctrina, el asombro de sus milagros y los misterios que ha revelado.
Ahí lo tienes: como el cielo está muy por encima de la tierra, así su vida supera a la nuestra; y la entregó, a pesar de ello, en favor de nosotros. La nada no puede compararse con lo que es: tampoco nuestra vida tiene proporción alguna con la suya, ya que la suya es la más sublime y la nuestra pura miseria. Y no creas que me entrego a exageraciones oratorias: aquí la lengua humana enmudece y el espíritu es incapaz de intuir el secreto de una gracia como ésta.
Así pues, aunque le entregue cuanto soy y puedo, todo eso sólo sería como una estrella ante el sol, como una gota en el río, una piedra junto al alcázar, o un grano de polvo ante una montaña. Sólo poseo dos cosas muy pequeñas e insignificantes: el cuerpo y el alma; o más bien lo único de que dispongo es la voluntad. ¿Y me negaré a entregarla a cambio de la suya que, siendo tan grande, previno con tal cúmulo de favores a un ser tan insignificante, y para recuperarme íntegramente se entregó sin reserva alguna?Si me lo reservo, ¿con qué semblante, con qué ojos, espíritu y conciencia acudiré a la misericordia entrañable de nuestro Dios? ¿Osaré perforar ese muro inexpugnable que protege a Israel, o apropiarme como rescate las gotas y los ríos de sangre que brotan de las cinco partes de su cuerpo? ¡Generación perversa e hijos degenerados!¿Qué haréis en el día de la ruina que se avecina? ¿A quién acudiréis en busca de auxilio?
7.¿Pero soy únicamente deudor de ése a quien sólo puedo dar tan poca cosa?Mis pecados pasados reclaman que consagre toda mi vida a hacer frutos dignos de penitencia, y repase todos mis años en la amargura de mi alma. ¿Quién es capaz de hacerlo?Mis pecados superan las arenas del mar; son incontables y no merezco mirar al cielo por el cúmulo de mi maldad; provoqué tu ira haciendo el mal entre tus ojos. El mal me envolvió por todas partes, mis culpas me abruman y no veo nada.
¿Cómo voy a enumerar lo que no tiene medida?¿Y qué satisfacción daré cuando se me exija devolver hasta el último céntimo?¿Quién conoce sus pecados?Escuchad a esa flauta celeste que es Ambrosio: “Abundan más las personas que conservan intacta su inocencia, que las que hacen la debida penitencia”. A pesar de ello, por mucho que se arrepienta, se aflija y mortifique es por tu nombre, Señor, y no por los méritos de la penitencia por lo que perdonas mi pecado; pues como dice un justo, es muy grave. Aunque dediques exclusivamente a esto tu vida entera, tu saber, lo que tienes y puedes, ¿crees que te valdría de algo? Acabas de dar tu vida a Cristo a cambio de la suya, y ahora el recuerdo de tus pecados pasados te la vuelve a reclamar. ¿Acaso quieres conseguir dos yernos de una hija, como dice el proverbio?
8.Pero voy a presentarte otro tercer acreedor, que te exige toda tu vida con pleno derecho y rigor. Supongo que deseas pertenecer a aquella ciudad de la que se dice: ¡Qué maravillas cuentan de ti, ciudad de Dios! En ti reside esa gloria que ni ojo vio ni oído oyó, ni hombre alguno ha imaginado: el reino perpetuo, vivir siempre en una infinita eternidad. Supongo que deseas unirte a los ángeles de Dios en el cielo, ser heredero de Dios y coheredero con Cristo, cantar eternamente el aleluya en las plazas de la Sión celestial, y contemplar cómo entrega Cristo el reino al Padre y a Dios, que es todo para todos; y finalmente, ser semejante a Dios y verle tal cual es.
Creo asimismo que te abrase el deseo de ver cómo caen las sombras y despunta la aurora ante el resplandor de aquel día grandioso, que disipa la niebla del mundo. Un derroche de calor y de luz; el sol quedará inmóvil, las tinieblas disipadas, las marismas saneadas y eliminados todos sus miasmas. ¿No vale la pena adquirir todo esto entregándote tú mismo sin reservas y todo lo que puedas reunir?Mas una vez que lo realices, no pienses que los sufrimientos de este mundo y de tu cuerpo merecen la gloria que se nos manifestará. No seas tan necio y temerario que intentes ofrecer a cuenta de ello lo poco que tienes: ya se lo han disputado la vida de Cristo y la penitencia de tu pecado.
9.¿Y que me dirás si te presento un cuarto acreedor que reivindica su derecho de primacía sobre los tres anteriores?Aquí mismo tienes al que hizo el cielo y la tierra: él es tu Creador, tú su criatura; tú el siervo, él el Señor; él el alfarero, tú la arcilla. Cuanto eres se lo debes a él, que te lo ha dado. A ese Señor que te creó y te colmó de beneficios, te regala la maravilla de los astros, el aire fresco, la madre tierra y los frutos en sazón. Debes servirle con todo el corazón y todas las fuerzas, para evitar que te mire indignado, te desprecie y te aniquile para siempre y por los siglos de los siglos. No te creo tan insensato que te atrevas a mencionar ni a contar tus propias monedas.
Dime, pues, a quién de los cuatro piensas devolver lo que debes: con todos tienes una deuda tan inmensa que cualquiera de ellos podría estrangularte. ¡Señor, me oprimen: sal fiador por mi!A ti te confío lo poco que tengo: págales tu a todos y líbrame de todas las deudas, pues eres Dios y yo hombre, y puedes hacer lo que nos resulta imposible a los humanos. Yo hice lo que pude: Señor, dispénsame, por favor; tus propios ojos han visto qué imperfecto soy.
¿Será posible que alguien siga murmurando y diga: Trabajamos y ayunamos demasiado, o nuestras vigilias son demasiado largas, al ver que no puede pagar ni la milésima parte de sus deudas? Aquí tenéis, hermanos, vuestra auténtica cuaresma: no la exterior, sino la interior; no la corteza, sino la sustancia del sacramento. De hecho, si a cada uno de estos cuatro acreedores le debéis con toda justicia la perfección total del decálogo, es evidente que multiplicando cuatro por diez nos resulta la cuaresma, o sea la observancia que debemos prolongar toda la vida. El que os ha reunido en este santo lugar, conserve vuestra vida en la obra santa; y así, cuando se manifieste el que es vuestra vida, también vosotros os manifestéis gloriosos con él. Amén.

RESUMEN
El camino correcto es dificultoso, en principio, pero lleno de recompensas. Debemos desprendernos, para caminar con prontitud, de cargas materiales y espirituales. De cualquier forma es el único sendero y nuestra respuesta a las cuatro grandes deudas de nuestra existencia. La primera deuda es regalarnos nuestra vida espiritual, siguiendo el sacrificio y ejemplo de Cristo. La segunda el perdón de nuestros pecados. La tercera la observación futura de las maravillas de Dios. La cuarta es tu propia existencia y la de las cosas que percibes a tu alrededor. Esas cuatro deudas nos animan a seguir el camino marcado por las enseñanzas y los apóstoles. Estamos seguros de que este es el único camino para nuestra evolución espiritual.

domingo, 17 de enero de 2021

DE LOS CUATRO DÍAS DE LÁZARO. ELOGIOS DE LA VIRGEN


DE LOS CUATRO DÍAS DE LÁZARO; ELOGIOS DE LA VIRGEN


1. Tiempo es ya para toda carne de hablar cuando es llevada al cielo la Madre del Verbo encarnado, ni debe cesar en sus alabanzas la humana mortalidad cuando sola la naturaleza del hombre es ensalzada sobre los espíritus inmortales en la Virgen. Mas ni permite la devoción callar de su gloria, ni puede mi pensamiento estéril concebir cosa que sea digna, ni la puede dar a luz mi lenguaje inculto. De aquí es que, aun los mismos príncipes de la corte celestial, a la consideración de tanta novedad claman no sin admiración: ¿Quién es esta que sube del desierto rebosando en delicias? Como si claramente dijeran: ¡ Cuán grande y excelsa es ésta!, ¿y de dónde le pudo venir, subiendo sin duda del desierto, tanta afluencia de delicias? Porque no se encuentran delicias iguales, ni aun entre nosotros, a quienes en la ciudad de Dios alegra el Señor con inefables placeres, y que bebemos en el torrente de sus delicias contemplando su gloria. ¿Quién es esta que de debajo del sol, en donde nada hay sino trabajo y dolor y aflicción de espíritu, sube rebosando en delicias espirituales? ¿Qué mucho que haya llamado yo delicias al honor de la virginidad con el don de la fecundidad, a la distinguida divisa de la humildad, al panal de la caridad que destila, a las entrañas de piedad, a la plenitud de la gracia, a la prerrogativa de la singular gloria? Subiendo, pues, del desierto la reina del mundo aun para los ángeles santos, como canta la Iglesia: Se hizo hermosa y suave en sus delicias. Sin embargo, dejen de admirar las delicias de este desierto, porque el Señor dió su bendición y la tierra nuestra dió su fruto. ¿Para qué se admiran de que suba María de la tierra desierta rebosando en delicias? Admiren más bien a Cristo bajando pobre de la plenitud del reino celestial. Porque mucho más digno de maravilla parece que el Hijo de Dios se minore algo respecto de los ángeles, que el ser ensalzada la Madre de Dios sobre los ángeles. El anonadarse el Señor de la majestad fué para encumbrarnos a nosotros; las miserias de El son las delicias del mundo. A más de esto, siendo rico se hizo pobre por nosotros, para que con su pobreza fuésemos enriquecidos; la misma ignoininia de su cruz se ha convertido en gloria para los creyentes.

2. Más aún, yo veo a Jesús, nuestra vida., que corre presuroso hacia el monumento funerario para sacar de allí al muerto de cuatro días, sobre quien (si vuestra caridad se acuerda bien) debe versar el sermón de hoy; esto es, a Lázaro busca para ser El buscado y hallado de Lázaro. Porque en esto está precisamente la caridad, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó primero. Ea, pues, Señor, busca a quien amas para hacerle a él amante de ti y diligente en buscarte. Pregunta en dónde le han puesto, puesto que yace encerrado, atado y como aplastado por la losa sepulcral. Yace en el túmulo de la conciencia, está preso con los lazos de la disciplina, está apretado como con una piedra que gravita sobre él y es oprimido con la carga de la penitencia, especialmerite porque le falta por ahora el amor fuerte como la muerte y la caridad que lo so. porta todo, y además, Señor, ya huele mal, puesto que hace ya cuatro días que se halla en e estado. Sospecho que ya vuelan delante los ingenios de muchos para. entender qué Lázaro sea ese de quien hablo; aquél sin duda que muerto poco ha al pecado, horadó la pared ', a fin de ver las muchas y execrables abominaciones de su perverso e inescrutable corazón, Y. según otro profeta , se ocultó en la caverna subterránea abierta en la roca viva a fin de subs traerse a la indignación e ira del Señor.

3. ¿Mas qué significan aquellas palabras: Señor, mira que hiede, pues hace ya cuatro días que está ahí? Acaso no entenderá cualquiera prontarnente lo que significa este hedor y estos cuatro días. Yo juzgo que el primero de estos días es del temor, cuando el mal del pecado, penetrando en nuestros corazones, nos da la ,muerte, y en algún modo nos sepulta en el fondo de nuestras conciencias. El segundo. si no me engaño, se pasa en el trabajo del combate. A la verdad, en los principios de la conversión suele acometer más fuertemente la tentación de la mala costumbre, y apenas se pueden extinguir los dardos inflamados del enemigo. El tercero parece ser el del dolor, cuando uno repasa sus años en la amargura de su alma y no trabaja tanto en evitar lo que está por venir, cuanto en llorar con muchísimas lágrimas lo pasado. ¿Os admiráis de que he llamado días a éstos? Tales eran debidos a una sepultura; unos días de niebla y de obscuridad, días de llanto y de amargura. Síguese a éstos el día de la vergüenza y confusión, muy semejante a los anteriores, cuando ya se cubre de horrible confusión esta lamentable alma, considerando atentísimamente en qué y cuánto ha delinquido, y mirando con los ojos del corazón las denegridas imágenes de sus pecados. Semejante alma nada disimula, sino que todo lo juzga, todo lo agrava, todo lo exagera; no se perdona a sí, hecha duro juez contra sí misma. Enojo útil ciertamente y crueldad digna de misericordia, que fácilmente le concilia la divina gracia cuando el alma se llena del celo por la gloria de Dios, aun contra sí misma. Mientras tanto, ¡oh Lázaro!, sal ya afuera, no te detengas más tiempo envuelto en tanto hedor. La carne que huele mal está próxima a la podredumbre, y el que se confunde y quebranta más intensamente de lo que conviene, está cerca de la desesperación. Por tanto, Lázaro, sal afuera. Un abismo llama a otro abismo; el abismo de luz y de misericordia llama al abismo de miseria y tinieblas. Mayor es la bondad de Dios que tu iniquidad, y donde abunda el delito, El hace sobreabundar su gracia.. Lázaro, dice Jesús, sal afuera. Como si dijera más clararnente: ¿Hasta cuándo te detiene la obscuridad de tu conciencia? ¿Cuánto tiempo te compungirás en tu interior con un corazón pesado?Sal afuera, anda, respira en la luz de mis misericordias.Porque esto es lo que leíste en el profeta: Enfrenaré tu boca con mi alabanza para que no perezcas .Y más explícitamente otro profeta dice de sí: Conturbada está interiormente mi alma, por eso me acordaré de ti

4. Mas ¿qué nos da a entender Jesús cuando dice: Quitad la piedra; y casi a continuación: desatadle? ¿Por ventura, después de la visita de la gracia que le trajo el consuelo, cesará de hacer penitencia porque se acercó a él el reino de los cielos, 0 desechará la enseñanza, dando acaso lugar a que el Señor se enoje , perezca él fuera del camino de la justicia? De ninguna manera haga esto. Quítese la piedra, pero permanezca la penitencia, no ya apremiando y cargando, sino antes corroborando y confirmando la mente vigorosa y robusta, siendo ya su comida lo que antes no sabía hacer, o sea, la voluntad del Señor. Así la disciplina ya no constriñe al que se halla libre, según aquello: No hay puesta ley para los justos, sino que le rige como voluntario y le dirige por el camino de la paz. Acerca de esta resurrección de Lázaro, más claramente canta el profeta: No abandonarás mi alma en el infierno , porque, como me acuerdo haber dicho en el segundo día de esta festividad, es como un infierno y cárcel del alma la conciencia culpable. Ni perinitirás que tu santo, es decir, aquel a quien tú mismo santificas, vea la corrupción. Porque está próximo a la corrupción el muerto de cuatro días, que ya comienza a oler mal. Por modo parecido el impío que se ve hundido en el abismo de sus pecados está próximo a hundirse más aún en la corrupción, sin hacer caso de nada; pero prevenido por la voz de la virtud y vivificado por ella, da gracias al Señor diciendo: Me hiciste manifiestos los caminos de la vida y me llenarás de alegría con la vista de tu divino rostro. Porque elevaste mi mente a la contemplación de ti mismo y sacaste del infierno mi alma cuando se congojaba sobre mí mi espíritu, mirando el semblante demasiado abominable de la conciencia propia. Clamó Jesús, dice el evangelista, con grande voz: Lázaro, sal afuera , con grande voz., ciertamente, no tanto elevada en el sonido cuanto niagnífica en la piedad y virtud.

5. Mas ¿adónde hemos venido? Seguíamos a la Virgen que subía sobre los cielos, ved ahí que hemos descendido con Lázaro al abismo. Del esplendor de la virtud hemos bajado al hedor de un muerto de cuatro días; inclinándose por sí misma se resbaló la oración. ¿Por qué esto, sino porque éramos llevados del peso propio y nos arrastraba tras sí una materia tanto más copiosa cuanto más familiar? Confieso mi impericia. no oculto mi gran pusilanimidad. No hay cosa a la verdad, que más deleite. pero tampoco la hay que más me aterre. que el hablar de la gloria de la Virgen Madre. Porque, sin mencionar ahora el inefable privilegio de sus méritos y prerrogativas enteramente singulares, con tanto afecto de devoción la aman todos, como es justo; con tanta admiración, la honran y la respetan, que, aunque todos emprendan hablar de ella, sin embargo todo lo que se dice de lo que es indecible, por lo mismo de que se pudo decir, es menos grato, agrada menos, y menos se acepta. ¿Y qué mucho que dé poco gusto todo lo que de una gloria incomprensible puede comprender la mente humana? Porque si alabo yo en ella la virginidad, otras muchas vírgenes se orecen a mi mente después de ella. Si predico su humildad, se encontrarán acaso, aunque sean pocos, quienes, a ejemplo de su divino Hijo, se hicieron mansos y humildes de corazón. Si quiero engrandecer la muchedumbre de su misericordia, acuden a mi memoría algunos varones y también mujeres que fueron misericordiosos. Una cosa hay en la cual ni tuvo antes par ni semejante, ni la tendrá jamás, y es el haberse juntado en ella los gozos de la maternidad con el honor de la virginidad. María, dice Jesús, escogió para sí la mejor parte. Nadie duda, en efecto, que si es buena la fecundidad conyugal, todavía es mejor la castidad virginal; pues bien, supera inmensamente a las dos la fecundidad virginal o la virginidad fecunda. Privilegio es éste propio de María y que no se concederá jamás a ninguna otra mujer, porque nadie se lo podrá arrebatar a ella. Es un privilegio exclusivamente suyo y por esto mismo inefable, porque así como nadie lo puede alcanzar, así tampoco nadie lo puede explicar cual se merece. ¿Y qué diremos si paramos mientes en el Hijo de quien es madre? ¿Qué lengua será capaz, aunque sea angélica, de ensalzar con dignas alabanzas a la Virgen Madre, y madre no de cualquiera, sino de Dios? Duplicada novedad, duplicada prerrogativa, duplicado milagro, pero que por modo maravilloso se armonizan digna y aptísimamente. Porque ni fué decente a la Virgen otro Hijo ni a Dios otra madre.

6. Sin embargo, si atentamente lo consideramos, veremos al punto que no sólo estas dos, sino también todas las demás virtudes que, al parecer, compartía con otros, fueron en María singulares. Porque, ¿qué pureza, aunque sea la angélica, se atreverá a a compararse con aquella virginidad que fué digna de ser hecha sagrario del Espíritu Santo y habitación del Hijo de Díos? Si juzgamos del precio de las cosas por lo raro de ellas, sin duda la primera mujer que resolvió observar en la tierra una vida angélica es superior a todas las demás. ¿Cómo, dice, Podrá ser esto, porque yo no conozco varón? . ¡ Qué propósito tan firme de guardar virginidad aquel que ni prometiéndole el ángel un hijo, titubeó en lo más mínimo! ¿Cómo, dice, podrá ser esto?; porque yo supongo que no habrá de ser del mismo modo que suele hacerlas en las demás mujeres, puesto que yo abso lutamente no conozco varón, ni con deseos de hijo ni con esperanza de sucesión.

7. Pero ¿cuán grande y cuán preciosa fué su humildad acompañada de tanta pureza, de inocencia tanta, y de una conciencia enteramente exenta de pecado, más aún, adornada con tal Plenitud de gracia? ¿De dónde a ti tanta y tan profunda humildad, oh dichosa Virgen? Digna ciertamente de que el Señor fijara en ella su mirada, de que el Rey de reyes desease su hermosura y de que con su olor suavísimo lo atrajese a sí desde aquel eterno reposo en el paterno seno. Mira, pues, cuán manifiestamente concuerdan entre sí el cántico de nuestra Virgen y el cántico nupcial; sin duda su purísimo seno fué tálamo del divino Esposo. Escucha a María en el Evangelio: Miró el Señor, dice, la humildad de su sierva. Escucha a la misma en el cántico de los Esposos: Cuando el Rey estaba en su reposo, mi nardo dió su olor. El nardo es una planta humilde, de flores blancas muy olorosas, por lo cual simboliza admirablemente la humildad, cuyo aroma y hermosura hallaron gracia delante de Dios.

8. Cese de ensalzar tu misericordia, ¡oh bienaventurada Virgen!, quienquiera que, habiendo invocado en sus necesidades, se acuerda de que no le has socorrido. Nosotros, siervecillos tuyos, te congratulamos a la verdad en todas las demás virtudes, pero en tu misericordia rnás bien nos congratulamos a nosotros mismos. Alabamos la virginidad y admiramos la humildad, pero la misericordia sabe más dulcemente a los miserables; por esto abrazamos con más amor la misericordia, nos acordamos de ella más veces y la invocamos con más frecuencia. Porque ésta es la que obtuvo la salud de todo el mundo, ésta la que logró la reparación del linaje humano. No cabe duda que anduvo solícita a favor de todo el linaje humano aquella a quien dijo el ángel: No temas, María, porque has hallado gracia, o sea, has hallado la gracia que buscabas. ¿Quién podrá investigar, pues, ¡oh Virgen bendita!, la longitud y latitud, la sublimidad y profundidad de tu misericordia? Porque su longitud alcanza hasta su última hora a los que la invocan. Su latitud llena el orbe de la tierra para que toda la tierra esté llena de su misericordia. En cuanto a su sublimidad, fué tan excelsa que alcanzó la restauración de la ciudad celestial, y su profundidad fué tan honda que obtuvo la redención para los que estaban sentados en las tinieblas y sombras de la muerte. Por ti se llenó el cielo, se evacuó el infierno, se instauraron las ruinas de la celestial Jerusalén, se dió la vida que habían perdido a los miserables que la aguardaban, de suerte que tu potentísima y piadosísima caridad está llena de afecto para compadecerse y de eficacia para socorrer a los necesitados; en ambarcosas es igualmente rica y exuberante.

9. A esta fuente abundosa, pues, corra sedienta nuestra alma; a este cúmulo de misericordia recurra con toda solicitud nuestra miseria. Mira ya con qué afectos te hemos acompañado, subiendo tú al Hijo, y te hemos seguido a lo menos de lejos, Virgen bendita. Que en adelante tu piedad tome a pecho el hacer manifiesta al mundo la misma gracia que hallaste con Dios, alcanzando con tu intercesión Perdón para los pecadores, remedio para los enfermos, fortaleza para los débiles de corazón, consuelo, para los afligidos, amparo y libertad para los que peligran. Y en este día que celebramos con tanta solemnidad y alegría, a estos siervecillos tuyos que invocan con sus alabanzas tu dulcísimo nombre, ¡oh María!, reina piadosa, alcánzales los dones de la gracia de Jesucristo, tu Hijo y Señor nuestro, quien es sobre todas cosas Dios bendito por los siglos de los siglos. Amén.


RESUMEN Y COMENTARIO:nos dice nuestro gran San Bernardo de Claraval que el hombre que cae en el pecado está en una situación muy parecida a la de un muerto que, poco a poco, va pudriéndose. Esos cuatro días podríamos hacerlos similares al temor que sentimos por estar en la suciedad de lo indeseable (primer día) a la dureza del combate interior para salir de tan miserable estado (segundo día), al dolor que sentimos por no poder salir del mismo o hacerlo con duras penitencias y esfuerzos que nos afligen (tercer día) y finalmente a la vergüenza y confusión que se apoderan de nuestro ánimo (cuarto día). En ese momento, nuestro espíritu ya hiede a pura descomposición, tal como empezaba a estar Lázaro después de cuatro días muerto. Pero nuestro Cristo, nos dice nuestro Santo, es misericordia y "el que se confunde y quebranta más intensamente de lo que conviene, está cerca de la desesperación que en ese extremo a nada conduce". Por eso le dice a Lázaro que se levante y salga de ese mundo de oscuridad. Nos recuerda que la misericordia de Cristo sabe más dulcemente a los miserables y que a imitación de la Virgen María (mezcla de fecundidad y pureza) debemos alimentarnos con el perdón, el remedio, la fortaleza, el consuelo, el amparo y la libertad que produce el ejercicio de la virtud. En definitiva, frente a la dura compunción que lleva a la desesperación, Cristo y nuestra Virgen María nos ofrecen su misericordia para la redención.

CUATRO CLASES DE HOMBRES QUE POSEEN EL REINO DE DIOS



Ha puesto su morada en la paz. Existe una paz ficticia, como la de Judá; y otra desordenada, como la de Adán y Eva. En ninguna de ellas está Dios. Unicamente en la paz cristiana, esa que el Señor deja y da a sus discípulos, es donde él reposa. Los predicadores santos la ofrecen a todos los hombres: unos la rechazan y otros la adoptan. Nosotros nos sacudimos el polvo de los pies sobre los que odian la paz, y queremos unirnos con los que aman esta paz.
Entre éstos algunos reciben la paz, otros la conservan y otros la construyen. Podemos llamarlos: apaciguados, pacientes y pacíficos. Dichos nombres les corresponden según los distintos grados de paz que han conseguido. Los apaciguados poseen la tierra de su cuerpo, pues son mansos. Los pacientes poseen su alma porque se les dice: Con la paciencia poseeréis vuestras almas. Y los pacíficos poseen su propia alma y la de aquellos en quienes fomentan la paz. Por eso se les llama con toda razón hijos de Dios.
Apaciguados son los que reciben la paz, y de ellos dice la Escritura: Si hay allí un hijo de paz, descansará sobre él vuestra paz. Pero de hecho son apocados y el viento de los escándalos les arrebata fácilmente esa paz que reciben. Los pacientes conservan la paz que reciben, y no la pierden por muchas injurias que les hagan. Por ser más robustos se les ordena: Amad la paz y la santidad de vida, sin lo cual nadie verá al Señor. Y los pacíficos fomentan la paz en sí mismos y en los demás, e incluso aman a quienes intentan arrebatarla; cumplen aquello de la Escritura: Con los que odiaban la paz yo estaba pacífico. En éstos descansa y pone su morada el Señor. A éstos ama Dios como a hijos suyos, y con estas piedras vivas construye su templo de la Sabiduría. Y para que no las derribe de ese edificio ningún choque, el mismo Dios que lo habita y lo construye las talla por los cuatro costados: arriba y abajo, por la derecha y por la izquierda. Por arriba, haciendo que sometan humilde y sabiamente su voluntad a la divina; por abajo, sometiendo su carne y dirigiéndola con moderación; por la derecha, solidarizándose con los buenos como se lo merecen; y por la izquierda, soportando con valentía a los malos.

viernes, 15 de enero de 2021

LAS CUATRO FUENTES QUE MANAN DEL PARAÍSO TERRENAL


 El alma fiel tiene su paraíso, pero espiritual y no terreno; y por eso mismo mucho más deleitable y escondido que el primero. Aquí el alma goza más que con todas las riquezas. De este paraíso brotan cuatro fuentes: la verdad, la caridad, la fuerza y la sabiduría. Estas fuentes ofrecen un agua medicinal al alma enferma. Las enfermedades que aquejan al alma son cuatro vicios: el temor, la concupiscencia, la maldad propia y la ignorancia. Cuando la vence el temor cae forzada en el vicio; el ímpetu de la concupiscencia la empuja al mal, la maldad propia la lleva voluntariamente al vicio, y la seducción del error la hace deslizarse en el mal. 
 A las almas aquejadas y angustiadas por estas enfermedades el Profeta les da este consuelo: Sacaréis agua con gozo de las fuentes del Salvador. Contra la pusilanimidad, consecuencia del vicio del temor, el agua de los acuxilios que se toma en la fuente de la fortaleza. Contra la concupiscencia del placer terreno, el agua de los deseos en la fuente de la caridad. Contra la malicia de la maldad voluntaria, el agua de los juicios en la fuente de la verdad. Contra el error de la ignorancia, el agua de los consejos en la fuente de la sabiduría.
 Y todo esto se hará con gozo, pues lo que antes gemía bajo el peso de los vicios ahora se goza con la adquisición de las virtudes. En las aguas de los consejos consigue la prudencia, en el agua de los auxilios la fortaaleza, en el agua de los deseos la templanza, y en el agua de los juicios la justicia. Y de este modo, en la contrariedad vence la pusilanimidad con la fortaleza, en la prosperidad refrena la ligereza con la templanza, en la actividad excluye la maldad con la justicia, y en los momentos de duda la prudencia instruye su ignorancia. 
 Reanimada con estas aguas y ataviada con semejantes virtudes, dilátese y comprenda con todos los consagrados lo que es anchura y largura, altura y profundidad. Estas cuatro dimensiones de Dios se pueden abrazar con dos brazos: el amor y temor verdaderos. El temor abraza la altura y profundidad, es decir, el poder y la sabiduría; y el amor la anchura y largura, la caridad y la verdad. Si se teme a Cios es porque todo lo puede con su poder, y ese temor es auténtico si se cree que nada está oculto a su sabiduría. Si se ama a Dios es porque es el Amor, y ese amor es sincero porque es la verdad o la eternidad.
RESUMEN
Enfermedades: temor, concupiscencia, maldad propia, ignorancia.
Consuelos de las aguas del Paraíso: fortaleza (contra la pusilanimidad), caridad (contra la concupiscencia), verdad (contra la malicia), sabiduría (contra la ignorancia).
Hay dos brazos: temor y amor.
Dimensiones de Dios: alura, largura, anchura y profundidad.
El temor abraza el poder y la sabiduría. Altura y profundidad de Dios. 
El amor la caridad y la verdad. Anchura y largura. 

LOS CUATRO BRAZOS DE LA CRUZ

 1.Hoy celebramos la fiesta de San Andrés. Si meditamos atentatemte, encontraremos en ella materia abundante para alimentar nuestro espíritu. En el momento mismo de su conversión nos ofreció un gran ejemplo de obediencia. Esto es necesario a todo cristiano y de suma importancia para nosotros, que profesamos publicamente vivir en obediencia. Es una moneda que debemos devolver a un banquero muy sabio, a la sabiduría en persona. Y si la encuentra defectuosa o falsificada no la aceptará.
 Si nos metemos a discutir, juzgar y cumplir solamente algunos mandatos, ya estamos rompiendo la moneda, y Cristo no la aceptará porque se la debemos dar íntegra. Esto es lo que prometimos: una obediencia absoluta y sin restricción alguna. El que obedece con coblez y externamente, pero murmura en su interior, es una moneda falsa. No es plata, sino plomo; y el talento de plomo es muy peligroso. Obra con fingimiento, pero Dios lo ve todo y de Dios nadie se burla.
2. ¿Quieres un dechado de obediencia perfecta? Escucha al Evangelista: Vio el Señor a Pedro y Andrés, que estaban echando una red en el lago, y les dijo: Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres. Sois pescadores y quiero haceros verdaderos pescadores, o más bien predicadores. Inmediatamente dejaron las redes y la barca y lo siguieron. No lo pensaron ni vacilaron; no se preocuparon de qué iban a vivir, ni calcularon cómo unos hombres rudos e incultos podrían ser predicadores. No preguntan nada y obedecen a ciegas.
 Hermanos, esto se ha escrito para vosotros y se proclama año tras aña en la Iglesia, para que aprendáis en qué consiste obedecer, y purifiquéis vuestro corazón  con una obediencia llena de amor. Éste es, sin duda alguna, el único que da valor a la moneda de la obediencia, ésta es su plata refinada y de ley. Solamente el amor hace que la obediencia sea grata y aceptable a Dios. Porque Dios ama al que da de buena gana. Y aya puedo dejarque quemar vivo, que sí no tengo amor de nada me sirve.
3. ¿Queréis que reflexionemos sobre el martirio de este santo Apóstol, cuya memoria celebramos para gloria de Cristo y edificación vuestra? Habréis advertido que al llegar San Andrés al lugar donde estaba preparada su cruz, fortalecido por el Señor, se puso a pronunciar palabras inflamadas, inspiradas por el Espíritu que había recibido junto con los demás apóstoles en unas lenguas como de fuego. Al ver la cruz que le habían preparado no palideció dominado por la flaqueza humana; ni se le heló la sangre, ni se le erizaron sus cabellos, ni enmudeció; ni tembló, ni teliró, ni perdió en absoluto la presencia de espíritu.
 Su boca hablaba de la abundancia de su corazón, y la caridad que ardía en él corvertía en llamas sus palabras. ¿Qué dijo San Andrés cuando vio de lejos su cruz? "¡Oh cruz, tan largo tiempo deseada y que ahora se ofrece a las aspiraciones de mi alma! Llego a ti rebosante de alegría y de seguridad. Recíbeme, pues con alegría; soy el discípulo del que estuvo colgado de tus brazos. Estoy enamorado de ti y ardo en deseos de abrazarte".
 Decidme, hermanos, ¿es un hombre quien así habla? ¿No será tal vez un ángel u otra especie de criatura? No, es un hombre idéntico a nosotros y sensible. Bien lo dice el gozo con que se acerca a la pasión. ¿De dónde le venían a este hombre una alegría y gozo tan admirables? ¿De dónde sacaba tanta constancia una criatura tan frágil? ¿De dónde poseía este hombre un alma tan espiritual, una caridad tan fervierten y una voluntad tan fuerte? No pensemos que ese valor procedía de sí mismo. Era el don perfecto procedente del Padre de las luces, del único que hace grandes maravillas.
4. Fue el Espíritu Santo quien vino en socorro de su debilidad e infundió en su corazón esa caridad que es tan fuerte y más que la muerte. ¡Quiera Dios que participemos nosotros de este Espíritu! Se nos hacen muy penosos los rigores de la penitencia y no soportamos la mortificación corporal ni la abstinencia. En las vigilias nos dormimos de hastío y esto se debe a nuestra miseria espiritual. Si el Espíritu estuviera presente en nosotros, es indudable que socorrería nuestra debilidad. Lo que hizo con San Andrés frente a la cruz y a la muerte lo haría también con nosotros: suprimiría el carácter penoso de nuestro trabajo y penitencia y los haría deseables e incluso agradables.
 Mi espíritu es más dulce que la miel, dice el Señor. Hasta el punto que la muerte más amarga no puede disminuir su dulzura. ¿Qué no templará esa dulzura que hace dulcísima a la misma muerte? ¿Qué aspereza podrá resistir a esta unción que hace suavísima la muerte? A la hora del descanso, el Señor da la herencia a sus elegidos, dice el texto sagrado. ¿Qué pesadumbre puede subsistir ante ese gozo que convierte la muerte en una pura alegría?
 Procuremos este Espíritu, hermanos; pongamos todo nuestro empeño en merecer tenerlo, o en poseerlo con más plenitud si ya lo tenemos. Porque el que no tiene el Espíritu de Cristo, ése no pertenece a Cristo. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios: así conoceremos los dones que Dios nos ha hecho. Las obras de salvación y de vida dan testimonio de su presencia, porque sin el Espíritu del Salvador, que es el Espíritu de vida, nos es imposible realizarlas.
 Supliquemos, pues, que Dios derrame sus dones sobre nosotros, y el que nos dio las primicias lo haga crecer en nosotros. El mejor testimonio de su presencia es el deseo de crecer en gracia. Lo dice él mismo: El que me come tendrá más hambre, y el que me bebe tendrá más sed.
5. Pero me imagino que a muchos nos está diciendo nuestra conciencia: "Ya lo creo que deseamos este Espíritu que acuda en auxilio de nuestra debilidad, pero no lo encontramos". A eso os respondo: no lo encontráis porque no lo buscáis. No lo recibís porque no lo pedía. O pedís y no recibís porque no lo pedís con fe. Lo único que espera y quiere Dios es que le busquemos con diligencia y con todos nuestros deseos. ¿Será capaz de negar algo a quienes le piden, si espolea a los que no piden y les incita a pedir? Escuchadle: Si vosotros, malos como sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará el espíritu bueno a los que se lo piden?
 Hermanos, pedid. Pedidlo constantemente. Pedidlo sin titubear. En todas vuestras obras invocad siempre la presencia y el auxilio de este Espíritu dulcísimo y suavísimo. Porque también nosotros hemos de tomar nuestra cruz con San Andrés, o más bien con aquel a quien sirvió San Andrés, es decir, con el Señor nuestro Salvador. La causa de su gozo y alegría no era solamente morir por él, sino como él. Se sintió íntimamente unido a su muerte y a su reino. Escuchemos también nosotros con los oídos de nuestro corazón la voz del Señor, que nos invita a participar en su cruz: El que quiera venirse conmigo que reniegue de sí mismo, cargue con su cruz y me siga. Con otras palabras: el que me desea que se desprecie; el que quiera hacer mi voluntad, decídase a machacar la suya. 
6. Ante este gesto surge inmediatamente la guerra, y nos atacan los enemigos. Empuñemos también nosotros nuestras armas, cojamos las mismas de nuestro Rey, abracemos nuestra cruz y en ella triunfaremos de todos los enemigos. Recordad las promesas del Salmista, mejor dicho, del Espíritu Santo por su boca: Te cubrirá con un escudo su verdad. Esta verdad es la del Altísimo, como indica en los versos anteriores.
 ¿Y por qué nos cubre con su escudo? Porque la guerra nos cerca por todas partes. Escucha el motivo de protegerte con tu escudo: Te cubrirá con un escudo su verdad. ¿Para qué? Y ya no temerás el espanto nocturno, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que se desliza en las tinieblas, ni la epidemia que devasta al mediodía. Ahí ves cuán necesario es que la verdad cubra con el escudo al que se siente tan acosado por los dardos enemigos.
 Del fondo de la noche surge el espanto; durante el día vuelan las flechas, disparadas desde el flanco izquierdo; por la derecha anda la peste que se desliza en las tinieblas; y como remate, el demonio acomete a mediodía desde arriba. Y nosotros, míseros y miserables, aunque estamos invadidos de tantas serpientes y flechas de fuego, y de enemigos que nos acometen por doquier, vivimos adormecidos en una lamentable seguridad y negligencia; nos dejamos embotar por el ocio y nos divertimos con chanzas y vanidades; somos tan indolentes en los ejercicios espirituales como si la vida humano en la tierra fuera ya vida y dulzura, y no una lucha constante. 
 Hermanos, os aseguro que lo que más aterra y desgarra mi alma de pavor es esto: verse en medio del peligro y vivir prácticamente insensibles, despreocupados e indiferentes. Ante esta apatía, una de dos: o nos hemos entregado al enemigo, sin saberlo siquiera; o si nos conservamos intactos, somos demasiado ingratos con el que nos protege. Ambas actitudes son muy peligrosas. Por favor, queridos hermanos, despertemos ante esa malicia avispada del enemigo y su perversa virulencia. Que su misma diligencia y empeño en tramar nuestra ruina nos haga ser más vivos y prudentes, para realizar escrupulosamente nuestra salvación. 
7. Y nuestra salvación está en la cruz, con tal de que nos abracemos valientemente a ella. El Apóstol nos dice que el mensaje de la cruz resulta una locura para los que se pierden; en cambio, es una fuerza de Dios para los que se salvan, es decir, para nosotros. Ella es el escudo que nos cubre, y en sus cuatro brazos rebotan las flechas enemigas. El extremo inferior rechaza los espantos nocturnos, es decir, el miedo a castigar el cuerpo; nos hace capaces de dominarlo varonilmente y mantenerlo con sumisión. 
 El que nos maldice a la cara y nos tienta al mal es una flecha que nos dispara a plena luz el ala izquierda: rechacémosla con el brazo izquierdo de la cruz. Si alguien me adula y me proyecta el veneno de la murmuración o la semilla del odio socapa de buenos consejos, o intenta presentarte como bueno lo que es detestable, ese tal me ataca por la derecha. Es Judas, que me traiciona con un beso. Esta peste tan astuta sólo se rebate con el brazo derecho de la cruz. Y no olvidemos el demonio que acomete a mediodía, el espíritu de soberbia, el espíritu de soberbia, que suele arremeter con toda su furia cuando el alma vive en la cima de la virtud. 
 Muchas veces os pongo en guardia contra este terrible enemigo; sí, la soberbia es la raíz de todos los pecados y la causa de nuestra perdición. Por lo tanto, si deseas realmente trabajar en tu salvación, no olvides nunca que tienes sobre tu cabeza un extremo de la cruz, para no dejarte arrastrar de la soberbia; no te venza la ambición de corazón ni pretendas grandezas que superan tu capacidad. Los dardos que te vengan de arriba debe rechazarlos el brazo de la cruz que tienes sobre tu cabeza. Es el único lugar donde tremola el emblema de la salvación y del reino, porque solamente el humilde merece el triunfo y la salvación.
8. Para resumirlo en pocas palabras, estos cuatro brazos son la continencia, la paciencia, la prudencia y la humildad. ¡Dichosa el alma que cifra en esta cruz todo su orgullo y su triunfo! Persevere constante en ella y no se abata ante las tentaciones. El que esté en esta cruz pida y suplique con San Andrés a su Señor y Maestro que no permitan le bajen de ella. El enemigo es capaz de intentar y ensayar lo más inverosímil. Lo qui quiso hacer con este discípulo por las manos de Egeas, eso mismo pretendió realizar en el Maestro con las lenguas de los judíos. Pero en ambos casos se arrepintió ya demasiado tarde y sólo consiguió el bochorno y la derrota. 
 Ojalá se retire también así de nosotros y triunfe el que triunfó en sí mismo y en su discípulo. Que él nos consiga la plenitud de la felicidad por medio de esta pequeña cruz de penitencia que llevamos por su amor. Él es Dios soberano y bendito para siempre.
RESUMEN
La cruz de San Andrés es un ejemplo de fe y entrega. Tanto es así que más que cruz parece un escudo. El escudo de la fe en la que estamos dispuestos a entregarnos y aniquilarlos nosotros mismos para la grandeza de Dios. Por el brazo izquierdo llegan las afrentas directas a nuestro cuerpo, como son el hambre, el dolor físico, la enfermedad. Por el lado derecho las afrentas disfrazadas como buenos, y parternalistas, consejos que esconden maldad. El brazo de la cruz que está sobre nuestra cabeza indica el peligro de la soberbia, tanto la nuestra como de la de los que manejan nuestras vidas. Otra forma de designar los brazos es como: continencia, paciencia, prudencia y humildad. 

Nota: la festividad de San Andrés es el 30 de Noviembre

jueves, 14 de enero de 2021

EL ESPÍRITU SANTO ACTÚA EN NOSOTROS DE CUATRO MANERAS

1. Cristo nos ofrece una doble realidad: por una parte, lo que no logramos conocer, como su generación divina, de la cual se dice: ¿Quién puede explicar su nacimiento? Y por otra parte, todo lo que podemos conocer de sus obras divinas. Y lo mismo nos sucede con el Espíritu Santo: nuestros sentidos no perciben cómo procedel del Padre y del Hijo siendo igual y coeterno al Padre y al Hijo. En cambio, nos resulta evidente porque él nos ha enseñado cómo actúa su gracia en nosotros.
 Las obras del Espíritu Santo tienen un doble enfoque: unas son para nuestro bien y otras para el del prójimo. Lo que hace para nosotros mismos es, en primer lugar, fomentar la compunción borrando nuestros pecados; en segundo lugar suscita el fervor, ungiendo y sanando las heridas; en tercer lugar nos da capacidad de conocer, y con ese pan nos sustenta y robustece; y en cuarto lugar nos embriaga de vino, aumentando todos estos dones e infundiendo el amor.
 Otros carismas, como la sabiduría, la ciencia, el consejo, etcétera, nos los concede para bien del prójimo. Por eso el Apóstol, al hablar de los diversos dones, no dice solamente: Este recibe del Espíritu la sabiduría, y aquel la ciencia; sino que añade: palabras de sabiduría, palabras de ciencia, y así indica que estos dones se conceden para los otros, es decir, para edificar a los demás.
2. En estas obras es preciso evitar dos peligros: compartir con el prójimo lo que se nos da para nosotros, y reservarnos lo que se nos concede para los demás. Pues si nos apropiamos lo que recibimos para bien de los demás, faltamos a la caridad y se nos dice: ¿Para qué valen la sabiduría escondida y el tesoro oculto? Y si damos a conocer a los hombres los dones que recibimos de Dios en vez de agradecérsele a él en lo íntimo del corazón, perdemos la humildad y merecemos aquel reproche: ¿Qué tienes que no lo hayas recibido?
 En ambos casos nos ponemos en peligro: en el primero perdemos la humildad y en el segundo la caridad. ¿Y es preciso salvarse sin humildad y sin caridad?
 En consecuencia, el orden adecuado de nuestro progreso es éste: aprovecharnos en primer lugar de esos dones como la compunción y otros semejantes; y la la gracia del Espíritu Santo suscita otros, como la sabiduría o la ciencia, procuremos compartirlos con el prójimo. De esta manera, si nos reservamos lo que nos conviene a nosotros y repartimos generosamente entre todos lo que se nos da para bien del prójimo, alcanzaremos ese don del Espíritu Santo que llamamos descreción de espíritus.

RESUMEN
El Espíritu Santo nos da unos dones para nosotros y otros para los demás.
 Para nosotros nos otorga, en primer lugar, fomentar la compunción borrando nuestros pecados; en segundo lugar suscita el fervor, ungiendo y sanando las heridas; en tercer lugar nos da capacidad de conocer, y con ese pan nos sustenta y robustece; y en cuarto lugar nos embriaga de vino, aumentando todos estos dones e infundiendo el amor.
 Otros carismas, como la sabiduría, la ciencia, el consejo, etcétera, nos los concede para bien del prójimo.
 En estas obras es preciso evitar dos peligros: compartir con el prójimo lo que se nos da para nosotros, y reservarnos lo que se nos concede para los demás. De no ser así faltaremos a la humildad y a la caridad. En cualquier caso procuraremos empezar por utilizar los dones que, generosamente, nos da para nosotros mismos.

miércoles, 13 de enero de 2021

CUATRO GRADOS DEL AMOR

Hay dos amores fundamentales: el carnal y el espiritual. De ellos proceden estas cuatro maneras distintas de de amar: amar carnalmente el espíritu, amar espiritualmente la carne y amar espiritualmente el espíritu. Se puede precisar una especie de camino y escala del inferior al superior. Al principio los hombres sólo saben amar carnalmente la carne. Y por ello, para que lleguen incluso a amar espiritualmente a Dios, él se hizo carne, conversó y convivió con los hombres y se hizo amar carnalmente de ellos. 
 Cuando quiso entregar la vida por sus amigos ya amaban su espíritu, aunque todavía de una manera carnal. Y en ese sentido se manifestó Pedro al anunciarles su pasión: "¡No se te ocurra eso. Ten compasión de ti mismo!". Mas una vez que comprendieron que el misterio de la redención se realizaría por esa pasión, amaron espiritualmente su carne en la pasión. Y finalmente, al resucitar y ascender aman espiritualmente su espíritu y cantan llenos de júbilo: Antes conocíamos a Cristo según la carne, pero ahora ya no lo conocemos así.. 
 Algo semejante nos ocurre a nosotros. Amamos carnalmente nuestra carne cuando seguimos sus deseos. Amamos carnalmente el espíritu si lo afligimos en la oración, llorando, suspirando y gimiendo. Amamos espiritualmente la carne si la sometemos al espíritu, la ejercitamos en las buenas obras y la vigilamos con discreción. Y amamos espiritualmente el espíritu cuando por caridad posponemos nuestras ocupaciones espirituales al bien del prójimo. 

RESUMEN Y COMENTARIO
 Empezamos por amar nuestra carne, seguimos por amarla espiritualmente y, en fases finales amamos el espíritu, incluso haciendo concesiones a las aficiones carnales. Es el mismo camino de Nuestro Señor Jesucristo, que se hizo carne para enseñarnos el camino del amor que va de lo intranscendente a lo transcendente: de lo cotidiano a lo universal, de lo carnal a lo espiritual. 
Grado I: amar carnalmente nuestra carne.
Grado II: amar carnalmente el espíritu. 
Grado III: amar espiritualmente la carne.
Grado IV: amar espiritualmente el espíritu.

martes, 12 de enero de 2021

LOS TRES BESOS


  1. Que me bese con el beso de su boca. Hay tres clases de besos: el primero es el de los pies, el segundo el de las manos, y el tercero el de la boca. Al convertirnos besamos los pies del Señor. Estos pies son dos: la misericordia y la verdad. Dios los imprime en el corazón de los que se convierten, y el pecador verdaderamente convertido abraza esos dos pies. Porque si recibe sólo la misericordia y no la verdad, caería en la presunción. Y si recibe la verdad y no la misericordia, perecería inevitablemente de desesperación. Pero para salvarse se postra humildemente a los dos pies, quiere condenar sus pecados con la verdad y esperar de la misericordia el perdón. Este es el primer beso.
    El segundo acaece cuando, tras el primer ósculo de la penitencia, nos levantamos para hacer buenas obras. Besamos las manos del Señor al ofrecerle nuestras buenas acciones, o cuando recibimos de él los dones de las virtudes.
    Y el tercer beso tiene lugar después de pasar el llanto de la penitencia y recibir el regalo de las virtudes: el alma invadida de un deseo celeste por la impaciencia de su amor, desea ser introducida en los goces secretos de la cámara interior, y con palabras entrecortadas de tiernos suspiros, canta con el ímpetu ferviente de su corazón: Señor, yo ansío tu rostro. Y tal es la fuerza de ese deseo, que el Esposo se hace presente: aquel a quien ella tanto ama, tanto le enardece y por quien tanto suspira.
    Así pues, el primer beso consiste en el perdón de los pecados y se llama propiciatorio; el segundo tiene lugar al recibir las virtudes, y se llama beso de recompensa; y el tercero acaece en la contemplación de lo celestial, y se llama contemplativo.
  2. No olvidemos que existen dos géneros de contemplación. Unos suben y caen, y otros son arrebatados y descienden. Suben aquellos de quienes dice la Escritura: Al descubrir a Dios, no le tributaron la alabanza y las gracias que Dios se merece. No se mostraron agradecidos porque se atribuyeron a sus propias fuerzas e ingenio lo que Dios les había revelado. Por eso les sobrevino la caída: Su razonar se dedicó a vaciedades. Pretendiendo ser sabios, resultaron unos necios.
    Los elegidos, en cambio, son arrebatados como Pablo y otros más; y descienden para comunicar a los pequeños, del mejor modo que pueden, lo que han visto en el éxtasis del espíritu. Pablo fue arrebatado y nos lo dice: Si perdimos el sentido, es por Dios. Y también nos confiesa cómo descendió: Y si somos razonables, es por vosotros. Este género de contemplación es al que aspira el alma perfecta para recibir los castos abrazos de su esposo cuando exclama: Que me bese con el beso de su boca. Como si dijera: “No pretendo valerme de mis fuerzas, ingenio o méritos para conseguir el gozo de mi Señor; sea él quien me bese con el beso de su boca, es decir, que lo haga él gratuitamente. No busco los frutos de la ciencia ni de la naturaleza, sino los de la gracia: Que me bese con el beso de su boca”.
    Con elegancia insuperable ha indicado la gracia del que actúa, la obra y el modo de realizarla. Al decir: que me bese, muestra la gracia del que actúa; al precisar: con el beso, indica la obra realizada, es decir, la contemplación; y al añadir: de su boca, explica con evidencia el modo de la obra, o cómo se efectúa la contemplación. Aquí la boca significa la palabra.
  3. La contemplación es fruto de la condescendencia del Verbo de Dios a la naturaleza humana por la gracia, y de la elevación de la naturaleza humana hasta el mismo Verbo por el amor divino. Nadie crea que es absurdo hacer semejantes distinciones en la contemplación del Verbo de Dios; es el Evangelio quien atestigua este orden en a encarnación del Verbo.
    Efectivamente, al saludar el Ángel a la Virgen, la primera en aparecer es la gracia: Salve, llena de gracia. Después indica de quién y cuán grande es esa gracia: El Señor está contigo. Añade la obra que realiza la gracia: Bendito el fruto de tu vientre. Ese fruto es, sin duda, la encarnación del Verbo. Y la manera de efectuarse esta obra tan insigne la tenemos en estas palabras: El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra.
    De estas obras del Verbo, que hemos espigado del Evangelio o entresacado del Cantar de los Cantares, consta que esta encarnación es fruto exclusivo de la abundancia de la gracia divina y que aquella contemplación no puede provenir jamás de la voluntad humana, sino que es puro don de Dios.
  4. Hay que advertir que esta contemplación se presenta bajo tres aspectos distintos, según las diversas etapas de tiempo. Primeramente se llama alimento, después bebida y en tercer lugar embriaguez. Por eso, el esposo invita a sus elegidos con estas palabras: Comed, amigos, bebed y embriagaos, carísimos. Mientras viven en esta carne corruptible, comen. Pero una vez liberados del cuerpo y trasladados al cielo, se dice que beben lo que antes comían. Contemplan cara a cara y sin esfuerzo lo que creían por la fe cuando peregrinaban en su cuerpo lejos del Señor, comiendo el pan con el sudor de su rostro. Lo mismo que nosotros tomamos con mayor facilidad la bebida que la comida, ya que comer supone alguna molestia y beber es mucho más cómodo.
    Cuando los santos han llegado a este estado, pueden beber, pero no embriagarse: se sienten frenados en la contemplación perfecta de la divinidad, pues aguardan la resurrección de sus cuerpos al final del mundo.. Cuando esto acaezca, el cuerpo se apegará de tal modo al alma y ésta a Dios, que en adelante nada será capaz de apartarla de la embriaguez interior de la contemplación. He aquí por qué al invitarles a comer se les llama amigos, es decir, amados; al invitarles a beber reciben el nombre de predilectos; y al invitarles a embriagarse, amadísimos.
  5. Tus pechos son mejores que el vino. La esposa tiene dos pechos: el del gozo y el de la compasión. El vino designa aquí la ciencia del mundo, de la que dice la Escritura: Su vino es ponzoña de monstruos y veneno mortal de víboras.
  6. Exhalan los más exquisitos perfumes, Al decir los más exquisitos perfumes insinúa que algunos perfumes son buenos, otros mejores, y a todos estos los superan los óptimos. Veamos, pues, cuáles son estas tres especies de perfumes. El primero se hace con el recuerdo de los pecados, al arrepentirnos de ellos y pedir perdón. Este perfume es bueno, pues Dios no desprecia el corazón quebrantado y humillado. Se derrama en los pies del Señor y allí mismo recibe la recompensa -el perdón de los pecados-de la boca misma del Señor: Se le perdonan sus muchos pecados porque ha amado mucho.
    El segundo perfume emana al recordar los beneficios de Dios. Este se derrama directamente sobre la cabeza del Señor, pues las virtudes sólo pueden referirse a Dios, del cual proceden. Es un perfume de más valor y de él se dice: ¿A qué viene ese derroche de perfume? Podía haberse vendido por más de trescientos denarios y habérselo dado a los pobres. Pero el Señor aprueba este derroche: Dejadla, ¿por qué la molestáis? A los pobres los tenéis siempre con vosotros; en cambio, a mi no me vais a tener siempre. Además de aprobarlo se lo recompensa: Os aseguro que en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio se recordará también en su honor lo que ella ha hecho.
    El tercer perfume se confecciona con los aromas de más valor, como aquellos que llevaban las piadosas mujeres: Compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Pero este perfume no se derrama ni se derrocha, pues el Señor no quiso que se derramara sobre su cuerpo muerto, sino que lo lo guardaran para su cuerpo vivo, la Iglesia santa.
    Así pues, el primer perfume es el de la compunción, y lo consume el fuego de la contrición; el segundo es el de la devoción, y arde en el fuego de la caridad; y el tercero es el de la piedad, que no se consume, sino que se conserva íntegro.
    RESUMEN
    El primer beso ocurre en los pies y se llama propiciatorio. Supone conversión y penitencia. El segundo, en las manos, se llama de recompensa y supone recibir las virtudes. El tercero, el de la boca, se llama contemplativo. Se puede llegar a la contemplación y perderla por creer que es debida a nuestros méritos. Es un gesto gratuito que recibimos. Esta misma gratuidad queda patente en la encarnación del Verbo. La contemplación puede considerarse como un proceso de tres etapas similares a comer, beber y embriagarse. Esta última sólo puede ocurrir tras la muerte y la resurrección. La contemplación es muy superior a la ciencia del mundo. Igual que hay tres besos, hay tres perfumes distintos cada uno de mayor calidad que el anterior. Podemos llamarlos compunción, caridad y piedad.

domingo, 10 de enero de 2021

LA TRIPLE SITUACIÓN DEL ALMA

1. El alma pasa por tres situaciones distintas: está en el cuerpo, sin el cuerpo, y nuevamente en el cuerpo. La primera se le concede para hacer penitencia, y las otras dos para recibir el descanso o la pena, según que haya practicado el bien o el mal mientras estaba en el cuerpo. 
 Para hacer penitencia se requieren tres cosas: tiempo, el cuerpo y el lugar. El Apóstol habla así sobre la necesidad del tiempo: He aquí el tiempo propicio, he aquí los días de la salvación. Y sobre el cuerpo dice también: Todos tenemos que comparecer ante el tribunal de Cristo, y cada uno recibirá lo suyo, bueno o malo, según se haya portado mientras tenía este cuerpo. En cuanto al lugar, se expresa así la Escritura: Si el que manda se enfurece contra ti, tú no dejes tu lugar. 
 El tiempo presenta tres dimensiones: el pasado, el presente y el futuro. El que se entrega verdaderamente a la penitencia no pierde ninguno de llos, porque el pasado que tenía perdido lo recupera repasando todos sus años en la margura de su alma; posee el presente por la práctica de las buenas obras; y el futuro perseverando en los buenos propósitos. El Apóstol habla así del pasado: Rescatemos el tiempo, pues corren días malos. Y nos exhorta también a llenar el presente: Mientras tenemos ocasión, trabajemos por el bien de todos, especialmente el de la familia de la fe. El Señor, por su parte, nos da este consejo sobre el futuro: Todos os odiarán por causa mía; pero quien resista hasta el final se salvará.
2.También el cuerpo es necesario para hacer penitencia; porque con él podemos soportar los males y practicar el bien: sufrir por los pecados cometidos y obrar para conseguir los premios de la vida eterna. ¿Cómo puede hacer frutos dignos de penitencia quien carece de cuerpo? Además conviene advertir que la penitencia que se realiza con el cuerpo es breve y suave. Breve porque se acaba con la muerte del cuerpo, y suave porque con la compañía del cuerpo se soporta más fácilmente. No hay duda que sería mucho más pesada si la sufriera sola el alma. Pero al compartir esa carga el cuerpo, cuanto más peso asume éste, más descargada se siente el alma. 
 Igualmente parece útil y necesario el lugar, que no es otro sino la Iglesia del tiempo presente. Quien descuida hacer verdadera penitencia en ella mientras vive en el cuerpo, se verá privado de los remedios de la salvación en el futuro.

RESUMEN
El cuerpo es el lugar adecuado para la evolución espiritual. Su temporalidad hace que el dolor sea pasajero, por lo que suaviza la penitencia. A su vez, la penitencia nos hace recobrar el pasado, vivir el presente y afrontar el futuro. Es una forma de detener el efímero paso del tiempo. 




LA TRIPLE VETUSTEZ Y LA TRIPLE NOVEDAD



1. Lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevemos también la imagen del celeste. Existen dos hombres: el antiguo y el nuevo; el antiguo es Adán, y Cristo el nuevo. Aquel el terreno y éste el celeste. La imagen del primero es la vetustez, y la de éste la novedad. Pero tanto la vejez como la novedad es triple. La vejez reside en el corazón, en la boca y en el cuerpo; con ellos pecamos de tres maneras: de pensamiento, palabra y obra. En el corazón anidan los deseos carnales y mundanos, es decir el atractivo de la carne y del mundo. También en la boca existe una doble vejez: la arrogancia y la calumnia. Y lo mismo en el cuerpo: las torpezas y los crímenes. Todo esto integra la imagen del hombre antiguo, y debe ser renovado en nosotros. 
 Si no hubiese vejez en el corazón no diría el Apóstol: Renovaos en vuestra actitud mental y revestíos de ese hombre nuevo, creado a imagen de Dios, con la rectitud y la santidad de la verdad. Y si no existiera vejez en la boca tampoco diría la Escritura: Desaparezca de vuestra boca todo lo antiguo. No salgan de vuestra boca malas palabras; lo que digáis sea bueno, constructivo y oportuno; así hará bien a los que lo oyen. Y de la vetustez corporal nos dice también: Igual que antes caedistéis vuestro cuerpo como esclavo a la inmoralidad y al desorden, para el desorden total...Y añade insistiendo en su renovación: Entregad ahora vuestros miembros a la honradez, para vuestra consagración.

2. Renuévese, pues, nuestro corazón rechazando los deseos carnales y mundanos, para que lo llene el amor de Dios y el anhelo de la patria celeste. Desaparezcan de nuestra boca la arrogancia y la calumnia, y ocupen su lugar la confesión sincera de nuestros pecados y una gran estima del prójimo. Y a cambio de las torpezas y los crímenes, que envejecen al cuerpo, abracemos la integridad y el dominio propio, expulsando los vicios con las virtudes contrarias.
 Esta renovación la realiza Cristo, que habita en nosotros por la fe. Escuchémosle: Todo lo hago nuevo. Y por eso dice a su esposa en el Cartar: Ponme como sello sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo. Así pues, cuando vive en el corazón es sabiduría, en la boca es verdad, y en el cuerpo es justicia. 

RESUMEN

Hombre viejo:

 Corazón: deseos carnales y mundanos
 Boca: arrogancia y calumnia
 Cuerpo: torpezas y crímenes

Hombre nuevo: 

 Corazón: amor de Dios y anhelo de la patria celeste
 Boca: confesión sincera y estima del prójimo
 Cuerpo: integridad y dominio propio